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Museo Tamayo, recinto mexicano

Desde hace 39 años, la generosidad del pintor y muralista Rufino Tamayo permite apreciar obras de los creadores más importantes del arte contemporáneo nacional e internacional

IMPULSO / redacción

El 29 de mayo de 1981, con la convicción de legar al pueblo de México su colección de arte moderno y de ofrecer un acercamiento a los principales exponentes de la creación visual del siglo XX en el mundo, el pintor oaxaqueño Rufino Tamayo inauguró el Museo de Arte Contemporáneo Internacional Rufino Tamayo, con un acervo de más de 300 obras, entre ellas de Pablo Picasso, Joan Miró, Francis Bacon, Joaquín Torres García, Fernand Léger y Roberto Matta, entre otros.

El recinto del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL), diseñado por los arquitectos Abraham Zabludovsky y Teodoro González de León en el Bosque de Chapultepec, tiene la connotación de una obra de arte más de aquella colección.

El acervo del museo se ha fortalecido con la donación de obras de artistas contemporáneos de la talla de Teresa Margolles, Gabriel Orozco, Pedro Reyes, Francis Alÿs, Mónica Sosnowska, Wolfgang Tillmans y Pablo Vargas Lugo, entre otros.

En 2016, en el marco de las actividades conmemorativas por el 25 aniversario luctuoso de Rufino Tamayo, el subdirector de Colecciones del recinto y especialista en el creador oaxaqueño, Juan Carlos Pereda, encabezó una visita guiada por la bodega del museo.

“Tamayo sigue muy presente con la generosidad e inteligencia de haber hecho un museo para el público: un lugar de reunión, de intercambio de ideas, de discusión, donde ya no solamente buscamos la belleza, sino también una reflexión contemporánea sobre cómo somos. Este museo es un espacio privilegiado para el sentimiento, la emoción, el trabajo intelectual y de reflexión, y Tamayo nos lo abrió para que tuviéramos la oportunidad de conocernos mejor”, refirió Pereda en aquella ocasión.

Durante ese recorrido, describió algunas de las 315 obras que Rufino y Olga Tamayo legaron al pueblo de México, a las que se han sumado 300 provenientes de donaciones posteriores y de adquisiciones realizadas por el INBAL.

“La colección del Museo Tamayo abrió horizontes y posibilidades de que los artistas en formación vieran por primera vez en vivo un Bacon o un Picasso, o vinieran a estudiar un Rothko. Tamayo decía que nos estábamos viendo nada más a nosotros mismos y que había que complementar lo rico que somos con esa visión externa. Asesorado en gran medida por Fernando Gamboa, otra figura importantísima para la cultura moderna de este país, Tamayo hizo una lectura enciclopédica de las ideas en el arte de mediados del siglo XX, cuando la posguerra era un fenómeno inasible pero que todo mundo vivía, y la crisis espiritual, económica y política se respiraba permanentemente”.

La razón por la que compró toda la obra y no aceptó donaciones ni intercambios, agregó, fue porque no quería que lo condicionaran ni que le impusieran criterios que no fueran el suyo. “Pudo tal vez haber logrado conseguir más piezas, pero al final eso le da un extra a la colección, porque es la visión de un hombre de su talla.

“Tamayo fue comprando la colección con un ojo impecable, no solamente por el nombre del artista y la pieza, sino también por ser representativa del mismo, como Untitled (Plum, Orange, Yellow) de Mark Rothko, de 1947, que sabemos inmediatamente que es un Rothko porque tiene estas cualidades específicas de los campos de color de sus obras más conocidas. Y este cuadro es de su transición del surrealismo que refleja los conflictos de la posguerra a un hombre que busca una espiritualidad profunda, manifiesta en estos campos de color”.

Oliver Wick, uno de los expertos más importantes en la obra de Rothko, y quien ha realizado varias de las curadurías del artista, “siempre busca este cuadro –uno de los que más hemos prestado–, porque dice que es el más bello de la transición del autor entre una etapa y otra. Además de ser un Rothko, es uno muy bien seleccionado, inteligente y sensiblemente elegido.

Victor Vasarely y Andy Warhol

“A Tamayo no le gustaba el arte óptico ni el cinético, pero sabía que era importante para entender el desarrollo de la historia del arte moderno. Entonces, compró obra significativa de sus exponentes, como Ceti lum (1966-1973) de Victor Vasarely, porque sentía que tenía un deber social de narrar la historia del arte no solamente desde su perspectiva, sino desde un punto de vista en el que también debería estar incluido, por ejemplo, el arte pop, que tampoco le gustaba, pero compró obra de Andy Warhol y de varios de los artistas pop para la colección, porque sabía que debía estar presente este movimiento en el acervo”.

Muy probablemente los cuadros Peinture (1927) de Joan Miró, “la obra más antigua del acervo, la cual se relaciona con la música, especialmente con las Gimnopedias de Satie, de manera simbólica”, y Collage with Music and Canvas II (1974) de Robert Motherwell, fueron elegidos por Olga Tamayo, compartió Pereda.

“Doña Olga estudió para concertista de piano en el Conservatorio Nacional de Música y siempre tuvo un enorme apego por la música. Aunque ya no siguió su carrera de pianista por administrar la carrera de Rufino, continuó tocando el piano”.

Two Figures with a Monkey

Una de las piezas maestras de la colección: Two Figures with a Monkey (1973) de Francis Bacon, “podría estar en cualquiera de los mejores museos del mundo. En este cuadro, icónico y muy sintético de todo aquello que había buscado Bacon integrar a su poética, plasmó la soledad del hombre contemporáneo en una nueva figuración, con el mono que es símbolo de la locura y el erotismo, y esa asepsia, sordidez y, al mismo tiempo, su perfección renacentista. La proporción áurea con la que está compuesto el cuadro es muy nítida”.

Entre el Rothko y el Bacon, añadió, “vemos que existe esa especial forma de ver de Rufino Tamayo, quien compró obras que no solo son estéticas, sino también importantes”.

Obra de Francisco Toledo en el Tamayo

De entre las piezas de artistas mexicanos, resaltó las de Francisco Toledo “una suerte de hijo espiritual de Tamayo. Rufino y Olga sabían que tenía un talento extraordinario y siempre lo apoyaron: lo conectaron con sus galerías y sus coleccionistas, y desde una época temprana tuvo la oportunidad de desarrollarse internacionalmente con un lenguaje muy propio. De él encontramos cuadros emblemáticos como Mujer atacada por peces (1972), característico de su propuesta estética con la evocación de lo prehispánico; esa manifestación de lo artesanal; el dibujo, recuperado del grafiti y al mismo tiempo de los códices prehispánicos, y su idea tan vital de lo sexual”.

De las obras de Tamayo destacó el Retrato de Olga (1964), “monumental, de gran aliento, lleno de emotividad y afectividad. Es Olga convertida en una suerte de madona atemporal y, simultáneamente, en una deidad prehispánica: Rufino le puso un círculo en la mejilla, como símbolo de dignidad sacramental. Y tiene además la rúbrica de Tamayo como pintor: esa sandía que lo hizo internacionalmente famoso, en este cuadro que también nos recuerda a Cézanne”.

A 39 años de su fundación, el Museo Tamayo ha continuado con la labor de su fundador: exhibir las propuestas más representativas del arte contemporáneo internacional, así como con la preservación y difusión de la obra de este artista.