Noviembre 15, 2024
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La democracia en peligro

Ignacio Morales Lechuga

El populismo es una expresión que posee un significado peyorativo. Este fenómeno, contra lo que pueda pensarse, no es exclusivo de América Latina, Estados Unidos o Europa, su aparición y presencia son, al parecer, universales. ¿Por qué? ¿Cuáles son los elementos que lo caracterizan?
Existen estudiosos que se ocupan del fenómeno y suelen coincidir en el diagnóstico y la caracterización básica del populismo:
Tiene orígenes explicables. Estos hunden sus raíces en una suerte de fenómenos de descomposición que van acompañados del desencanto ciudadano. Esta descomposición se presenta en el deficiente funcionamiento institucional, el cual se aceita, para eficientarlo, con la corrupción; en la fallida credibilidad en la democracia; en la depauperización de grandes masas de la población, y concentración de la riqueza en pocas manos; en la descomposición de los partidos políticos, cuyos objetivos y propósitos dejaron de ser los de los ciudadanos, la llamada “partidocracia”; el escandaloso fracaso del Estado de Derecho, donde la procuración e impartición de justicia terminaron por convertirlo en Derecho de Estado; la aparición de las tecnologías de la información puestas a disposición de las masas a través de las llamadas “redes sociales” que han puesto y ponen en evidencia, incontrovertible, los abusos y desencantos antes señalados… en tiempo real.
En el momento en que confluyen las circunstancias anteriores, dicen los expertos, el recurso de la revolución popular, en términos del marxismo-leninismo, dejó de ser atractiva y viable. Y dejó de serlo, señalan, por el “aburguesamiento” de las masas, del proletariado, pues lanzarse a la sierra o a la clandestinidad para hacer patria no está en el presupuesto de los jóvenes y de los depauperados.
Por eso, la nueva “salida” suele ofrecer recetas mágicas pintadas en medias verdades; inventar enemigos comunes, a los cuales achacar todos los males; sustituir el concepto de “ciudadanía” por el de “pueblo”; recurrir a la “democracia directa”; la satanización del establishment; idealizar los valores nacionales; lo de casa, lo nuestro es lo correcto; ellos y nosotros. Ellos, el enemigo, nosotros, los defensores de la verdad. Es decir, la polarización de la sociedad en beneficio de la causa nacionalista y justiciera.
El populismo tiene carácter cíclico. Luego del ascenso al poder, dada la enorme expectativa popular que demanda resultados rápidos a las soluciones mágicas ofrecidas, casi siempre imposibles de cumplir, procede lo que denominan el segundo desencanto.
El segundo desencanto es el despertar a la realidad, porque las recetas mágicas del populismo suelen fracasar ya a mediano o largo plazos, generan una deuda pública mayúscula, reducen la productividad y la polarización social que azuzan antes que mejorar las condiciones de convivencia, la corrompen.
Donde no hay coincidencia es en la salida al desastre que acarrea el populismo.
Lo sucedido en Venezuela y Cuba marca un nuevo paradigma: el populismo se entroniza, no hay manera de moverlo, las revueltas populares concluyen en un baño de sangre al que la comunidad internacional es indiferente. Se persigue a los medios de comunicación y se ocupa vitaliciamente el poder.
Por eso, el fin de la historia de los populistas es bastante ordinario, el pueblo bueno se queda con su iluminado, con su nueva miseria, sus nuevos ricos, su nueva corrupción, sus nuevos favoritismos. Entonces inicia una nueva diáspora, aún más sangrante para los países porque se van todos los que pueden, primero y más rápidamente, los más capaces y preparados, los que pueden encontrar acomodo profesional, porque la alternativa, no hay otra, es hacerse a la idea de aprender a tener infinita paciencia para conseguir, luego de 10 horas de hacer cola, algo de alimentos. La democracia está en peligro.

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