Agosto 15, 2024
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Instrucciones para enamorarse de Julio Cortázar

IMPULSO/  La Maga 

Cierto. Un juego se establece por un acuerdo: un lugar, un tiempo y las reglas. Una joven decide marchar de casa a conocer su América Austral, le han contado de las maravillas precolombinas, de la selva, las cordilleras, El Dorado, pero entre todo ese esplendor que prometen los mapas, ella va a elegir Buenos Aires, volverá a Banfield, buscando los caminos de Once, causales cotidianas en el Subte, la continuidad de los parques porteños que años después reconocerá en París. Ella es La Maga, ese  pez indolente que jamás conseguirá el cerebro de Oliveira, pero que lo matará a punta de guíglico, de enigmas que no comprende, de la absoluta simplicidad de su belleza: “Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso  caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes” (Rayuela, Cap. 68). La Maga buscará tocar todas las bocas: “Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca”.

Habrá que ir a buscar una tumba, que tenga sobre ella un gato, pararse frente a una entrada de Hospital, recorrer el barrio latino, y luego Saint Germain De Pres,  ir y venir por las callejuelas que no tienen río, donde alguna vez estuvo él, portando un elegante pullover, fumando varios cigarros Gauloises, tarareando un compás de jazz, Charly Parker, por supuesto. El emigrante es una figura de culto, obscura y deleznable clochard.

Hasta aquí, textos dispares han conformado la vida, luego vendrá la madurez en la escritura, buscar la totalidad de la obra, leer esas novelas impermisibles de diferentes prosas que poco tienen ya qué ver con  Rayuela. La exploración de un erotismo en  “tu más profunda piel” abaratado por la pretensión de los autonautas de la cosmopista.

Volver a la América Latina, con el equipaje de “lo nuestro”, sin testimonios, sin libros que repliquen el método cortazariano y encontrar el bullicio de publicaciones que “se parecen tanto a Julio”, la superación de la novela corta, de la  extensa. La elipsis perpetua de la poesía que tan clásica y olímpica impresionaba a Julio en Atenas.

Y Él no volverá a repetirse, salvo en las líneas confusas, argentinas, inexpugnables de una niña que jugó una Rayuela con su vida.