Creo en la Universidad Pública
¿Por qué creer en la universidad pública?, la respuesta no se reduce a pensar sólo en que ayuda a cumplir sueños, anhelos y esperanzas; sino porque son las instancias a donde la mayoría de nuestro pueblo puede acceder. Para muchos jóvenes, representa la única opción que les permite conseguir una mejor calidad de vida, más aún cuando su origen es humilde.
Ante las circunstancias de vida de miles de mexicanos, bastante precaria en el aspecto material, donde con un esfuerzo, en ocasiones sobrehumano, padres de familia o los propios estudiantes hacen lo imposible para concluir una formación en el nivel superior, vale la pena creer en las universidades e instituciones públicas, fortalecerlas y defenderlas.
Una carrera universitaria o egresar de una institución superior pública para muchos mexicanos representa el fruto de su esfuerzo y sacrificio, inclusive les sirve para ayudar a quienes, como ellos, son estudiantes o trabajadores de a pie; que están en el día a día sudando la frente, ganando el pan, superando adversidades y esforzándose por conseguir condiciones de vida dignas.
Es importante reconocer y valorar el papel de la escuela pública, porque en México es común admirar el título de quien estudió en tal o cual institución privada; sin embargo, no le hemos dado el prestigio que de suyo ya tiene la universidad pública, porque también hay buenos académicos, orientadores e investigadores que ayudan a ese mexicano de a pie a salir adelante y, sin duda alguna, contribuyen al desarrollo de un mejor país.
Ciertamente, hay que dignificar instalaciones, fortalecer presupuestos, mejorar administraciones y admitir que, en ocasiones, existen docentes que no se comprometen y sólo caen en la simulación. Situación desfavorable que se lamenta y denuncia; pero también hay muchos catedráticos e investigadores con la camiseta bien puesta, que se capacitan, se actualizan y dejan la vida misma en las aulas, en los laboratorios, en sus talleres y asesorías.
Cuántas ocasiones no escuchamos en una sesión de clase a un profesor decir: “con uno que me entienda, con uno que me escuche y me ayude a cumplir mi sueño de construir un mejor país, me doy por satisfecho”. Sí, la escuela pública brinda miles de satisfacciones, en especial, la de saber que el hijo de un barrendero, de un obrero, de una trabajadora doméstica o de una mamá soltera, hoy vive mejor y tiene una calidad de vida más digna que la de su padre o madre, gracias a la universidad pública.
El “Apóstol de la educación”, José Vasconcelos, creía que la cultura es un mecanismo reivindicador de la raza, sostenía que el mexicano puede conquistar el espíritu, el intelecto y la grandeza.
Vasconcelos también planteó que, por medio de la educación y la cultura, los mexicanos tomarían conciencia de sus problemas internos, y los trascendería en soluciones inmediatas, hasta la conformación de un hombre nuevo: el hombre Iberoamericano, de ahí la necesidad de promover una cultura nacional y popular con acceso a todos los mexicanos (Sametz de Walerstein, 1991).
Es probable que el pensamiento del también llamado “maestro de la patria”, Vasconcelos, tenga más de cien años y algunos no lo consideren vigente. Sin embargo, es una realidad que un siglo después, la riqueza sigue estando en manos de unos cuantos y más de la mitad de nuestra población tiene o enfrenta algún tipo de pobreza.
Por tanto, la educación es y seguirá siendo la palanca esperanzadora no sólo para el desarrollo de México, sino para que miles de mexicanos consigan un porvenir más promisorio, digno y humano.