Noviembre 24, 2024
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CAJA DE PANDORA

Por Guadalupe Rosas Suárez

Recuperemos el brillo de la familia

La familia que por mucho tiempo ha sido patrimonio como escuela de valores, en la actualidad, sufre pérdida de su identidad y dignidad, dada las circunstancias difíciles que detonó la pandemia de Covid-19. Cada vez crece, y de manera alarmante, el número de víctimas de violencia intrafamiliar. Se rebasan los límites cuando se pretende establecer como “normal” un estado de violencia en el que todo se arregla con gritos, golpes o amenazas.

¿Qué hicimos para que el lugar, que debiera ser el más seguro y armónico, se volviera inseguro?, ¿Por qué cada día es más difícil, brindar a nuestros hijos un hogar estable en el que no se vivan situaciones desagradables?

A las limitaciones económicas, altos costos de la canasta básica, precariedad laboral, bajos salarios e inseguridad que “atacan” desde afuera a las familias; hay que sumar el dolor de las luchas internas: vicios, niños maltratados, jóvenes desorientados, ancianos relegados y abandonados.

La familia está herida y es compromiso de todos reconstruirla como célula básica, primordial de la sociedad. Todos tenemos que contribuir para que regresen esos valores de formación y educación de la conciencia, de respeto a la persona, de valor a la dignidad del otro, para recuperar el brillo de la familia.

Independientemente, si un hogar atraviesa por diferentes crisis, es posible que superar las adversidades; aunque uno u otro de sus miembros falle o esté ausente, siempre habrá quien supla o asuma como figura paterna o materna y se encontrarán referentes para formar y educar en los valores a las generaciones futuras.

No obstante, cuando existen dificultades, a quienes se pide madurez y comprensión es a los hijos. Ellos deben entender y perdonar al adulto que lo abandonó, superar la soledad y luchar por salir adelante, aceptar al que llega para ocupar el lugar vacío. Sin embargo, no es justo que a un niño o adolescente se le pida una madurez que un adulto no tiene; muchos no asumen las consecuencias de sus actos y son los menores los que sufren heridas por abusos sexuales, alcoholismo, drogadicción, rebeldía y toda clase de desequilibrios.

Cuántas historias de niños y jóvenes maltratados, golpeados, amarrados; todas reflejo de una dura realidad, ocurren con más frecuencia de lo que imaginamos, lo peor, es que no se detectan tan fácilmente.

En muchos hogares, resulta apremiante tomar decisiones que nos ayuden a proteger a los niños y atender los focos de alerta cuando un hijo está en peligro, porque por más grande que sea el amor, la dependencia económica, psicológica o emocional que se tenga de otra persona, no debe tolerarse desde ningún punto de vista el maltrato o el abuso a un menor.

Los expertos recomiendan poner atención en ciertos detalles para detectar si un menor experimenta abuso físico: puede presentar golpes, heridas, quemaduras; usar ropa abundante con el fin de ocultar las señales; se ausenta de clases, se oculta para que no lo vean; aparece con fracturas sin razón justificada. Cuando es un abuso sexual: presenta dificultad al caminar; tiene picazón, dolor, hinchazón o sangrado en las áreas de los genitales.

Por dolorosa que parezca esa realidad, existe y el miedo genera víctimas silenciosas que necesitan justicia. Tener el valor de denunciar no es fácil, pero no hacerlo nos convierte en cómplices. Ese, es uno de los tantos aspectos en los que hay que trabajar para recuperar las familias, por el bien de la sociedad misma.