Julio 16, 2024
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Cuentos para presidentes

IMPULSO/Rodrigo Sandoval Almazán

La guerra del agua

Benigno no era un gran conversador. De hecho, no hablaba casi nunca. Su trabajo era precisamente escuchar. Fue una de esas conversaciones entre dos altos funcionarios la que nos compartió.

El agua se está acabando, señor secretario. Yo creo que debemos informar a la prensa y a los ciudadanos para que tomen sus precauciones.

No, ¿Cómo cree usted que vamos a hacer semejante cosa? Estaríamos hundidos si se entera la prensa o las personas. No se imagina el pánico que causaría entre la sociedad.

Yo creo que es un asunto que debe saberse, señor. Para que podamos tomar las precauciones y medidas necesarias, nos necesitamos organizar y comenzar a ahorrar el agua, distribuirla mejorde acuerdo a nuestras necesidades.

No lo creo. El agua siempre ha sido un elemento para mantener el poder. Usted no lo sabe, pero los que despachamos las bombas de agua somos nosotros; los dueños de las pipas, de las tuberías. Decidimos dónde y como mandamos el agua. Además la gente, se aguanta.

Como usted diga, pero yo creo que esto va a estallar tarde o temprano señor.

Benigno dejó el trapeador a un lado, para dejar pasar al alto funcionario después de dejar aquella oficina. El también estaba preocupado, en su pueblo hace semanas que no cae gota de agua y las cosechas parecen perderse, si no tenemos agua para cultivar ¿De qué nos vamos a alimentar en el futuro? ¿Además, las personas necesitan agua para vivir, para tomar diariamente? Siogue muy preocupado.

Al día siguiente la situación estalló. Benigno pasaba por la sala de juntas, cuando escuchaba fragmentos de la reunión tan tensa que se estaba llevando a cabo.

La gente no puede estar tomando las estaciones de bombeo para sí. Tenemos que llamar al ejército para que las resguarde y distribuya mejor. .

Es que estamos rebasados. Lo han hecho en todos los pueblos y demarcaciones, señor secretario. De hecho, algunas ya están destruidas por que han querido sacar el agua fuera de las tuberías. La policía contuvo algunos grupos pero ya es demasiada la gente que no tiene agua.

Tenemos que hacer otra cosa. ¿Comencemos a vender más cara el agua para que la cuiden? ¿Debemos racionarla al máximo? ¿Qué opinan?

No hay mucha agua que racionar, señor. Los lagos y bordos ya casi están secos. Toda la red de agua potable de las ciudades está colapsada. Salvo que trajéramos agua del sureste para salvarnos. No tenemos ni tiempo ni dinero, ni tuberías, dejamos crecer el problema que ahora tenemos en las manos.

¿Cómo ocurrió esto? ¿Por qué no lo vimos venir?

Nunca le prestamos atención al cambio climático, a la falta de agua, pensamos que llegaría tarde, pero llegaría…

Nadie hizo caso a las propuestas para cuidar el agua en las ciudades, cambiar el sistema de agua que tiene muchas fugas, el drenaje, sistemas para reciclar el agua que tenemos – mencionó una joven, con traje y lentes de pasta, que con voz temblorosa, seguía diciendo – siempre dijeron “es muy caro, además el agua sobra” ahora estamos pagando las consecuencias.

Tiene usted razón licenciada, pero ahora necesitamos respuestas, soluciones, no reclamos como el que usted nos hace.

Benigno escuchaba atento, preocupado seguía la conversación de sus jefes, a todos los conocía. Sabía que llegaban en auto y que iban siempre bien vestidos, algunos educados, otros altaneros. En ese edificio hoy se había agotado el agua; él mismo ya no tenía ni para trapear. Sólo unos cuantos baños funcionaban. Por eso la crisis les había estallado en la cara. Por eso, vendrían las guerras del agua.

Pasaron los días y Benigno dejó de ir a trabajar. Se sentía demasiado débil. No le quedaba agua por ningún lado de su casa, sus hijos habían emigrado a Estados Unidos, bueno, eso creía él, pero en realidad estaban atrapados en la frontera con tantos otros miles que se habían ido en busca de agua. Sólo quedaban unos cuantos: los que tenían agua y los que luchaban por ella.

Escuchaba los gritos y los balazos. Los hombres armados que irrumpieron en su casa dos semanas después, lo vieron viejo y cansado, no se llevaron nada, no tenía nada, su salud menguaba. Ellos buscaban agua. Sus camionetas tenían gasolina, sus armas balas, sus rostros tristeza, miedo y angustia porque no encontraban el preciado líquido.

Se irían a otras casas, otros poblados hasta encontrar agua, saquearla, guardarla para cultivar o para sobrevivir. En las noticias había escuchado que el país era zona de emergencia nacional, habían pedido apoyo a otras naciones. Llegaba el agua por barco, por aviones, pero solo para los más ricos, para los poderosos, para sobrevivir a la emergencia y decidir en nombre del país. A ellos, a los pobres, no les tocaba nada.

Años después cuando regresó el agua a raudales, cuando se inundaron las presas por las tormentas, cuando se perdieron las playas por los mares que invadieron la tierra por el cambio climático. Don Benigno ya no estaba. Ni los políticos, ni sus ciudades. Era una tierra fantasma, un lugar árido, desierto, arenoso, donde apenas comenzaba a nacer de nuevo la vida, por que la tierra al fin había pasado la cuenta del daño causado, por que no tuvimos el valor de cuidarla, de atenderla y no de explotarla sin medida. Las guerras que vienen son guerras por agua.