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Cuentos Para Presidentes

Impulso/ Rodrigo Sandoval Almazán

La Constitución perdida

Cuenta la leyenda que la verdadera constitución se perdió en los documentos robados a Venustiano Carranza el día de su muerte. Nadie lo sabe a ciencia cierta porque todos los implicados en el magnicidio ya fueron pasados por las armas, pero hasta aquí han llegado algunas cartas y versiones orales -chismes- que nos cuentan la historia de la constitución perdida. Va esa reconstrucción de los hechos con sus respectivos actores y sus implicaciones.

“No habíamos terminado de elaborar la parte de los artículos relacionados con la soberanía nacional y del poder del pueblo, cuando un diputado constituyente dijo:

-Debemos debilitar la institución presidencial, es demasiado fuerte y tendrá al país en sus manos sino lo controlamos con el congreso. Hagamos como los norteamericanos que su poder legislativo controla el ejecutivo.

-No diputado Góngora -habló el mayor Constitucionalista, Venustiano Carranza- no debemos regresar al vicepresidente, debe tener el mismo equilibrio de poderes y el ejecutivo lo debe controlar.

El diputado no quedó tranquilo, pero acepto la palabra del máximo jerarca.

– ¿Vamos a crear una guardia nacional que esté fuera del ejército y sea superior en jerarquía a las policías locales?, dijo el diputado Victorino Góngora.

– Eso sería copiar de nuevo a los gringos. Dijo otro diputado.

– Pero es la mejor opción para  tener el control de los caudillos y las huestes militares que siguen causando inestabilidad, que no pase necesariamente por el congreso ni por el vicepresidente.

– Yo creo, dijo el diputado Francisco J. Múgica, que tenemos que pensar la constitución a largo plazo, no solamente para que resuelva los problemas que tenemos al momento, sino los futuros. Dejamos la guardia nacional para el futuro, además en este momento no podría llevarse a cabo.

– Y, ¿qué hay de los recursos naturales? ¿Debemos dejarlos también para el futuro, que caigan en manos de los empresarios extranjeros? Pregunto el diputado Macario Pérez.

– Eso, dijo Carranza, ya lo hemos discutido en comisiones diputado. Se ha quedado como bienes nacionales y buscaremos explotarlos nosotros con ayuda del extranjero por su técnica, pero no para que ellos lo vendan.

– En lugar de estar discutiendo esto, terció Múgica de nuevo, creo que debemos pasar a la aprobación llevamos ya dos meses y esto tiene que terminarse lo antes posible para dar certidumbre y estabilidad al país.

Carranza dudaba, él sabía que la Constitución que quería aprobar, la cual tenía bajo el brazo, era una reforma a la de 1857, un poco más liberal, pero no tan radical como la que tenía frente así en su escritorio. No le caía bien Múgica, pero también era claro que la mayoría de los constituyentes eran “carrancistas” por el momento; había logrado imponer un gran número de sus allegados como constitucionalistas, pero eso no duraría para siempre, debería buscar la aprobación lo antes posible o perdería la oportunidad y de nuevo el país se quedaría sin constitución.

En cambió Múgica, Góngora y otros pensaban que la constitución requería mucho mayor impulso a los temas sociales, por eso impulsaron reformas a la ley del trabajo, la protección de los obreros y sus sindicatos con el artículo 123. En particular Múgica junto con otros diputados buscaron garantizar la educación con el artículo 3o constitucional, el artículo 27 sobre el territorio y su riqueza como sería repartida. No estaba de acuerdo en las reformas que pretendía hacer el jefe máximo, pero si lograba que estos artículos se aprobaran sería un gran avance para el país.

Corrían los inicios del año 1917 cuando se hicieron las últimas negociaciones para aprobar la constitución política de los Estados Unidos Mexicanos. Carranza aún tenía la esperanza de que la otra constitución, la de 1857, resultara aprobada con sus cambios y adecuaciones para esta nueva época; pero sus propios diputados, sus amigos le traicionaron: “Aprobaremos solo el proyecto que hemos discutido en comisiones, este es el que quedará para regir a México por varios siglos. Es el más avanzado que tenemos, incluye aspectos que ninguna constitución tiene en el mundo en estos momentos” dijo el diputado Macario Pérez.

Al jefe máximo no le quedó de otra más que tocarse la barba blanca, respirar profundamente y mirar por debajo de sus anteojos al diputado del estado de México que le acaba de increpar, buscó en los rostros de los miembros de la comisión y nadie le secundo la mirada, sabía que había perdido, no se podría aprobar su idea, pero estaba contento, porque al final de cuentas pasaría a la historia como el presidente que había impulsado la primera constitución política de este país en ciernes. Así lo escribiría en sus memorias perdidas:

“No logré para México que fuera un país de libertades, sino con una libertad limitada y acotada por los intereses sindicales y empresariales, no por el interés de los pueblos. Me habría gustado que los mexicanos fueran ciudadanos más educados y participativos, pero es lo que tenemos por ahora, un puñado de diputados que busca lucrar y una partida de empresarios que rondan como buitres hambrientos los bienes nacionales”

Después de la votación de la constitución todos se felicitaron, hasta el hombre de la barba estaba contento; no sabía que, unos años después, en 1920, sería asesinado arteramente por el general Herrero que lo mató mientras dormía aquella lúgubre mañana del 21 de Mayo; entre sus cosas todavía estaba el manuscrito de su propia constitución, la que le hubiera gustado aprobar, la que regiría un México más liberal y moderno, menos lleno de limitaciones y problemas como la constitución de 1917, pero ahí se quedó impresa como letra muerta entre los escombros de un jacal de Tlaxcalantongo, Puebla, esperando el juicio de la historia.