Diciembre 23, 2024
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¿Y usted, qué hace?

Gabriel Guerra Castellanos

No me vayan a creer un metiche, apreciados lectores, pero en estos tiempos de confinamiento ya sea absoluto o relativo, me da una enorme curiosidad saber qué es lo que están haciendo los demás para sobrellevar el encierro, suponiendo que lo estén respetando.

Me queda claro, de entrada, que México no es un país que destaque por su respeto a las reglas de aislamiento social, que aquí conocemos como “Quédate en Casa”. Nuestro tradicional desapego a las reglas y nuestra casi religiosa adhesión a la máxima aquella de que “hágase su voluntad, Señor, en los bueyes de mi compadre” queda una vez más de manifiesto.

Sería gracioso si no fuera trágico y muy posiblemente letal. Cada vez que alguien incumple las normas establecidas por las autoridades sanitarias pone en riesgo a su familia, sus amigos, su cuadra y su colonia. Y posiblemente mucho más allá: la probabilidad de contagiar a alguien que ni la deba ni la tema es enorme, y las salidas indiscriminadas, con el pretexto que sean, son un peligro para lo que pomposamente se conoce como el complejo social, es decir los distintos núcleos sociales en los que nos movemos: trabajo, escuela, vecinos, amigos, clientes, negocios, etc.

En estos tiempos hay tres tipos de ciudadanos, según yo: están los que TIENEN que salir, ya sea porque pertenecen a alguna de las categorías laborales indispensables o porque su circunstancia económica es extrema y dejar de salir a ganarse la vida representa, literalmente, dejar de comer o de alimentar a los suyos.

(Si usted es de los que creen que los pobres no trabajan por flojos o que son unos irresponsables o que se están beneficiando de las pocas ayudas del gobierno, entonces no sé qué hace leyéndome. Esas expresiones me parecen odiosas y discriminatorias, además de que ignoran la realidad en que sobrevive la mitad de la población de nuestro país.)

Así pues, en esa primera categoría hay dos subsecciones, ambas a mi juicio exentas. Ojo, no equiparo a quien tiene que salir a vender sus productos a la calle o al mercado con quien cree que “tiene” que salir a ver si ya puso la marrana del vecino. Pero digamos que todos aquellos que salen ya sea por sentido de responsabilidad o por supervivencia, tienen mi absolución laica.

Luego están los que salen “poquito” o mucho. Consideran que una ida al parque no afecta, que un paseo en coche o ir a curiosear al súper no importan porque se están “cuidando” y sólo ven a sus amistades y familia ocasionalmente, los saludan de lejitos y no hacen brindis cruzados. Porque pues sí van de repente a alguna pequeña reunión, pero de no más de cincuenta personas. Y saben distinguir entre quien está sano o no, para evitar mejor el contagio. Si tienen algo de dinero, rentaron una casa o departamento en la playa, al que van y vienen. Conviven y tienen contacto con vecinos, empleados y prestadores de servicio allá, pero no les importa poderlos contagiar. En su ecuación epidemiológica, los demás no pintan.

Finalmente, en la tercera categoría se encuentran quienes sí están encerrados, con o sin pareja, con o sin hijos, con o sin familiares o compañeros de casa o mascotas que les hagan un poco más (o menos) llevadero el encierro. Para todos ellos ha sido ya prácticamente un mes de alejamiento con dificultades económicas o laborales, para otros con las complicaciones de la crianza y educación de los niños si los tienen, para muchos más con la claustrofobia de sus 30, 40, 50 o 100 metros cuadrados de espacio vital.

Las comparaciones son odiosas, pero los de esta tercera categoría están haciendo también sacrificios muy importantes para evitar la propagación de este virus que nos vino a cambiar a todos la vida. Merecen toda nuestra consideración y respeto, comprensión y apoyo.

En cambio, a los salidores sólo les podemos decir que nos ponen, a todos, en peligro. Que no se vale, que su irresponsabilidad nos cuesta a todos.

¿Y usted, querido lector, qué hace en estos tiempos?

Twitter: @gabrielguerrac