Noviembre 19, 2024
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Volver a 1994

IMPULSO/ Miguel Carbonell
El documental “1994” del periodista Diego Osorno, que se puede ver en Netflix, es un ejercicio de memoria histórica colectiva y una explicación sensata del proyecto inconcluso de la modernidad mexicana.
A lo largo de los capítulos la narración se embellece con una magnífica fotografía y con entrevistas a varios de los protagonistas de aquel año febril, descontrolado, terrorífico y absolutamente imprevisto. Llama la atención también la cantidad de voces que no están, supongo que por su negativa a ponerse frente a la cámara.
Pero resulta muy ilustrativo escuchar al expresidente Carlos Salinas, al subcomandante “Galeano” (más conocido como Subcomandante Marcos), a personajes muy cercanos a Luis Donaldo Colosio como Agustín Basave, Alfonso Durazo, Carlos Rojas Gutiérrez o Mario Luis Fuentes, al propio hijo de Luis Donaldo, quien es hoy un prometedor diputado local del partido Movimiento Ciudadano en Nuevo León, entre otros.
Quienes tenemos cierta edad vemos a personajes que conocimos y rememoramos esos eventos que nos tocó vivir en tiempo real, pero debería ser visto también por las generaciones más jóvenes, para comprender qué fue lo que le sucedió a México y por qué el presente que les toca ahora vivir es como es.
El gobierno de Salinas tomó desde su arranque una de las decisiones más audaces y polémicas: la firma de un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá. Salinas cuenta que las negociaciones fueron muy intensas y se demoraron cinco años. Finalmente, en 1993 los tres países firman el tratado, el cual entraría en vigor el 1 de enero de 1994. El tratado le ha reportado enormes beneficios a la economía mexicana, como lo han reconocido incluso quienes en ese momento se opusieron férreamente. Sin duda, también hubo perdedores por la apertura económica, pero los datos leídos con perspectiva histórica avalan ese paso fundamental dado por el gobierno de México.
Lo que nadie pareció tomar en serio fue el alzamiento zapatista que se produjo justamente muy temprano ese 1 de enero. Y tampoco nadie tuvo la previsión de contar en el escenario político con un protagonista como “Marcos”, quien con sus cartas plagadas de poesía y buena literatura subyugó a propios y extraños, generando un imán permanente de atención mediática en plena selva lacandona.
Un misterio que el documental no aborda es de dónde salió el financiamiento para organizar a la guerrilla zapatista. No es creíble que comunidades que viven en alta marginación y rodeadas de pobreza hayan conseguido tantas armas, hayan podido dedicar tanto tiempo a entrenarse y se hayan organizado de forma tan efectiva, sin contar con líneas de suministro logístico y financiero que viniera de alguna parte. El documental recoge grabaciones de movilizaciones y entrenamientos zapatistas que se remontan a 1992. ¿Nadie en el gobierno de Salinas supo de esas movilizaciones? ¿Nadie alertó respecto al trasiego de armas y recursos logísticos? Uno de los colaboradores de Colosio menciona como de pasadita que los zapatistas pudieron haber sido alentados a la insurrección como una forma de derrotar al proyecto modernizador que representaba la candidatura del sonorense. Persisten muchos misterios en los que se podría seguir indagando.
Queda también la sensación, luego de terminar el último capítulo, que el Estado mexicano en muchos aspectos es una gran “chapuza”, que ni queriendo puede funcionar bien. Basta con recordar la pésima investigación del asesinato de Colosio o la no menos pintoresca del homicidio de José Francisco Ruiz Massieu, en la que la PGR recurre incluso a una famosa vidente para hacer su trabajo. La procuración de justicia es retratada como una farsa, como un juego de ineptos, como una grotesca representación que no resuelve nada y todo lo enreda, masacrando vidas y honras. No estoy seguro de que 25 años después hayamos mejorado mucho.
Tiene razón Salinas cuando dice en el documental que la investigación del caso Colosio se pudo terminar gracias al trabajo profesional y eficiente del último fiscal especial, Luis Raúl González Pérez. Esa investigación sí fue profesional y exhaustiva, rigurosa y metódica para resolver muchas dudas alrededor de Mario Aburto y de las supuestas teorías del “complot” alrededor del caso.
Volver a 1994 es volver a un año cismático en la historia del país. Un año que, esperemos, nunca debería repetirse. Un año en el que México despertó totalmente desagarrado. Un año muy triste, del que todavía no nos recuperamos del todo.