IMPULSO/ Agencia SUN
México
Escamas, dientes, aletas, ojos. Diferentes partes de los peces se observan a través de los frascos de cristal donde son conservados. Sus cuerpos flotan en alcohol sobre numerosas gavetas, donde un nuevo océano de posibilidades los alberga. La ficha que los acompaña con datos como nombre científico, fecha y lugar de colecta, revela un poco de su origen, que también es la historia del mayor inventario de los recursos ictiofaunísticos del país.
La Colección Nacional de Peces (CNPE), albergada al interior del Instituto de Biología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mantiene más de 250 mil ejemplares provenientes de los sistemas acuáticos naturales y artificiales del país, como océanos, mares, estuarios, lagunas costeras, lagos, ríos, cenotes, bordos y presas. El maestro Héctor Salvador Espinosa Pérez es el encargado del acervo que tiene sus raíces alrededor del año de 1896, cuando el legendario científico mexicano Alfonso L. Herrera publicó el “Catálogo de la Colección de Peces del Museo Nacional”, en el cual se mencionan muchos peces que aún se conservan.
Entre los ejemplares que provienen del Antiguo Museo Nacional, que posteriormente pasó a ser el Museo del Chopo, se encuentran algunos de los más antiguos que se resguardan, como un pez de aguas profundas de 1886, probablemente traído de Europa, ya que también se conservaban ejemplares traídos de otras partes del mundo.
Actualmente la CNPE está acompañada por otros recursos que amplían la información, como colecciones de esqueletos, escamas y otolitos. Estos últimos son pequeñas estructuras calcáreas que les sirven a los peces para la audición y son diferentes en cada ejemplar. Frecuentemente se integran más ejemplares, no sólo a través de nuevas colectas, sino de la donación de otras colecciones más pequeñas provenientes de diferentes partes del país, como el caso de un acervo del Tecnológico de Monterrey proveniente de Guaymas, Sonora. Fue cedido hace seis años al cerrarse algunas carreras en esa sede educativa, pero reunía 40 años de trabajo en más de 12 mil frascos con diversos ejemplares a los que era necesario buscarles un refugio adecuado.
Para Espinosa, mantener un registro puntual de los peces que han habitado y habitan los cuerpos hídricos del país, es también una oportunidad para saber cómo van variando sus condiciones y los aspectos que influyen en el mantenimiento de su biodiversidad. Entre los cientos de frascos que resguardan este patrimonio se puede ver, por ejemplo, cómo ha cambiado el tamaño del pescado blanco endémico del lago de Pátzcuaro en Michoacán, pues debido a la presión de las pesquerías (es extraído sin dejarlo desarrollarse totalmente), los peces cada vez son de menor tamaño. Se calcula que existen alrededor de 10 mil redes de pesca en este lago.
La lupa que brinda la ciencia
Además de los estudios de índole sistemático, ecológico, biogeográfico y pesquero, otros objetivos de la CNPE son la realización de proyectos y programas de conservación, recuperación y protección de especies amenazadas, protegidas o en peligro de extinción. En este sentido, uno de sus focos de estudio en la actualidad es Cuatro Ciénegas (Coahuila), una zona con alto índice de endemismo y con peces poco conocidos como el cachorrito del bolsón y la sardinita de cuatrociénegas (en peligro de extinción) que viven bajo la presión de ejemplares exóticos, como el llamado pez joya (Hemichromis bimaculatus) perteneciente a la familia de los Cíclidos y originario de África. Se piensa que fue introducido hace más de veinte años, pero no se sabe si fue de manera accidental o intencionada. Se ha mantenido compitiendo por los recursos y depredando otras especies endémicas.
Otro problema que se ha detectado en la zona, según explica Espinosa, es el bajo nivel de las pozas en algunos sitios por la sobreexplotación del recurso hídrico, como lo que sucede por el cultivo de alfalfa, un vegetal que requiere mucha agua, pero que aun así se cultiva en el desierto.
Entre otros sitios de investigación de la CNPE destacan las estaciones científicas de la UNAM, como la que se encuentra en Chajul, Chiapas, una zona natural protegida que; sin embargo, ha sido atacada por muchos problemas como la deforestación de la selva y el bosque alto, así como también por la proliferación de especies introducidas provenientes del sur del continente. “Es un lugar donde hay la confluencia de seis ríos que están en la frontera. En la parte de México se han controlado algunas cosas, pero el problema principal es el llamado pez diablo, el famoso pleco o limpiapeceras que cuando es arrojado a estos sitios se multiplica fácilmente. El problema es que hace hoyos en las paredes de los ríos donde se reproducen otras especies y todo ese terreno queda frágil y se deslava”, señala sobre un lugar donde han colectado durante más de una década.
En otros casos, como el de los Tuxtlas, en Veracruz, Espinosa señala, tal como otros investigadores lo han subrayado en estas páginas, que la voracidad del turismo masivo está acabando con lo que antes era un paraíso de biodiversidad. En este estado, la sobrepesca también tiene amenazadas especies como los meros, peces que tardan mucho tiempo en crecer y cuya extracción apresurada limita el desarrollo de adultos reproductores.
Los estudios que hace la Colección son apoyados por estudiantes nacionales y extranjeros con diferentes proyectos, como los que surgen en los diferentes posgrados relacionados a la ictiofauna, como el de sustentabilidad. A través de nuevas investigaciones se evidencian problemas sociales relacionados con los recursos pesqueros, como el hecho de que las cooperativas estén disminuyendo en el país y los acaparadores son los que sacan el mayor provecho; además de que mucho del pescado que se consume en el país es de importación, como la tilapia proveniente de Vietnam, la que comúnmente se ofrece en los centros comerciales.
Espinosa señala que en México no se pesca más allá de los 50 metros y antes incluso se desechaba la llamada pesca de acompañamiento, los peces que no son el objetivo, pero que pueden representar alguna utilidad en el mercado. También en los fondos marinos existen muchas otras especies que se pueden aprovechar tanto como recursos de la industria farmacéutica como para consumo humano. “Hay peces que son muy parecidos a las sardinas y que habitan en la profundidad del océano en grandes cantidades”, anota. Sin embargo, para llegar hasta estos recursos se requiere una mayor inversión y también visión de las empresas potencialmente interesadas.
Caminando entre los pasillos que alberga la Colección, llama la atención un enorme esturión con más de un siglo de antigüedad. Espinosa señala que estos peces habitaban en gran cantidad en el río Bravo y de los que ya sólo quedan leyendas en nuestro país, como las apariciones de uno enorme en la Presa de la Amistad. Las convivencias poco probables en el hábitat natural de las diferentes especies, se diluyen en los archivos de la Colección. Así aparecen una corvina ocelada del Océano Atlántico a lado de una anguila rostrata con cara de pocos amigos proveniente de Soto La Marina, un río costero en la vertiente del Golfo de México. También hay lugar para la afilada dentadura de un tiburón del Golfo de California al lado de un pequeñísimo guatopote jarocho (Puescilopsis gracilus, su máxima longitud son 5 cm), proveniente del río Coyula en Oaxaca. Todo cabe en una colección sabiéndolo acomodar.
En los congeladores también se mantienen muestras listas para extraer su información genética. En este sentido, un esfuerzo internacional para conocer la identidad de las especies a partir de la secuencia de ADN es el proyecto Barcode of Life Database (BOLD) con el cual se espera tener una identificación a nivel molecular de todas las especies. “Aún hay mucho que descubrir en diversidad de especies y sobre la filogenia (relaciones evolutivas) de los grupos de peces que hay en México y cómo están relacionados con los del resto del mundo. No somos un país aislado y la ciencia se tiene que hacer a nivel global para que sea ciencia”, señala Espinosa sobre este clavado a una colección donde el cuerpo congelado de una totoaba de metro y medio o la microscópica larva de un pez cobran la misma importancia para indagar en las historias que sostienen el futuro de estos organismos en el planeta.