Julio 16, 2024
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IMPULSO/ José Cárdenas
La esperanza muere al último

El tiempo juega en contra de los atrapados bajo los escombros. La espera desborda incertidumbre. Hay quien cree en los milagros, sí, pero según la experiencia médica, el aguante del cuerpo humano en situaciones extremas es de 72 horas, porque los escombros provocan el aplastamiento de órganos, lo que puede causar que se lastimen más rápidamente, se destruyan y, naturalmente, sobrevenga la muerte.
Los tres días vitales se cumplen este viernes, a pesar del esfuerzo ejemplar de rescatistas, elementos de las Fuerzas Armadas y cientos de miles de voluntarios haciendo lo que tienen que hacer. ¿La luz de cuántas vidas extinguirá antes de que acabe de soplar la muerte? La urgencia del rescate desesperado de la mayor cantidad posible de sobrevivientes sepultados vivos, oculta la verdadera magnitud de la tragedia.
El número de víctimas no sólo quedará en la cifra de muertos y heridos; el luto viene acompañado de la desolación de quienes lo perdieron todo. Apremiado por la emergencia, se ha iniciado el censo de los 40 edicios derrumbados y entre 200 y 500 que amenazan con caer en pedazos en la Ciudad de México y las comunidades morelenses y poblanas, tocadas de muerte por el terremoto del martes; los daños van más allá de lo evidente. Grupos de peritos, arquitectos, ingenieros y personal de Protección Civil recorren calles y callejones en busca de inmuebles rotos Debajo de escombros y daños irreversibles surgen historias patéticas. Personas durmiendo en la calle; familias enteras pidiendo posada a los seres queridos; miles de capitalinos que se niegan a abandonar casas y departamentos que signican todo su patrimonio. Hay demasiadas preguntas… ¿Cuántas construcciones quedaron inservibles? ¿Cuántas familias perdieron su hogar? ¿Dónde se van a alojar, por largo tiempo, todos los damnificados? ¿Cuál será el apoyo que podrán recibir? ¿Cuántos estarán en condiciones de adquirir una vivienda nueva?
En la capital del país aun se observan las cicatrices de los sismos de 1985; asentamientos irregulares, predios invadidos e inmuebles precarios, construidos para albergar a los afectados de hace tres décadas. Esta vez, también podemos esperar algo parecido. Las profundas heridas del martes pasado no cicatrizarán mañana; tardarán lustros en sanar y, aun así, las huellas del desastre quedarán indelebles en la piel de la Ciudad de México y el resto de las comunidades afectadas en Morelos, Puebla, el Estado de México y Guerrero, sin olvidar al Istmo de Oaxaca y los 82 municipios afectados en Chiapas por el terremoto del siete de septiembre.

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