IMPULSO/Sara Lovera/SemMéxico
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Estamos realmente ante cambios trascendentes, es eminente, y para analizarse en serio, la decisión del casi presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, de haber presentado con tanta anticipación a quienes se harán cargo de la nueva administración. Con todo, es una muestra de democracia mostrar a quienes lo acompañarán en la tarea del nuevo gobierno, pues ha dado lugar al escrutinio público, oportunidad estratégica para reafirmar su propia decisión y compartirla con sus votantes y sus adversarios.
Por otro lado, resulta lógico que no haya delineado la política de género que se desarrollará durante su gobierno. Pienso que, sí hay personajes capaces, saben que hoy el papel de las mujeres es sustantivo, no para recibir únicamente justicia o igualdad, sino como una población (52 por ciento) necesaria para reciclar y atemperar la crisis mundial por la que atraviesa el sistema capitalista.
Dicho de otra manera y con las palabras de Alicia Bárcena Ibarra, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), cuando explica que “la tarea de avanzar en la autonomía de las mujeres y la igualdad de género en América Latina y el Caribe no sólo es un asunto de justicia social sino un factor imprescindible para el desarrollo sostenible de los países de la región”.
Esto es, desde el feminismo claro que es imprescindible que las mujeres sean autónomas y suficientes, felices y con derechos, y para el capital es indispensable que esas mujeres contribuyan a componer el desastre económico, se vuelvan emprendedoras y participen en la toma de decisiones, no entender este binomio, es no entender nada. Se necesita realmente que las mujeres vivan libres de violencia de género; sean creíbles y valoradas, según nuestra filosofía, pero es fundamental que ahora compartan y contribuyan a la recomposición de la economía capitalista.
Desdeñar ello por prejuicios patriarcales, es desconocer cómo millones de mujeres han sostenido la producción capitalista y comunal del campo; no mirar que estamos contribuyendo a la creación de la riqueza nacional -21 por ciento del PIB es resultado del trabajo gratuito de la mujeres- y peor sería, si de gobierno moral se trata, no entender que el machismo y la ignorancia, limitan su capacidad y el acceso a sus derechos y por lo tanto a participar en el gobierno. Mantener a millones de mujeres en condiciones de no ciudadanas, es absolutamente una tontería que cuesta muy caro a la economía y a la acumulación de la riqueza. Por eso para el nuevo gobierno la política de género tendría que ser prioritaria.
Y aquí hay que señalar que el sexenio que está por terminar hizo bien su tarea. No pudo detener o atemperar la violencia estructural que por supuesto impacta la vida y la muerte de las mexicanas; tampoco –seis años es casi nada- pudo conseguir el cambio en el pensamiento machista y detener obstáculos elementales, como el crecimiento de la derecha real, militante, retrógrada que campea en todo el país.
No puede ser, por tanto, que el próximo gobierno sea atrasado, religioso o moralino, frente a asuntos acuciantes: siete mujeres asesinadas al día, la mayoría a manos de sus seres queridos, la trata de mujeres y niñas con fines de explotación sexual; obreras con salarios ínfimos y encima una corriente ideológica que quisiera regresarnos a la casa cueva de reproducción biológica con que dio comienzo la “civilización”. Tampoco es posible permitir que las y los nuevos políticos abusen de la subordinación de millones de mujeres, que también piensan y viven como en la época de las catacumbas. La modernidad, el liberalismo, los derechos civiles, aún no llegan a pueblos y comunidades. Ni hablar.
Entonces la decisión del ungido por el pueblo tiene que ser asertiva, eficaz, por justicia social y por pragmatismo –del que hace gala el futuro presidente-. ¿Qué sucederá con el Instituto Nacional de las Mujeres? crecerá la corriente por limitar su autonomía y crear una Secretaría, como si fuera un avance. Será que hay quien piensa que redistribuir la riqueza no justifica tener en cuenta los asuntos específicos de más de la mitad de la población. Son preguntas.
En cambio, habría que reconocer que se han puesto las bases –no hay soluciones mágicas- de una nueva institucionalización que abarca desde el Gabinete hasta las presidencias municipales, bases que han llamado a la conciencia de los dirigentes de las universidades; desde los administradores de las empresas gubernamentales hasta la iniciativa privada y los bancos.
Me refiero a hacerlos pensar en la desigualdad, en el significado de la discriminación, en la tarea titánica para cambiar la cabeza del funcionariado público y hasta de muchas mujeres que no creen en la desigualdad y la discriminación. Pero no lo hacen, me dirá mi alter ego concretado en una brillante periodista, claro que no. Son bases institucionales no desdeñables, pero estamos apenas en el principio. Hace 50 años, cuando empecé a militar, no había ningún hueco donde meter nuestros planes y nuestros afanes. Lo digo en serio, no había nadie que se aliara a nuestra demanda de aborto, por ejemplo.
Tendrá que pensar la nueva administración que como nunca hay miles de mujeres y hombres pensando en la igualdad, lejos de conseguirse, pero que tiene claramente trazado un camino, en ello somos socias las feministas y los feminismos; muchos hombres modernos en todo el entramado político y social; muchísimas mujeres políticas, los organismos internacionales y la población de muchas ciudades y comunidades. No en vano hemos ido y venido, feministas y nuevas funcionaras, por todo el país, sistemáticamente.
Hay tres cosas que reconocer y no escatimar al sistema, es decir a los gobiernos recientes, pero especialmente al encabezado por Enrique Peña Nieto: la nueva institucionalidad, conservando la autonomía del INMUJERES; la creación de empleos –así sean precarios- con seguridad social y por supuesto la iniciativa de cambio constitucional que empujó la paridad en el terreno de las cámaras y las presidencias municipales. Como no es magia, aún hay lastres y dificultades. Más bien podemos hablar de gérmenes de un proceso, que si se frustra daremos pasos para atrás.
Entonces la política de género en “la cuarta transformación del país”, tendría que tomar en cuenta todo ello. Además, claro, de reformar el sistema judicial donde topa el asesinato, la tortura y desaparición de mujeres; que ha dañado el alma de miles de familias, pero principalmente madres; que no investiga a las redes de trata y es cómplice de criminales. Eso tanto como la ideología de los hacedores de mensajes en todos los medios y por todos los medios que consienten esa situación y aún piensan que las mujeres hemos nacido para tener hijos, darles placer sexual y tener la boca callada.
Para muestra un botón: el morenita Jesús Estrada Ferreiro, presidente municipal electo de Culiacán, calificó, apenas el 4 de agosto como “estúpida” la ley que promueve la paridad de género, con la que se busca que más mujeres ocupen cargos políticos y tomen decisiones. Y aseguró; “Hay una ley para mí estúpida, la Ley esa (de Paridad de Género), que dice que hay que darle 50 por ciento a las mujeres y 50 por ciento a los hombres, para mí es discriminatoria”, su argumento es que deben llegar a los puestos las mejores personas, no a fuerza mitad y mitad, en el fondo este hombre integrante de Morena, es el mejor ejemplo del desdeño y la ignorancia de lo que sucede en México y en el mundo. Por ello importa cuál será el derrotero de esta política.
Y, finalmente, sí importa mantener la autonomía de los institutos, nacional, estatal y municipal, que garantiza la gestión operativa y técnica y la posibilidad de tener recursos propios y no depender del ejecutivo. Que pasará en Culiacán con ese presidente municipal; que sucederá en los gobiernos estatales donde ya de por sí los gobernadores apenas y están aprendiendo; que sucederá si se le vuelve a dar poder a los maestros, muchos que abusan de niñas y niños y no enseñan nada sobre igualdad; que sucederá si pensamos que las asesinadas tienen la culpa de no haber obedecido, etcétera.
Así que la decisión del futuro de la política de género no se arma con simpatías, firma de cartas de apoyo, conmiseración frente a una mujer que perdió las elecciones o dar un premio a otra u otras para llegar al gabinete, pensando que eso le dará más poder. Ni la van a dejar hablar, hay que ver nada más al grupo para la transición formado en Jalisco, de puros hombres, que es también muestra actual de las dificultades. Al tiempo, veremos.