IMPULSO/Agencia SUN
Ciudad De México
Hace siete meses el arquitecto Jorge Gamboa de Buen asumió como presidente de la Fundación de Arquitectura Tapatía Luis Barragán (FATLB) en sustitución de Arabella González, tras la polémica por la sustracción de parte de las cenizas del arquitecto Luis Barragán con miras a la exposición de Jill Magid, “Una carta siempre llega a su destino”, que justo hace un año exponía el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC).
Hasta ahora, la Fundación mexicana no había hablado del proceso de esta exposición, ni de los permisos para que Jill Magid fuera, por seis días, huésped de la casa —declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en 2004— ni de la polémica al interior de la FATLB sobre la misma.
Citando al curador Patrick Charpenel —uno de los gestores del proyecto Magid en México y codirector artístico del programa Estancia FEMSA en la Casa Barragán— Jorge Gamboa sostiene que desde el escándalo por los tiburones de Damien Hirst, que se empezaron a desbaratar en la colección Saatchi, no había habido un escándalo tan importante en la historia del arte contemporáneo como el de Jill Magid. Ese escándalo, admite, ha contribuido a que llegue más público a ésta y a otras casas del artista.
Si bien, en la entrevista comienza por defender el trabajo de Jill Magid (Connecticut, 1973), y recalca que ella no es improvisada y que el proyecto le salió “rebién”, Gamboa termina por hablar del esoterismo que, en cierta forma, soportó el proyecto.
Miembro original de la FATLB y director general del Grupo Danhos, Gamboa reconoce que “el tema Magid” dejó una confrontación con la Fundación Barragán (dueña de los derechos de obra de Barragán desde 1995) y con su directora, la arquitecta italiana Federica Zanco, a quien, en todo caso, le concede la preservación integral del archivo. Plantea que parte de su trabajo será recuperar esa relación y admite que nunca en la historia de FATLB (constituida en 1989), salvo por el tema del anillo, había habido un debate así, debate que llevó a la renuncia de cinco de sus integrantes.
Gamboa dice que Magid —a diferencia de lo que ella escribió en una crónica en “The White Review” y que recuperó en México “Proceso”— no llegó a la Casa una obra de arte original, como parte del acuerdo con la Fundación para su estancia en la Casa (tras la entrevista, la FATLB confirma que no hubo tal donación y que esto nunca fue acordado con la artista).
La Casa Luis Barragán no entregó copia —como solicitó EL UNIVERSAL— del extrañamiento que les hizo el INBA acerca de la estancia de Magid en la Casa. Finalmente, ese documento sí lo proporcionó el propio Instituto a este periódico. En él, le cuestiona a la directora de la Casa Barragán, Catalina Corcuera: “…le expreso nuestra sorpresa y le hago llegar nuestro extrañamiento, así como le enfatizo el hecho de que nunca fuimos informados, tanto del uso que la artista haría de la casa habitación, como de las actividades que llevó a cabo dentro del inmueble con evidente abuso de la calidad de ‘huésped’ que usted le otorgó en representación de la Fundación de Arquitectura Tapatía A.C.”. La carta, de noviembre de 2017, está firmada por Xavier Guzmán Arviola, subdirector general de Patrimonio Artístico Inmueble del INBA.
Una visita
Monumento Artístico de la Nación, la Casa Barragán es la única vivienda particular de América Latina declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Ubicada en Tacubaya, fue residencia y estudio del más importante de los arquitectos de México —ganador del Pritzker en 1980—. En 2017 recibió 17 mil visitantes, de acuerdo con información de la propia casa-museo, que detalla que en ella trabajan cuatro personas de intendencia —jardineros y limpieza—, seis administrativos y 14 prestadores de servicio social; reporta que la asignación de recursos públicos que recibe es del gobierno de Jalisco —dueño del inmueble junto con la FATLB—, y que es por 503 mil pesos anuales.
Jorge Gamboa responde en la entrevista que el presupuesto anual es de alrededor de 4 millones y medio de pesos; la Casa no precisa la cifra. El arquitecto dice que más del 60% de los ingresos provienen de las entradas del público, que la librería y la tienda les da otro 20%. Respecto a las finanzas, asegura: “Sí hay una administración muy, muy cuidadosa de los recursos, sí hay reportes, sí hay auditorías, sí pagamos impuestos y hacemos declaraciones”.
El acceso a la casa —sólo tramitable a través de Internet y tras un lento y complejo proceso— cuesta $400. La visita es por grupos de 10 personas, en español o inglés, y dura una hora, durante la cual se puede pasear toda la casa junto a la guía —no hay acceso el área de cocinas—. Ningún visitante puede tocar o usar mueble alguno, algo que es inherente —en general— a todas las casas museos. Sin embargo, Jill Magid fue la excepción.
Tomar fotos en la casa o hacerse selfies sólo es posible, a partir del pago de un donativo de $500. La Casa Barragán no informó a este diario a cuánto ascienden los donativos por fotografía o demás que recibe de instituciones privadas y visitantes. Los guías precisan que el uso comercial de las fotografías implica el pago de derechos de autor ante la Fundación Barragán, con sede en Suiza.
La Casa, anexo de Los Pinos
El año pasado un grupo de los miembros de la FATLB le ofreció ser presidente a Jorge Gamboa. Aclara que, aunque no es tapatío, a diferencia de Arabella (González) o de Juan Palomar, participó con éste desde el día uno, cuando murió Luis Barragán (22 de noviembre de 1988), y la casa quedó en un limbo jurídico, que estaba a punto de perderse. Aquí recuerda una historia curiosa: “Yo trabajaba con Manuel Camacho Solís; Alejandra Moreno y yo lo trajimos para tratar de convencerlo de que comprara la parte de los herederos, y cuando vino y vio una casa como de clase media, encerrada, que olía raro, se nos quedó viendo, pensando que éramos un par de locos; preguntaba: ‘¿Qué tiene esa casa?’ Yo le alcancé a decir nada más: ‘Es la casa mexicana más conocida fuera de México’, y como que no me creyó. Y no jaló. Una de las ideas que llegaron a tener era comprarla para que fuera un anexo de Los Pinos, porque estaba muy cerquita, como casa de visitas. ¡Imagínate lo que hubiera pasado!”.
Gamboa sostiene que siempre hubo acuerdos al interior de la FATLB y que, salvo por el tema del anillo, nunca hubo un gran debate: “Con el tiempo, se aclaró todo. Jill, ha quedado claro, es una artista que tiene una buena reputación, es una gente respetada, no es una desconocida, sí es una provocadora, de hecho su proyecto no era ni las cenizas, era un proyecto más grande relativo a los archivos, al tema de cómo las naciones cuidan su patrimonio de archivos, y temas relacionados con Barragán y su sexualidad. El proyecto le salió rebién. Como dice Patrick Charpenel, desde el escándalo de los tiburones de Damien Hirst de la colección Saatchi, no había habido un escándalo tan importante en la historia del arte contemporáneo”.
—Decir “un escándalo tan importante” no la hace necesariamente un gran proyecto artístico…
—Ese es un gran debate, y aunque digan que no lo hemos tenido, lo hemos tenido. Jill Magid ahorita está en la Fundación Calder, le han permitido estar en la casa. Nosotros somos muy serios y ellos también. No era una improvisada y sí llegó por los canales del arte, de los curadores, de los directores de museos. La galería que la representa no está muy lejos de aquí (Labor, ubicada frente de la Casa); por ahí caminó todo el tema.
Gamboa reconoce que la relación con el Archivo Barragán, en Suiza, ha sido compleja a lo largo de la historia, pero acota: “Nos queda clarísimo que lo que hizo la señora Zanco fue perfectamente legal, no nos podrá gustar. Me atrevería incluso a decir otra cosa: gracias a ella se preservó junto el archivo, porque la visión de a quien se le había vendido era separarlo en partes y venderlo por piezas.
“Fue una lástima que esto (el proyecto Magid) haya interferido en nuestra relación con el archivo de Vitra (Fundación Barragán) porque creo que estábamos en un muy buen momento, pero vamos a recuperar ese momento para establecer una relación intelectual, colaborativa, de respeto. Al final nos une lo mismo: preservar el legado de Barragán que, dicho sea de paso, se acrecienta”.
Y abunda: “Era una relación que funcionaba, se hacían libros, se le pagaban regalías, y el tema de Jill Magid sí confrontó un poco porque creo que a ella y a su empresa no les gustó estar en medio de un escándalo que ni dominaban ni conocían ni sabían qué estaba pasando. Ahorita la relación está en un stand by. Una de mis tareas será recomponer la relación. Creo que la primera parte de la chamba, y así entendí que a eso me estaban invitando, fue apaciguar las aguas. En un algún momento hay que sentarse con ella a platicar. Muchos amigos mutuos se han ofrecido. Por ahí de finales de año podríamos intentar algo… hablar de buena fe, con claridad”.
—Usted destaca el proyecto de la artista, pero si uno la lee, ella habla más de un triángulo amoroso, y es la curaduría la que habla del tema de derechos de autor…
—Sí, tiene razón.
Dormir en la casa museo. Antes de Magid otros artistas durmieron en la Casa Barragán. Ésta responde que la dupla de Lake Verea pernoctó, durante dos años, en las noches de luna llena para su proyecto Cuartos obscuros. Barragán en penumbra.
—¿Por qué pudo estar Magid seis días sin restricción de espacios?
—En el caso del proyecto Magid así se lo aprobamos; visto para atrás, hubiéramos pensado: “Aquí nos vamos a meter en un lío”. Pero así fue aprobado. Tuvimos conocimiento de quién era Jill, venía recomendada, tenía cartas de museos. Lo que detonó todo fue el tema de las cenizas, y lo último, sobre si había cortado o no pedazos de la alfombra. La evidencia, y ahí sí fui yo a gatas a verla, es que no hay nada.
—¿Mintió en su artículo cuando dice que cortó la alfombra y otros materiales de la Casa?
—Ese artículo, parecería que fue un sueño o lo inventó. No hay ninguna evidencia física de que hubiera cortado un cacho de las alfombras. Hay quienes entienden el artículo como un sueño, y otros como otra cosa.
—¿Usted puede garantizar no cortó ni alfombra ni muebles ni nada?
—Yo tampoco soy detective. Son unas alfombras, entonces tampoco… la verdad es que no hubo ningún daño físico.
—Preocupa que lo que ella hizo o no, quede finalmente como una libre traducción del texto… ¿Se le ha preguntado a Jill Magid, exactamente, qué hizo y qué no?
—No que yo sepa, porque toda la relación con Jill es a través de la galería, y la galería la cuida. Pues sí, sí está a la interpretación. Yo para qué te digo que no.
—¿Qué le respondieron al INBA?
—Bellas Artes quedó tranquilo con la respuesta de que estábamos súper conscientes de la gran responsabilidad, del valor de la casa que tenemos en custodia.
—La estancia de Jill Magid en la Casa Barragán, por seis días, ¿qué ha logrado cambiar en el tema de los derechos de autor?
—Que si eso tiene que ver con los derechos de autor, cuesta trabajo hacer la conexión… Creo que tiene que ver más con eso que advertimos más, en buena parte del proyecto, que es esto de los triángulos, de la relación con Barragán, con lo de haberse ligado al espíritu, y lo demás… Esa parte, si eres esotérico, que yo no soy esotérico, creo que haber pernoctado te puede poner en el ángulo de entender más o de que se te asome alguien por ahí, y te diga algo…
—¿Se cambió el reglamento de la Casa para ella?
—No creo que la Unesco establezca que no se pueda dormir en una casa. Porque, los de CU, del Auditorio Ché Guevara llevan durmiendo ahí 25 años, entonces no creo que el requisito para ser patrimonio de la Unesco es que no puedan dormir ahí. Los de la UNAM hicieron su monstruoso edificio que echó a perder el Espacio Escultórico y ahora no dejaron a un privado hacer lo mismo… Y Xochimilco, si te das una vuelta, hace mucho debieron quitarnos lo de Patrimonio de la Humanidad.
—Empezó hablando de una excelente artista y acabó hablando de esoterismo…
—Para que veas, ¡qué versátil!