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Frank Wilczek iba para cura. Le fascinaba la idea de que había un gran plan divino detrás de la existencia. Sin embargo, de adolescente, cuando empezó a estudiar los textos sagrados de la religión católica, se desilusionó al comprobar que “muchas historias no eran creíbles”. La Biblia no le servía para explicar el mundo. “El universo es un lugar mucho más grande de lo que pensaban las personas que escribieron los evangelios. Francamente, no tenían ni idea”, bromea ahora. El joven Wilczek, nacido en Nueva York en 1951, decidió dedicarse a la ciencia para intentar descifrar por sí mismo el sentido de la vida. Y, con solo 21 años, hizo el descubrimiento de su carrera: la libertad asintótica, una fuerza de atracción que actúa en el mundo microscópico de los quarks —los ladrillos indivisibles de la materia— y es contraria al sentido común: crece con la distancia. La libertad asintótica es, por ejemplo, la culpable de que los cuatrillones de átomos de hidrógeno, oxígeno, carbono y nitrógeno que forman el cuerpo humano se mantengan juntos. En 2004, Wilczek ganó el premio Nobel de Física por este hallazgo. De paso por Valencia para participar como jurado en los Premios Rey Jaime I, el investigador estadounidense habla de su voracidad intelectual, que le hace meter la cuchara en campos muy alejados de la física teórica, como la inteligencia artificial y la gobernanza del planeta Tierra. Y, con una sonrisa, este profesor del Instituto Tecnológico de Massachusetts reconoce que, de momento, ha sido incapaz de descifrar el sentido de la vida.
Pregunta. Usted escribió en 2016 una carta abierta junto a otros premios Nobel, lamentando que nadie represente a la humanidad en general en nuestro sistema global de gobernanza, dominado por los estados nación. “El gobierno de cada país representa sus propios intereses nacionales”, criticaban.
Respuesta. Es un gran problema. El mundo está muy interconectado, de muchas formas: económicamente, a través de la información… Y unos países pueden hacer mucho daño a otros. Creo que el concepto de estados nación compitiendo entre sí es cada vez más difícil de justificar y se está convirtiendo en algo extremadamente peligroso.
P. Ustedes subrayaban que la mayoría de las personas que ahora están tomando las decisiones sobre nuestro futuro —como las políticas de reducción de emisiones de CO2— no estarán aquí dentro de 30 años.
“Que solo se eduquen bien las personas ricas, dejando una educación de segundo nivel para el resto del mundo, es un desperdicio”
R. Es un hecho.
P. Defiende que ha llegado el momento de crear un país simbólico de gente joven, de millennials, para participar, por ejemplo, en las cumbres internacionales sobre cambio climático.
R. Creo que podría ser buena idea. Es un poco idealista, no sé cómo funcionaría en la práctica, pero creo que merece la pena reflexionar sobre ello.
P. ¿Para qué serviría tener un país simbólico de millennials?
R. Podrían ser una fuente de inspiración. Mostrarían su opinión, tendrían discusiones y, con suerte, influirían en las personas que toman las decisiones. Aunque no tomen decisiones por sí mismos, el hecho de tener una especie de autoridad que pueda darles voz y pueda reflejar sus intereses a largo plazo puede ser una fuerza positiva. Inicialmente, se suponía que Naciones Unidas iba a ser una organización internacional que hablase en nombre del mundo. Supongo que lo es en cierto grado, pero por muchas razones nunca ha estado a la altura de su potencial.
P. A menudo se habla de los millennials como si fueran personas muy jóvenes que no tienen mucha idea de cómo funciona el mundo. Pero usted, por ejemplo, con 21 años hizo los descubrimientos por los que ganaría el premio Nobel.
“Hay posibilidades muy alarmantes de que una inteligencia artificial potente se utilice con fines militares o para terrorismo”
R. Es un hecho fisiológico. El pico de capacidades de la gente, no solo físicas sino mentales en algunos aspectos, se alcanza al principio de la edad adulta. Estamos muy familiarizados con esta idea en el deporte. Es raro ver deportistas de más de 40 años en deportes olímpicos o jugando al fútbol o al rugby. Supongo que sí pueden jugar al golf [Risas].
P. Sus abuelos, procedentes de Polonia e Italia, emigraron a EE UU sin un dólar y sin saber inglés en tiempos de la Primera Guerra Mundial. ¿Qué piensa ahora cuando ve a personas en una barca intentando llegar a Europa desde África?
R. Siento que hay un potencial humano enorme ahí. Y lo que desde luego no siento es que sean algo diferente a lo que soy yo, otra especie. Podría ser yo. Espero que podamos ayudarles a ser felices.
P. Usted estudió en colegios públicos del distrito de Queens, en Nueva York. ¿Qué piensa de la educación privada?
R. Creo que la educación pública es por la que deberíamos apostar, porque es la que realmente sirve a todo el mundo. Que solo se eduquen bien las personas ricas, dejando una educación de segundo nivel para el resto del mundo, es un desperdicio, además de algo moralmente cuestionable. Desde luego, no es eficiente, porque no solo los ricos tienen hijos con talento. Y además no es justo.
“La biotecnología tiene un enorme potencial para hacer el bien, para obtener más alimentos, más baratos y más nutritivos”
P. El físico Stephen Hawking y usted alertaron en 2014 de que la creación de inteligencia artificial puede ser el mayor logro de la historia de la humanidad. Y el último.
R. Lo que a mí me preocupa es que una gran parte del trabajo actual en inteligencia artificial está dirigido a fabricar armas: drones autónomos, ejércitos de robots… La máquina del fin del mundo que aparece en la película ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú es inteligencia artificial. Siente cuándo pasa algo y actúa, sin que intervenga la inteligencia humana. Creo que hay posibilidades muy alarmantes de que una inteligencia artificial potente se utilice con fines militares o para terrorismo. Si un programa de inteligencia artificial está dedicado a fabricar soldados, entonces su objetivo será lograr que sean muy agresivos y desconfiados. No es necesariamente el tipo de seres que quieres que tengan un poder enorme. Esto es lo que más me preocupa, especialmente cuando se está investigando mucho en secreto y en países que compiten entre ellos.
P. Habla de los riesgos de la tecnología. Hoy en día vemos, en algunos sectores de la sociedad, un rechazo a la biotecnología. Usted fue uno de los firmantes del manifiesto de más de un centenar de premios Nobel contra las campañas antitransgénicos de Greenpeace. Hablaban de “crimen contra la humanidad”. Son palabras muy duras. ¿Lo piensa?
R. Sí. Pensar que una tecnología solo es buena o solo es mala es una manera muy rudimentaria de analizar el tema. Creo que hay muchísimos matices que surgen en función de las diferentes tecnologías y de sus aplicaciones. Unas están llenas de peligro y dan miedo, pero otras no. Es muy importante distinguir. Y, en el caso de los organismos modificados genéticamente, gran parte de las campañas para sembrar miedo son estúpidas y destructivas. Todo lo que comemos está modificado genéticamente. Los animales domesticados son muy diferentes a cómo eran hace unos pocos miles de años. Han sido modificados genéticamente mediante cruzamientos para ser lo que son hoy, en beneficio de la humanidad. Por supuesto que hay que tener cuidado, porque hay riesgos, pero no creo que sea una tecnología especialmente peligrosa. Y, desde luego, tiene un enorme potencial para hacer el bien, para obtener más alimentos, más baratos y más nutritivos.ELPAIS