IMPULSO/Andrew Selee
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La semana antes de navidad, parecía que se derrumbaba el mundo del presidente Donald Trump. La bolsa de valores de Estados Unidos caía estrepitosamente, su ex abogado personal confesó haber cometido crímenes a órdenes suyos, el secretario de defensa —un general muy respetado— renunció con una carta elegante pero firme atacando su gestión como presidente y, para colmo, gran parte del gobierno cerró por falta de un acuerdo con el Congreso sobre el presupuesto después de que Trump cambió de opinión al último momento en las negociaciones e insistió en fondos para el muro fronterizo.
En ese ambiente caótico pasó casi desapercibido la decisión del gobierno estadounidense de cerrar la frontera a los centroamericanos (y otros) que buscan asilo en la frontera y dejarlos del lado mexicano hasta que termine de procesarse el caso; un cambio dramático y de una legalidad muy cuestionable que dejaría a México con la responsabilidad por los migrantes que intentan pasar por territorio mexicano, si no es que sea impugnado en los tribunales en Estados Unidos (que es probable).
Ahora inicia el año nuevo y no queda claro si el mundo de Trump realmente se derrumbe o no, pero queda claro que empieza el año 2019 mucho más debilitado que antes. A partir de ayer, la Cámara Baja del Congreso está en manos de sus adversarios en el partido demócrata y de una líder muy políticamente hábil, Nancy Pelosi, que va a complicar cualquier decisión que quiere tomar hacia el futuro. Gran parte del gobierno sigue estando cerrado, sin que haya visos de un acuerdo con el nuevo Congreso para abrirlo, ya que los demócratas no quieren dar fondos para el muro fronterizo y Trump no quiere echarse para atrás en su deseo de construirlo. Además hay cinco secretarías que no tienen cabeza por las renuncias de sus titulares el año pasado. Y un nuevo senador republicano, Mitt Romney, quien fuera en su momento candidato presidencial de su partido, impugnó el carácter de Trump en un artículo de opinión en el Washington Post el primero de enero, que sugiere que el presidente también tendrá oposición dentro de sus filas partidistas.
Quizás más preocupante para Trump, las investigaciones criminales en sus asuntos —uno federal sobre su relación con el gobierno ruso durante la campaña, pero otros a nivel estatal en temas relacionados a sus empresas antes de entrar al gobierno— siguen en pie y podrían (o no) llevar a cargos legales en algún momento.
Pero tampoco queda claro si Trump realmente caerá bajo el peso de todo esto. Él es un luchador por naturaleza, a quien le gusta la pelea con sus contrincantes. Él se fortalece con su base política cada vez que lo atacan los investigadores, los demócratas o rivales dentro de su partido. Y él tiene inmunidad contra los cargos legales, si es que los hay en algún momento, mientras el Congreso no se lo quite, que parece poco probable.
Sin embargo, es probable que lo que veamos este año es que el presidente de Estados Unidos será cada vez más acotado y asediado por sus adversarios, por las investigaciones y las peleas políticas, pero sin perder el poder que le otorga ser el presidente y sobreviviendo por su capacidad de luchar contra la adversidad.
Pero para el gobierno mexicano plantea un problema claro. Los líderes mexicanos no pueden ignorar al presidente en activo de los Estados Unidos, que sigue teniendo un peso enorme en las relaciones bilaterales, pero tampoco deben acercarse demasiado ni intentar llegar a acuerdos grandes con él, ya que su situación al futuro seguirá siendo incierta. Además, tendrán que tejer relaciones estrechas con otros actores republicanos y demócratas en Estados Unidos, que probablemente tengan cada vez más incidencia en la política nacional del país vecino.
Se requerirá mucho tacto y un juego delicado de equilibrios para manejar un momento tan turbulento de la política en Estados Unidos, sin terminar echando en su contra ni al presidente ni sus adversarios, quienes serán ambos muy importantes hacia el futuro.