IMPULSO/Édgar Elías Azar
Artículo
No cabe duda de que el futuro de la economía globalizada está supeditado a otros factores como el cultural, los derechos humanos y la estabilidad social, entendida como causa del bienestar.
Si esto es correcto, como creo que lo es, allí es donde radica la importancia del nuevo tratado de intercambio comercial que México y la Unión Europea acaban de firmar el pasado 21 de abril. El tratado, por supuesto, incluye cuestiones relacionadas con el intercambio comercial en la agricultura, la ganadería y la industria en general. Se exportarán e importarán grandes cantidades de bienes y servicios que abrirán rutas de comercio sumamente fructíferas para las economías nacionales a ambos lados del Atlántico. Sin embargo, el tratado no se detiene en estos acuerdos, sino que incluye apartados que, aparentemente, se alejarían de lo estrictamente económico.
El acuerdo incluye un capítulo dedicado al desarrollo sostenible, estableciendo los más altos estándares de protección laboral, de seguridad, ambiental y del consumidor; fortalece las acciones sobre el desarrollo sostenible y el cambio climático, dando pautas para cumplir con las obligaciones asumidas por ambas partes en el Acuerdo de París.
También es el primer acuerdo comercial en el que se incluyen disposiciones para luchar contra la corrupción. Cuenta con medidas para actuar contra el soborno y el lavado de dinero. Por si fuera poco, el acuerdo comercial es todavía más amplio, una parte integral abarca consideraciones robustas acerca de la protección de los derechos humanos.
En la actualidad, los tratados entre las naciones ya no pueden quedarse en la estipulación de reglas técnicas para el intercambio de bienes de mercado, en consideraciones muy específicas sobre la tributación y en la ampliación de beneficios para las compañías de las naciones que los firman.
El mundo se pronuncia más complejo que esto y requiere de una perspectiva mucho más amplia sobre la economía que aquella reduccionista visión del siglo pasado. El mercado y la economía dependen de muchos otros elementos y no únicamente de transacciones entre bienes y monedas. Elementos como la cultura, la sociedad y el bienestar de las sociedades en general deben comenzar a figurar como parte fundamental de un tratado comercial.
El siglo XXI ha mostrado que esa interrelación entre las distintas esferas, aquellas que tejen el complejo entramado social, las que negligentemente fueron olvidadas por los especialistas de la Economía, la política y el Derecho durante el siglo XX a través de los llamados positivismos, es la forma de mantener los intereses y los valores de la humanidad a salvo. No en vano que el famoso economista, ganador del premio Nobel y defensor del bienestar social, Amartya Sen, haya venido insistiendo en ese tema desde hace tiempo, especialmente desde aquel ensayo publicado en 2004: “¿Cómo importa la cultura en el desarrollo?”. Hasta ahora, Sen ha denunciado esa negligencia a la que he hecho mención e insistido en la correlación que debe de existir entre todos estos elementos que integran el complejo que solemos denominar como “sociedad”.
En suma, con este acuerdo, se fortalecerá el liderazgo del liberalismo y su modelo de Estado de Derecho en ambas latitudes. Asegura que un buen intercambio comercial debe iniciar desde las mismas bases sociales, las que deben estar libres de inequidades laborales, protectoras del ambiente y los arreglos comerciales deben estar construidos sobre la base de los estándares internacionales de derechos humanos.
El tratado, con su contenido, habla por sí mismo; sin embargo, algo también dice que es el reflejo de una ardua labor de negociación y de visión de Estado procurada desde ambos lados, es el resultado de una política exterior bien guiada y con objetivos claros. El Estado mexicano nunca ha tenido temor a negociar de frente y entre iguales, nunca debe tenerlo, pues tiene con qué responder. Como país, estamos preparados y a la altura para enfrentar estos nuevos retos. El tratado es ejemplo de que México está a la altura del siglo XXI.