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‘Traductor literario, un oficio precarizado’: Arturo Vázquez Barrón

“Los traductores no somos copistas y su visibilización se tiene que hacer”, aseguró el presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios

Aunque el traductor literario es uno de los eslabones más importantes en la cadena de la producción del libro, la mayor parte del tiempo no se le reconoce, se le invisibiliza, su trabajo es precarizado y carece de derechos laborales, pese a que la ley los ubica como autores de obra derivada.

Así lo comentó Arturo Vázquez Barrón, presidente de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli), quien este viernes presentará Planeta distante, una compilación con relatos de seis autores neozelandeses contemporáneos, con un formato que reivindica el trabajo del traductor, publicado por Ediciones del Lirio y Ametli.

Además, lamentó que en el medio editorial y de la crítica literaria “prevalezca, por increíble que parezca, el prejuicio de que en realidad somos una especie de copistas y que por esa razón nuestro nombre no merece aparecer en la cubierta del libro”.

Sin embargo, “los traductores no somos copistas y su visibilización se tiene que hacer por medio de la publicación del nombre del autor de la traducción en la cubierta del libro. Eso es muy importante y es una de las peleas mundiales de todas las asociaciones de traductores”, aseveró.

Y aunque reconoció que existen excepciones de traductores reconocidos, como el caso de Selma Ancira, “el traductor de a pie, que es la enorme mayoría, sigue siendo invisibilizado”.

Otro aspecto que expuso Vázquez Barrón es que cuando un autor consagrado –como Elena Poniatowska, José Emilio Pacheco, Jorge Luis Borges o Julio Cortázar– realiza una traducción, su nombre siempre aparece en la portada, lo cual responde al mercado, pero no garantiza un lugar a los menos conocidos.

Se debe a que sus nombres (de los autores que traducen) tienen una fama consolidada y eso garantiza la venta del libro”. Sin embargo, precisó que existe ignorancia acerca de la naturaleza real del trabajo del traductor, de su condición como autores” debido, en parte, a una decisión que redunda en términos pecuniarios.

Porque si un traductor fuera reconocido como autor, implicaría el reconocimiento del pago de regalías y la explotación temporal del texto traducido.  Además, el pago que se haría al autor (traductor) tendría que ser proporcional al nivel de explotación del libro, por lo que, si éste se vende en gran volumen, el traductor tendría que recibir un mayor dinero, desde el punto de vista de las regalías, dijo.

Vázquez Barrón también detalló que cuando se habla de que el traductor vive en precariedad laboral, no es una exageración. “Tenemos tarifas que no responden a la complejidad del trabajo, aunado a que se considera que traducir se puede hacer de manera automática, rápida y sin contar con tiempo para reflexionar y navegar de manera rigurosa en el texto que se escribe.

Y a eso se suman los tiempos de entrega que se imponen, casi siempre breves, así que esa es otra de nuestras peleas: negociar mejores tiempos de entrega”.

Finalmente, criticó que el mundo editorial obligue a los traductores a firmar contratos desventajosos, ya que deben esperar de 8 a 12 meses para recibir su pago, el cual es condicionado al visto bueno de un editor.

Por su parte, Leticia García, coordinadora de gestión editorial en Ametli, señaló que es histórica la resistencia de los editores para incluir el crédito del traductor en la solapa del libro. “Ellos sienten que no es necesario hacerlo, aunque desde Ametli el trabajo que hacemos es alzar la voz y demostrar su relevancia.

La gente afirma que ha leído a Shakespeare o a Homero, pero la realidad es que han leído la traducción de alguien.  Así que la figura del traductor es tan importante que, si no fuera por su trabajo, la gente con el acervo cultural más grande no conocería a los grandes autores del mundo”, dijo