IMPULSO/ Paola Félix Díaz
Activista social y titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX
El mundo está muy “inquieto” y no es una metáfora.
Este año cerrará con una actividad política-social muy inestable en diversos continentes y América aparece en focos amarillos.
La vida pública, los partidos, el gobierno, la sociedad, los liderazgos, las instituciones, todas ellas están siendo sometidas a pruebas de fuego, como consecuencia de una posmodernidad que no termina de llegar.
Manuel Castell plantea que el fin del estado de bienestar, que propiciaba que los Estados Nación fueran grandes benefactores de sectores establecidos, propició el surgimiento del fin de certezas, que hoy son el origen de grandes protestas sociales, que en su mayoría plantean reivindicaciones sociales y humanas.
Chile, Bolivia, Ecuador, Haití y Argentina viven protestas sociales sustentadas en la demanda de justicia social; buscan visibilizar a las víctimas ocultas de modelos económicos neoliberales.
España y la confrontación en Barcelona, así como las manifestaciones en Hong Kong, apuntan a reivindicaciones de carácter político social de carácter identitario —autonomía, territorio, cultural— pero idénticas en cuanto a que es la sociedad civil y no las instituciones políticas —partidos o agrupaciones— la que toma la calle.
A este caldo de cultivo socialmente contrario a la estabilidad que se busca impere en todo el mundo, se agrega el tema de la violencia y la confrontación sin límite que reina en las redes sociodigitales.
A los sociólogos les llama la atención que la protesta física se alimente con narrativas extremas surgidas del debate digital.
Es más frecuente escuchar entre nuestros círculos de familiares, amigos, colegas y conocidos que las redes socio-digitales, se han convertido en un ring, en donde todos pelean por todo; las posiciones por temas coyunturales o profundos se vuelven radicales en extremo, a tal grado que la postura más transparente y neutral se vuelve una ofensa.
Pero no son las redes sociales perse las que alimentan esta atmósfera tóxica y asfixiante, en donde un tuit, retuit o un comentario se convierte en un misil “Tomahawk” que destruye reputaciones, y el disenso o la defensa de posturas se asume como una afrenta imperdonable.
De acuerdo con información oficial de Facebook y Twitter, hay un incremento exponencial del contenido violento y de odio en estas redes socio-digitales.
En la vida real ese ambiente de choque constante, de extremismos radicales, violentos, lamentablemente comienza a permear entre las personas de carne y hueso.
Por qué los ciudadanos, todos, hemos perdido esa capacidad para maravillarnos de nuestra propia creatividad y éxitos y nos enfocamos principalmente a exaltar lo negativo donde lo hay y también en donde no lo hay.
La explicación, quizá, al tiene Niall Ferguson, historiador de la Hoover Institución, de Stanford, y Catedrático de la Universidad de Harvard, quien logró documentar cómo los humanos somos propensos a la adverso y a lo negativo, que nos gusta más criticar que reconocer nuestros logros y que alentamos lo negativo de nuestro mundo porque eso es mejor “visto” en nuestros entornos digitales, es decir en las redes.
Dice Ferguson que “las redes sociales funcionan incentivando la divulgación de noticias falsas y de opiniones extremas porque es lo que más capta la atención de los usuarios y, así, en la mayoría de las democracias acabamos de empezar el proceso de polarización política”.
Los mexicanos nos radicalizamos cada vez más en el debate político, pero debemos poner sobre la mesa que el gobierno de la 4T está tomando decisiones para abatir esa injusticia y desigualdad social que ha provocado enfrentamientos sociales en otras naciones.
En vez de responder con descalificaciones y epítetos cada propuesta de gobierno, los mexicanos debemos centrarnos en lo esencial: la unidad, la fortaleza interna, en nuestro carácter que nos ha hecho salir muchas veces de las situaciones más adversas y construir acuerdos fundamentales que sirvan al país y a los mexicanos.
Nuestro enemigo principal no está en nuestra ideología o en nuestras preferencias políticas, sino en las amenazas que, viéndonos divididos, confrontados, sin identidad en lo que somos capaces de lograr, hoy están al acecho de nuestra soberanía y de nuestra capacidad de gobernarnos.
Twitter: @LaraPaola