IMPULSO/Federico Novelo
Artículo
En el propósito central del presidente Trump de analizar las relaciones comerciales de su país con el mundo, especialmente con sus socios norteamericanos, el término déficit se ha convertido en una extraña obsesión. Extraña porque nadie le ha explicado que, donde manda el relativamente novedoso comercio intraindustrial (compras y ventas en la misma industria y, como es el caso, en la misma firma), las grandes empresas automotrices, que es la industria dominante en la región, realizan estos intercambios entre matrices y filiales a partir del anticuado costo de factores. Lo que la matriz de Detroit le compra a la filial de Ramos Arizpe, guiado por la poderosa brújula del miserable costo salarial mexicano, no es un superávit para México, es un costo que sale de una bolsa y un beneficio que ingresa en otra, ambas de la misma firma. Desde 1994, el Gobierno mexicano modificó la presentación de las cuentas nacionales, incorporando las ventas de la maquila al renglón de las exportaciones. De la misma forma, desde México, estas filiales importan mucho de las matrices para ensamblar lo que exportan.
En el discurso oficial no ha sido un asunto menor presentar a las exportaciones manufactureras, hechas desde México por filiales de trasnacionales, como exportaciones mexicanas, lo que convertía en distinto y mejor el funcionamiento de nuestra economía que el del resto del subdesarrollo, poblado por naciones que producen y exportan alimentos y materias primas, especializándose en ser pobres.
Esa obsesión “trumpiana” comenzó prometiendo la cancelación del TLCAN (“El peor acuerdo en la historia”) para imponer su renegociación con arreglo a radicales reformas: a) La caducidad del instrumento; su cancelación en cinco años si los países signatarios no deciden lo contrario; b) La reforma de las reglas de origen en la industria automotriz, de manera que el componente regional de insumos para la producción de automóviles pasara del actual 62% al 85%, la mitad de los cuales tendrá como origen a proveedores estadounidenses; c) La protección laboral y la homologación de salarios industriales en los tres países (es éste un tema en el que la representación de Canadá apoya a la de Estados Unidos), y d) La cancelación del capítulo XIX del texto del tratado, que trata sobre el análisis y eventual resolución de controversias por prácticas y normas desleales de algún país, lesivas para uno o los dos países restantes. Alternativamente, la representación estadounidense ha propuesto que 70% de los insumos regionales de la industria automotriz se produzca en establecimientos que paguen 15 dólares por hora a sus trabajadores.
Aunque aparece en el capítulo seis del tratado, y no en el primero, como debiera, los países signatarios se comprometen a respetar sus respectivos marcos constitucionales, lo que para el caso mexicano significa que, propuesto y firmado por el Poder Ejecutivo y ratificado por la Cámara de Senadores, el acuerdo internacional se convierte en Ley Suprema, de menor jerarquía que la Constitución General de la República y de mayor jerarquía que las constituciones locales de los estados, aunque la contradicción entre lo que queda del artículo 27 constitucional y el capítulo 11 del TLCAN, se ha resuelto a favor del segundo en el caso de demandas de particulares al gobierno mexicano.
Para el interés nacional de México, habría mucho que cambiar en el proceso de integración, llevando el instrumento a una mayor densidad, a un mercado común norteamericano, en el que todos los factores de la producción, y no solo el capital, tuviesen libertad de movimiento regional. Pero, al parecer, los gobiernos saliente y entrante se conforman con que las cosas queden muy parecidas a lo que hay, y confunden la existencia del tratado con la vigencia del comercio en la región. Como si no hubiese habido intercambios entre estas naciones antes de la entrada en operaciones del TLCAN. Hay requisitos legales y temporales que impiden que el acuerdo sea ratificado por el actual Congreso de EU y por el actual Senado mexicano.
El espacio para el optimismo se reduce más aún, si el gobierno de Estados Unidos no retira sus propuestas iniciales. Y no las ha retirado; vale la pena, para reflexionar sobre el asunto, responder dos preguntas: 1. — ¿con cuántos países comercia China?, y 2. — ¿con cuántos de ellos tiene tratados de integración regional? En efecto, con muchísimos y con muy poquitos, respectivamente.