Octubre 7, 2024
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Textos en libertad

IMPULSO/ José Antonio Aspiros

Hospital sin puertas

Cuando los arqueólogos de futuro exploren, dentro de tres mil años, los restos de una descomunal y caótica metrópoli llamada Ciudad de México, encontrarán diversos

testimonios de cuáles fueron las causas de su desaparición, y sabrán que se debió, no tanto a los movimientos telúricos, sino a fatales colapsos políticos y sociales, dentro de un contexto que su sistema de gobierno llamaba “nacional”, por tratarse de la capital de un territorio que, por fenómenos mundiales y gobiernos sin casta, fue perdiendo soberanía, tesoros y valores propios.

Interesados en cómo fue esa civilización, los investigadores encontrarán en sus excavaciones viejos cacharros, sabrán que se llamaban “computadoras” y contarán con la tecnología necesaria para descifrar su contenido. Esa será su más valiosa fuente de conocimientos de cómo vivió aquella cultura decadente, pues contendrá innumerables testimonios de casos representativos.

Entre sus hallazgos estará, por ejemplo, el texto que ahora tiene ante sus ojos el lector, acerca de cómo era en los inicios del siglo XXI la entonces existente “medicina social”, nombre con el que se conocía un sistema masivo de salud administrado por las autoridades políticas, que pese a protestas callejeras, por su creciente ineficacia y abandono, cedió terreno ante la medicina privada, o comercial.

Con gran interés antropológico y como una pieza más de un enorme rompecabezas sobre el tema -tal vez pieza pequeña, pero de gran inquietud social en su momento por referir un caso que no era único-, allí averiguarán los arqueólogos del futuro que, en cierto hospital de ese sistema, el autor del texto fue una de las muchas víctimas de la mala calidad, o cuando menos de los descuidos, del servicio.

Al descifrar su hallazgo, esos especialistas del quinto milenio leerán en la arcaica computadora encontrada:

“Después de diez meses de consultas médicas y análisis de laboratorio, dos veces ha sido cancelada mi cirugía. La primera, por quirófanos fuera de servicio por fallas de algún proveedor. La segunda, insólita, diez días después y a cargo de otro cirujano por vacaciones del primero: estaba cerrado el archivo (era sábado) y necesitaban sacar el expediente para saber si podían anestesiarme. A alguien se le olvido solicitar el documento en día hábil, y nadie en todo el hospital tenía la llave del archivo; y supe que, como en mi caso, estaban otros pacientes de los servicios de urgencia, incluidos los de terapia intensiva.

En ese testimonio no figura el nombre de la institución, para qué, tal vez a los arqueólogos del futuro no les aporte mucha información el dato por la dispersión de sus diferentes hallazgos, pero digamos que se trataba del Instituto Nacional del Diclofenaco y el Paracetamol (Indipa).

Reacio a pedir favores en las oficinas de prensa, quien aportó este testimonio en la involuntaria caja del tiempo, no sabe aún qué pasos dar: si dejar por la paz la cirugía, esperar que regrese de vacaciones el médico original, ir a la jefatura del servicio, o tomarse un descanso.