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Textos en libertad

IMPULSO/ José Antonio Aspiros Villagómez

Hispanistas contra indigenistas

En menos de una década, se cumplirán 700 años de la fundación de Tenochtitlan (1325) y 500 de su caída a manos de los españoles (1521), para dar paso a la actual Ciudad de México, que desde hace lustros y a ritmo acelerado, ha sufrido transformaciones, destrucción, pérdida de personalidad y corruptos cambios de uso del suelo, hasta llegar al híbrido que, saturado de marchas, vehículos, construcciones y tala de árboles, tenemos hoy.

 

Los españoles destruyeron Tenochtitlan, crearon sobre sus ruinas la ciudad colonial o virreinal en donde ahora está el centro histórico, y cuando por diversas obras urbanas comenzaron a emerger los vestigios aztecas que se habían salvado, se desató un debate ideológico al mismo tiempo que dieron inicio en México tanto la arqueología, como el saqueo.

Esa discusión, entre defensores del patrimonio colonial y exploradores del pasado prehispánico, data del siglo XIX y tuvo un capítulo más cuando, en 1978, fue encontrado el monolito de Coyolxauhqui y el entonces presidente José López Portillo anunció que había tomado la “sencilla decisión de decir: exprópiese, tírese y que surja el pasado de México”. Daba inicio la búsqueda completa del Templo Mayor de los aztecas.

López Portillo es uno de los pocos gobernantes cultos que ha tenido el país. Escribió entre otras obras la novela Quetzalcóatl y, a pesar de que fue a Caparroso, en España, a buscar las raíces de su apellido, y de que entregó a su familia el convento donde murió la novohispana Juana de Asbaje, con todo y sus presuntos restos, su “sencilla decisión” pudo haber afectado edificios virreinales históricos.

El pasado 22 de junio, el Instituto Nacional de Transparencia (INAI) ordenó al Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) buscar y entregar información sobre cuántos edificios coloniales fueron “desmantelados” debido a las excavaciones del Proyecto Templo Mayor, dónde se encuentran ahora sus fragmentos, cómo se les protege y quiénes son los responsables de su cuidado.

Según el INAI, dos dependencias del INAH dieron información contradictoria, pues una dijo que eran tres y otra que nueve, los edificios desmontados, y existen otras faltas de acuerdo con la ley. Desde 1987, el centro histórico es patrimonio cultural de la humanidad, por disposición de la UNESCO.

En aquel 1978, tras el hallazgo fortuito de la Coyolxauhqui -una magnífica representación pétrea del mítico personaje-, para ampliar la excavación fue demolido -primera víctima- el inmueble colonial donde estaba desde 1919 la Antigua Librería Robredo, y luego, la directora de planeación del Departamento del Distrito Federal, Ángela Alessio Robles, anunció que serían expropiadas las construcciones de otros 40 mil metros cuadrados. Una enormidad. Eso alarmó a los comerciantes y vecinos del rumbo, y algunos hasta se ampararon. Todo eso fue reporteado entonces por este tecleador.

La aparición de esa figura con el cuerpo desmembrado y cascabeles en la cara, desencadenó las obras del Proyecto Templo Mayor, que aún continúan. Pero, en un principio, el director del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional, Jorge Alberto Manrique, dijo que cuando mucho se encontrarían allí “los restos de un perro”, por lo que no deberían desaparecer los edificios coloniales. La respuesta en sentido contrario fue del director del INAH, Gastón García Cantú.

Hasta entonces, el centro histórico se había caracterizado por sus palacios coloniales, ocupados por oficinas de gobierno y empresarios privados. Pero también desde entonces, no ha cesado de emerger la ciudad prehispánica, porque allí estuvo también el centro religioso, militar, educativo y político de los naturales, y hoy comparten espacios vecinos la catedral católica y el adoratorio azteca.

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