Noviembre 19, 2024
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Síntesis mexiquense

IMPULSO/ Ángel Díaz Del Río
Ambulantes
Que yo recuerde (y ya tengo mis añitos), Toluca siempre ha tenido vendedores ambulantes; los que venden tamales son, sin duda, los más persistentes. Cuando era niño, había quienes pasaban por las calles comprando y vendiendo, o truequeando, todo tipo de cosas usadas, desde ropa y zapatos hasta las cosas más extrañas que uno pudiera imaginarse.

Se escuchaba el pregón de quienes vendían chichicuilotes, esos pajarracos feos que las madres de antaño guisaban en caldo o en chile rojo, también traían pichones, codornices y patos a veces, andaban por las calles vendiendo sus animalitos. Por supuesto, andaban en la calle los que arreglaban paraguas o sombrillas, los que arreglaban desperfectos en los zapatos, desde tapas hasta medias suelas o suela corrida. Los que vendían leche bronca y andaban de casa en casa llevando el producto en botellas de vidrio de a litro.

Luego, de pronto, empezaron a establecerse en las banquetas otro tipo de comerciantes, los que vendían bufandas y artículos de temporada invernal y los que vendían aparatos (fayuca) electrónicos y casetes piratas con los últimos éxitos musicales, y claro, los que vendían comida (elotes, esquites, enchiladas, tacos dorados, tostadas, pambazos y un largo etcétera), pero esos ya no eran comerciantes ambulantes, podría decirse que eran semifijos, aunque alguien les empezó a decir “toreadores” porque ponían vigías en las esquinas y, cuando veían venir a los inspectores del Ayuntamiento, daban la voz de alerta y en menos de un minuto ya tenían levantado el puesto y a correr para que no les confiscaran sus productos.

Las autoridades hacían como que no les daban permiso, pero allí estaban siempre los comerciantes ocupando a veces toda la calle. A los transeúntes nos causaba molestia, pero los dejábamos hacer, quizás porque pensábamos que era un mal menor. Nos acostumbramos a su presencia.

De pronto, la presidenta municipal Laura Pavón Jaramillo los sacó de las calles del centro de Toluca, ese primer cuadro urbano que ahora les dio por llamarle pomposamente “centro histórico”, yo no sé qué le ven de histórico, pero bueno, ésa es otra historia. El caso es que la “Alcaldesa de hierro” los quitó de un día para otro de las calles y el paisaje urbano se veía raro sin esos adornos humanos.

Nos acostumbramos, pero poco nos duró el gusto. Regresaron y los volvieron a quitar y volvieron a regresar y hubo escaramuzas entre ellos y los inspectores y policías y siguieron allí, al amparo de líderes y de organizaciones que surgieron en los setentas y allí permanecen, atentas a defender a los sufridos ambulantes.

Ahora, el Gobierno municipal estipuló en su Bando de Gobierno la prohibición para ejercer el comercio en la vía pública. Seguramente, suponen que la gente común, entre ellos los vendedores ambulantes, tienen tiempo y paciencia para leer esos ordenamientos. Los integrantes del Ayuntamiento están seguros de que con la publicación de esta prohibición en el Bando desaparecerán mágicamente los comerciantes callejeros, eso no sucederá.

Lo que deben hacer es definir y reglamentar la actividad, no pueden meter en el mismo cajón a los que venden tamales y andan de calle en calle que a los que venden esquites y tamales y están aposentados en la vía pública o a los que venden otros productos en puestos semifijos. A éstos últimos deben ofrecerles la oportunidad de ejercer su comercio en lugares dignos, con espacios adecuados y con servicios indispensables, además de que estén bien ubicados para que la gente pueda llegar a comprar lo que necesite o a comerse un taco, una torta, unas enchiladas.

Correrlos con el uso de la fuerza pública y el abuso de los inspectores nunca será la mejor fórmula, y la actividad seguirá porque siempre habrá necesidad y, como van las cosas en los gobiernos con tanto despido, desde el federal a los municipales, qué quiere el Gobierno que hagan esas personas que de pronto se quedan sin trabajo, sin la posibilidad de ganarse unos pesos de manera digna, pues lo más fácil es vender, vender algo, lo que sea y la mejor alternativa es la calle, aunque no nos guste, porque allí no pagan impuestos, no tienen que hacer ningún trámite, sólo pagar el derecho de piso, a veces, cuando la autoridad municipal los reconoce como tal. Negarles esa posibilidad es sólo crear más oportunidades para que se dediquen a la delincuencia o a otro tipo de actividades ilícitas.