Diciembre 26, 2024
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Silencios Estereofónicos

IMPULSO/ Félix Morriña
Leí por años sus columnas periodísticas, me parecían ejemplo a seguir en mis años universitarios, sobre todo porque siempre tenían el tufo etílico de todo buen escritor. Recuerdo con entusiasmo aquellas dipsómanas tardes noches en las que hablábamos mi camarada y amigo Óscar “Mosca” Torres de sus textos publicados en la sección cultural de El Financiero, cuando estaba al frente de ésta el buen Víctor Roura, otro grande de la cultura periodística mexicana.

“Mosca” no olvidaba anécdota alguna sobre su musical vida familiar y sobre sus futuros e inmediatos libros por publicar, ya sea de poesía, narrativa o ensayos. Él sí era un verdadero seguidor de Eusebio Ruvalcaba, yo siempre lo quise y respeté, pero no me hice fan. Ahora que ha muerto, a los 65 años de edad a causa de un hematoma cerebral, mi memoria yace activa. Destapo la primera botella del día, la huelo, la cierro, me digo que es muy temprano y no termino de animarme. Al final, mis lectores saben qué hice.

Anoche, cuando mi comparsa José Antonio Monterrosas me dio la triste noticia, hice lo mismo a su nombre. Puse huapangos a bajo volumen para no molestar a los vecinos, medité sobre cómo uno debe irse de la vida de los demás y de la faz de la Tierra, pero no pude escribir nada. ¿Cómo me gustaría que me recordaran? ¿Alguien, en verdad, se acordará de mí o de mis textos? ¡Al demonio, qué importa!

Fui a la terraza a contemplar la Luna en la helada noche para imaginar un hilo de sangre escurrir sobre el iluminado piso. ¿Saben que la sangre en noche de buena Luna se ve “negra”? En ese momento, recordé los enojos de otro colega y gran amigo, Mario Rojas Rodríguez, cuando me dijo que ni me atreviera a perder mi tiempo para ver lo mal que adaptó su novela “Un hilito de sangre” (1994) al séptimo arte, el cabrón de Erwin Neumaier en 1995. La novela es excelente si uno la leyó en su momento, en su año y cuando uno todavía tiene ese ímpetu juvenil. A la distancia, uno la ve como literatura para adolescentes, pero siempre será recomendada por este interlocutor. En lo particular, la columna del mismo nombre me gustó mucho más a lo largo de los años.

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Puse huapangos porque a Eusebio le gustaban mucho, sobre todo porque su padre, Higinio Ruvalcaba, fue un excelso violinista, y su madre, Carmen Castillo, una gran pianista, quienes le ensañaron a ser un extremista melómano. De hecho, muchos recordarán a Eusebio como un excelente melómano más allá de las letras.

Busqué inútilmente sus libros, con el cambio de casa, no sé dónde demonios están. No sé en qué caja los puse y, por falta de espacio, no hallé dónde colocarlos, no lo sabré hasta tiempo después. Me consolé pensando cuando me los regaló, firmó y por los que bebimos largamente de manera ocasional. No era mi amigo en términos generales, pero sí me reconocía mi labor periodística. Era rudo el camarada, no era un hueso fácil de roer. Había que tener tacto para abordarlo, sobre todo cuando estaba a tono.

Es más, tengo muy presente cuando me invitaron, el veterano periodista y columnista Jorge Meléndez Preciado y su hijo, el gran camarada y comparsa, el fotógrafo Alejandro “Alex Melón” Meléndez, a una de sus tantas presentaciones en cantinas de buen nivel de la CDMX, en donde bebimos hasta entrada la madrugada, en la que despotricó contra todos los que decían ser sus intrépidos seguidores y se doblaban a las tres horas de borrachera. Nos llevamos bien esa velada porque pude seguirle el paso.

A la mañana siguiente, en casa de los Meléndez en Coyoacán, hablamos por horas de cómo sobrellevaba los excesos etílicos el buen Eusebio Ruvalcaba. Lo recuerdo bien, porque esa mañana olvidé mis adorados lentes sin foto grey (hoy le llaman “transittions”) y con un armazón flexible, debajo de la cama donde alojaron mi pesado corpus los amigos del gremio. Ya saben, esas prótesis no son fáciles de olvidar, salvo estés completamente perdido dentro de una botella en altamar.

Cualquiera de los libros que publicó Eusebio Ruvalcaba merecen atención y crítica. Seguro les agradarán sus novelas “Músico de cortesanas” (1993), “Lo que tú necesitas es tener una bicicleta” (1995), “En defensa propia” (1997), “El brindis” (1998), “Desgajar la belleza” (1999), “Banquete de gusanos” (2003), “John Lennon tuvo la culpa” (2004) y “Sangre de mujer” (2007), entre otros.

Les comparto la siguiente expresión cuando tenía 61 años Eusebio Ruvalcaba, para este momento especial: “A mis 61 años no he aprendido nada. Soy cada vez más ignorante. Diario me equivoco… A mis 61 años no he aprendido lo principal: a mantener la boca cerrada”.

Para concluir esta entrega, su “servibar y amigo” les recomienda leer y releer a Eusebio Ruvalcaba Castillo (Guadalajara, Jalisco, México, 1951), porque, al final del día “Todos tenemos pensamientos asesinos” (2013). ¡Hasta la próxima, hasta siempre Eusebio! ¡Salud!

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