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El sangriento origen del Día de los Santos Inocentes

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Ciudad de México

A partir del siglo IV, se estableció una fiesta conmemorativa para venerar a estos niños, muertos como “mártires” en sustitución de Jesús.

La tradición oriental los recuerda el 29 de diciembre; la latina, el 28 de diciembre. La tradición concibe su muerte como “bautismo de sangre” (Romanes 6,3) y preámbulo al “éxodo cristiano”, semejante a la masacre de otros niños hebreos que hubo en Egipto antes de su salida de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios (Ex 3,10; Mt 2,13-14).

No se sabe de verdad cuántos fueron, pero la tradición establece que unos 30 niños menores de dos años murieron a manos de los soldados romanos.

El rey Herodes los mandó a matar, en un intento desesperado por asesinar al Mesías, al verse burlado por los Reyes Magos, que habían venido para saludar al recién nacido que sería el nuevo rey de los judíos.

Ellos le indicarían que lugar exacto estaba el Mesías. Pero, sospechando del rey Herodes, los magos se volvieron a sus tierras por otro camino. Loco de furia, Herodes mandó a matar a todos los niños menores de dos años de Belén y sus alrededores.

Desde entonces, la Iglesia Católica celebra cada 28 de diciembre la fiesta de los Santos Inocentes, para recordar esas crueles muertes de niños.

Y desde hace algunos años, la Iglesia Católica realiza también oficios especiales, para rezar por todos los niños que no han podido nacer y han muerto víctimas del aborto.

La tradición ha transformado este día también en el elegido para hacer “bromas inocentes”.

La verdadera historia

Herodes gobernaba Israel cuando llegaron a Jerusalén los tres Reyes Magos, preguntando dónde había nacido el futuro rey de Israel, pues habían visto aparecer una estrella en Oriente. Ellos recordaron la profecía del Antiguo Testamento, que decía que “Cuando aparezca una nueva estrella en Israel, es que ha nacido un nuevo rey que reinará sobre todas las naciones” (Números 24, 17).

La noticia se extendió por todo Jerusalén y Herodes se sintió terriblemente amenazado. El era tan celoso del poder, que ya había asesinado a dos de sus esposas y a varios de sus hijos, por temor a que lo reemplazaran. Cualquier persona que pudiera aparecer como futuro rey de Israel era su potencial enemigo.

Lleno de intriga y de temor, reunió a los sabios de Israel, a los sumos sacerdotes y escribas, y les preguntó qué decían las escrituras sobre el lugar en que debía nacer el rey de Israel que habían anunciado los profetas.

Ellos le citaron al profeta Miqueas, que había dicho que en Belén nacería el Mesías.

Entonces, les dijo a los Magos: “Vayan y se informan bien acerca de ese niño, y cuando lo encuentren, vienen y me informan, para ir yo también a adorarlo”. Los magos salieron de Jerusalén y partieron a Belén, guiados por la estrella.

En sueños, recibieron la visita de un ángel, quien les ordenó que no contaran nada. Y así fue como después de encontrar a Jesús, adorarlo y regalarle oro, incienso y mirra, volvieron a sus países por otro camino y sin haber revelado la verdad a Herodes.

Desesperado y sin información, Herodes hizo rodear la pequeña ciudad de Belén y mandó a sus soldados que mataran a todos los niños menores de dos años.

Sin embargo, Jesús ya había salido de ahí, pues José, el esposo de María, había soñado que un ángel le avisaba “Levántate, toma al niño y a su mamá y llévalos a Egipto, porque Herodes lo está buscando para matarlo”. Y partió con el niño y la Virgen, y vivieron allí hasta que Herodes murió. Sólo entonces volvieron a Palestina.

El mismo evangelio de San Mateo afirma que en ese día se cumplió lo que había avisado el profeta Jeremías: “Un griterío se oye en Ramá (cerca de Belén), es Raquel (la esposa de Israel) que llora a sus hijos, y no se quiere consolar, porque ya no existen” (Jer. 31, 15).

Y aquellos 30 niños inocentes, volaron al cielo a recibir el premio de las almas que no tienen mancha y a orar por sus afligidos padres y pedir para ellos bendiciones:

“Dios hace fracasar los planes de los malvados” (S. Biblia).

La Iglesia Católica a partir del siglo IV estableció una fiesta para a estos niños muertos como “mártires” en sustitución de Jesús. La tradición oriental los recuerda el 29 de diciembre; la latina, el 28 de diciembre.

La tradición concibe su muerte como “bautismo de sangre” y preámbulo al “éxodo cristiano”, semejante a la masacre de otros niños hebreos que hubo en Egipto antes de su salida de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios (Ex 3,10; Mt 2,13-14). (Sipse)

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