Jesús Zambrano Grijalva
Las precampañas concluidas el pasado 11 de febrero nos prefiguran el escenario en el que México podría estar situado los siguientes seis años y, quizá, en las próximas décadas.
Los precandidatos de las tres principales coaliciones político-electorales han dado a conocer su diagnóstico del México actual y las posibles soluciones a los problemas que enfrentamos ante el evidente agotamiento del régimen político heredado de la Revolución de 1910 y de un modelo económico y social rechazado por las mayorías.
El candidato más representativo del viejo régimen priista, José Antonio Meade (que, por más que lo quieran vestir de “ciudadano independiente”, no deja de exhibir los hedores de la corrupción), sólo atina a decir que “hay que renovarse”, “hacer un México mejor” y que “le avergüenzan los gobiernos de los Duarte de Veracruz y Chihuahua, el de Borge en Quintana Roo” y los más de 10 ex mandatarios priistas que hoy están en la cárcel o prófugos de la justicia, pero que él, siendo secretario de Estado, nunca denunció.
Entre los dos opositores al Gobierno actual, resalta por su estridencia, desfachatez y falta de pudor y vergüenza el candidato de Morena, la autodenominada: “Esperanza de México”, López Obrador, a quien Federico Reyes Heroles se refiere como “el farsante” por mentir reiteradamente buscando engañar a la gente.
AMLO ha revivido su viejo discurso, que muchos creían enterrado, del “cállate chachalaca”, con el que descalifica a periodistas e intelectuales prestigiosos como Jesús Silva Herzog-Márquez, Enrique Krauze, Denise Dresser, Héctor de Mauleón y José Cárdenas, a quienes, por no coincidir con él, tilda de “empleados de la mafia del poder”.
Asimismo, ha retomado su consigna de “mandar al diablo a las instituciones” cuando censura y condena al Ejército mexicano a través del general Salvador Cienfuegos, a quien acusó de “politiquero y empleado del PRI y de Meade”.
Por último, pocos recuerdan que AMLO ha planteado someter a consulta popular los derechos y libertades de las mujeres a decidir sobre su cuerpo, o el de vivir con quien se ama independientemente de su sexo, como plantea el PRI. Es decir, es el mismo AMLO de 2006, sólo que más cínico.
Con sonrisa de engañabobos, pero con los mismos ropajes del viejo priismo, aunque ahora con dotes histriónicos para engañar a los electores.
Por otra parte, la precampaña de Ricardo Anaya, cuyo capital político fundamental es la conjugación en una coalición policromática de la izquierda democrática encabezada por el PRD y la derecha humanista y liberal representada por el PAN, ha sentado las bases para plantear la necesidad de un viraje profundo.
A diferencia de las coaliciones encabezadas por Meade y AMLO, la de Ricardo Anaya reconoce que es necesario un cambio de régimen para resolver el agotamiento del viejo presidencialismo y la democratización del ejercicio del poder público, invertir para el crecimiento económico y aumentar el poder adquisitivo de la gente.
Esta fase de precampaña terminó prácticamente con empate técnico entre Anaya y AMLO. En el mes que nos separa del inicio de las campañas habrán de afinarse estrategias para convencer a la ciudadanía y ésta pueda decidir el primero de julio entre los dos grandes tipos de propuestas que seguramente se le presentarán: la del viejo régimen con dos caras (PRI y Morena) o la de la renovación integral del país (PRD, PAN, MC).
Los hasta ahora simpatizantes del candidato del PRI tendrán en sus manos la oportunidad histórica de usar su voto de la mejor manera porque es seguro que su candidato no ganará.