IMPULSO/Mauricio Meschoulam
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Hace tiempo que EU no es una potencia en expansión. Muy probablemente, de hecho, nos está tocando vivir su declive relativo. El debate al respecto no es nuevo. Lo que pasa es que a veces los asuntos coyunturales parecen ocluirlo. Frecuentemente elaboramos análisis y diagnósticos que parten de la suposición de que el poder estadounidense se mantiene inquebrantable o hasta creciendo. Estas suposiciones necesitan hoy ser reexaminadas. Dos momentos importantes de esta semana parecen ilustrarlo. El primero, el discurso de Trump ante la Asamblea General de las Naciones Unidas —una arenga en contra del mismo sistema global que Washington ha contribuido a construir. El segundo es la publicación de un reportaje en el “New York Times” acerca del alarmante nivel que ha alcanzado la deuda estadounidense y los monumentales intereses que ésta genera.
En efecto, la superpotencia es una máquina generadora de deuda. Por tanto, cada medida que no contribuye a reducir esa deuda, y que en cambio la incrementa, eventualmente termina por restringir su poder estructural, y su capacidad para influir sobre eventos y acciones en distintas partes del globo. Según el NYT, EU pagará en 2019 unos 390 mil millones de dólares de intereses (50% más que en 2017), y está en camino directo para que, en una década, esos intereses asciendan a 900 mil millones de dólares anuales. En poco tiempo Washington estará gastando más en intereses que en su presupuesto militar.
Este fue el panorama que, entre otras cosas, hizo a Obama reevaluar la posición estadounidense en el mundo. La Doctrina Obama consistió en recortar el número de terrenos internacionales en los que la superpotencia estaba interviniendo, priorizar aquellos sitios en donde Washington debía participar de manera directa y, en cambio, permitir que fuesen sus aliados locales y regionales quienes operaran en aquellos sitios en los que EU prefería no operar salvo de manera limitada. A veces pareciera que Trump piensa totalmente diferente que su antecesor. Sin embargo, por razones muy diferentes, el magnate llega a conclusiones similares. Para él, EU no tiene nada que hacer peleando las guerras de otros, ni tiene por qué defender a terceros si Washington no extrae de ello réditos claros. La cuestión, no obstante, es que el déficit sigue creciendo sin parar, mucho más cuando la reforma impositiva, muy popular y eficaz en el corto plazo, contribuirá a ir secando las arcas del tesoro.
Además, Trump pareciera estar trabajando activamente para desmantelar el complejo sistema de reglas y entendimientos mediante los cuales se ha pretendido ordenar, relativamente, el comportamiento de los Estados en un entorno global anárquico.
Lo que tenemos al final es una superpotencia altamente endeudada que está cerca de tener que gastar más en intereses que lo que puede invertir para hacer crecer su poder militar, y la cual está siendo percibida ya sea como débil y en franco repliegue —como con Obama— o como aislacionista, autointeresada e irresponsable en tiempos de Trump. Pero hay autores que indican que las raíces de lo que hoy estamos viendo rebasan a las personas. El poder que llegó a detentar EU estaba ya en fase de declive relativo desde mucho antes. Bajo esa óptica, lo único que restaba a los líderes era administrar la caída para asegurar que, en un sistema multipolar, la superpotencia siguiera conservando un rol de la mayor relevancia posible. Las risas que resonaron en Naciones Unidas el martes nos recuerdan que ni siquiera ese objetivo parece simple en los días que vivimos.
Twitter: @maurimm