IMPULSO/Jesús Zambrano
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El ritual se ha consumado. La liturgia de la toma de protesta de López Obrador y su discurso de ese día desnudan al personaje: autoritario, intolerante, anti democrático, anti republicano y demagogo. Sin escrúpulos para que se haga su voluntad, sin respetar normas legales y modificándolas para “acomodar la realidad” a sus deseos de grandeza.
Su “mensaje a la nación” —que no tuvo nada de reconciliación— estuvo dirigido a sus fieles seguidores, al “pueblo bueno”, diciendo lo que sabía que querían oír. Discurso voluntarista, ajeno a la realidad de un México inserto en la globalización y repleto de incumplimiento de gran parte de sus promesas de campaña, así como anuncios que ponen en riesgo a la República y a las libertades conquistadas durante décadas.
Fustiga la corrupción y el neoliberalismo como causas de nuestros males, sentenciando que eso ya se acabó con su gobierno. Pero ofrece perdón y el decreto de “punto final” para “no desestabilizar al país”.
Las denuncias de la Auditoría Superior sobre ilícitos, son ignoradas y nadie será castigado. La ley es pisoteada. El Poder Judicial es ignorado, el Ministerio Público sometido al presidente, y la sociedad civil desdeñada en su exigencia de “una fiscalía que sirva”.
“El Estado soy yo”, dijo el rey francés. “Aquí mando yo; yo tengo las riendas del poder”, dice López Obrador. Con un Poder Legislativo sometido, un Poder Judicial bajo amenaza de ser cooptado; solo falta debilitar o desaparecer a todos los órganos autónomos y dejar de lado a los gobernadores para conseguir el poder total. Nada de equilibrios, controles ni contrapesos, va a ejercer el poder unipersonal.
Sobre la inseguridad, ofrece militarizar al país con una “Guardia Nacional” dirigida por militares. La fracasada estrategia de Calderón y Peña, ahora es reforzada. Y como hay un gran malestar en altos mandos y oficiales de las fuerzas armadas por reiteradas descalificaciones, ahora se desvivió en elogios y hasta dijo que el Ejército Mexicano nunca ha participado en golpes militares (¿de qué tamaño es el miedo a una rebelión?).
Ante el neoliberalismo “que ha enriquecido a una minoría rapaz”, ninguna opción. Solo pésimas decisiones —como la cancelación del aeropuerto de Texcoco— que provocaron la devaluación del peso y cuyos costos se están pagando con fondos de la población.
Los múltiples nuevos programas sociales serán usados para control corporativo y electoral. Y sí a ello aunamos la pretensión de continuar con las falsas consultas populares al margen de la Constitución y la ley, incluyendo la pretensión de aparecer en las boletas electorales del 2021, con el argumento de sujetarse a la revocación de mandato, entonces se cierra la pinza de la restauración y abrir el camino para su reelección en el 2024, aunque diga lo contrario.
A AMLO hay que leerlo al revés: Lo que dice no es, sino todo lo opuesto. Es decir, ningún cambio en la política neoliberal. Y no bajarán los costos de gasolinas ni gas, ni de electricidad, sino “hasta dentro de 3 años”.
La apuesta por una educación de calidad se vendrá abajo al anular la Reforma Educativa en aras de entregar el control a las mafias sindicales de Elba Esther Gordillo y de sus contrapartes de la CNTE.
Es falso que estemos ante un cambio de régimen “progresivo y democrático”; más bien nos situamos ante el retorno de la Presidencia Imperial, concentradora del poder en un solo individuo. Así nunca le ha ido bien a México.
Eso no es liberalismo político ni democracia, que asumen la convivencia razonable, civilizada y tolerante en una sociedad diversa y plural en lo político, ideológico, social, moral y religioso, con reglas aceptadas por todos, sin “constituciones morales”, donde se respeta a las minorías y se fortalecen los equilibrios institucionales y los controles sociales.
La República está en riesgo. Solo la conjunción de esfuerzos de los sectores progresistas serán el dique ante el retroceso.