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El reto de Macron: gobernar

IMPULSO/Jorge Islas

Muy probablemente al momento de leer ésta columna ya sabremos quién ganó la segunda vuelta electoral presidencial en Francia. Quién será el próximo presidente de la V República para los siguientes siete años. Al menos tendremos información sobre las primeras tendencias electorales y, si las encuestas previas no nos defraudan, el señor Emmanuel Macron deberá ganar con cerca de 60% de los votos.

Nada mal para un proyecto político de un personaje que no tiene en su haber profesional ni una sola elección previa, no pertenece a ningún partido político importante, no tiene experiencia alguna en gobiernos municipales o estatales, salvo la que tuvo en el gobierno nacional, los tres años en que fue ministro de Finanzas con el presidente Hollande, dejando como resultado una economía limitada que no crece lo suficiente.

Su paso por el Gobierno ha sido el de un tecnócrata, no el del político tradicional que requiere de cierto conocimiento institucional para sortear los vericuetos del poder presidencial.

Peor aún, no conoce a profundidad la esfera del poder que habrá de encabezar como jefe de Estado, en buena medida porque dedicó muchos años al ejercicio privado de la profesión y también porque es muy joven. No se le puede pedir mucha experiencia porque los años de vida no le dan. Después de Napoleón, habrá de ser el segundo jefe de Estado más joven en la historia de Francia desde que se extinguió el absolutismo. El ciudadano Macron tiene 39 años.

Lo que nadie puede negar es que es un verdadero ganador, todo lo que se propuso en su vida profesionalmente hablando, al parecer, lo ha conseguido, supongo que con gran fortuna, que en la política cuenta mucho, pero también con gran inteligencia y dedicación. En una breve revisión de su biografía, se puede leer que en toda actividad que realizó siempre fue el primero, sea en la academia, en el sector privado y ahora en el gobierno, asumiendo la responsabilidad más importante del Estado francés, la Presidencia de la República.

Así es la democracia, en donde los votos determinan quién tiene el derecho a representar la voluntad popular. Éste es el caso de un foráneo de la política tradicional francesa. Un ‘outsider’, como dicen los anglosajones, un ciudadano apartidista [sic] que logró crear una corriente de opinión favorable a su causa porque supo leer muy bien el encono que han generado los políticos tradicionales. Aprovechó la corriente que hay en todas las democracias para inducir el voto antisistema, el voto de castigo en contra de la mediocridad y el abuso de la clase política gala.

Ahora, tiene que sortear su próximo reto: gobernar, y aquí las cosas pueden cambiar la ruta de su biografía personal. El sistema francés está diseñado para que sean los partidos políticos los actores principales que hacen funcionar la maquinaria del poder institucional. La elección es una parte del proceso que determina quién y con quién se gobierna.

Si el partido del presidente logra ganar la mayoría de la Asamblea Nacional y del Senado, tendremos a un típico gobierno de corte presidencial, como los que soñó De Gaulle. Pero es el caso que Macron, en realidad, no tiene partido político fuerte que lo apoye, lo que puede dar como resultado que la elección próxima del parlamento francés derive en la creación de un gobierno de cohabitación en el que poder de la política interna realmente lo habrá de llevar el Primer Ministro, esto es, los partidos tradicionales.

Si este es el caso, el gabinete de Macron será también el gabinete del Primer Ministro que representa a un partido político que no comparte ideario con su nuevo Presidente. Sea como sea, la cohabitación es una extraordinaria herramienta que ha logrado procesar con civilidad y estabilidad política las diferencias partidistas e ideológicas que están representadas en el parlamento.

Dato
Buen botón de muestra para entender que la pluralidad puede ser funcional con las técnicas de poder apropiadas.

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