IMPULSO/Ricardo Homs
(Presidente de la Academia Mexicana de la Comunicación)
Articulo
Es notorio que el contexto social actual ha exacerbado el ánimo colectivo, generando incredulidad y desconfianza respecto a la información que nos llega a través de medios masivos de comunicación y de las redes sociales. A final de cuentas vivimos en un mundo regido por percepciones.
El acoso informativo parece ser una constante, pues no es casualidad que los temas que se convierten en tendencia nos llegan repetidamente por redes sociales, reenviados de buena fe por amigos, familiares o simplemente conocidos que pretenden mantenernos informados, con lo cual, la repetición nos genera la percepción de importancia y relevancia. De este modo damos crédito a las Fake News o noticias falsas y entramos de lleno en la dinámica de la posverdad y su complejidad emocional, lo cual nos genera el grave riesgo de ser víctimas de manipulación. Además, nos predispone a actuar de modo reactivo y visceral porque nos pone a la defensiva y nos vuelve irracionales.
Sin embargo, poco se ha hablado del gran peligro que esto representa, pues nos enfrenta al riesgo de ser víctimas de bullying colectivo o linchamientos mediáticos, generalmente a partir de infundios y descalificaciones que buscan destruir nuestra reputación para ponernos en posición vulnerable. Es importante destacar que el objetivo de descalificaciones e infundios es masacrar la reputación y el buen nombre de personas o instituciones porque así se destruye la credibilidad. Después de ser convertida en paria social y político, la persona o institución quedan en posición vulnerable para recibir la estocada final con el beneplácito público.
Grandes injusticias se cometen bajo esta dinámica social. Sin embargo, no todo es espontáneo en las redes sociales, pues este fenómeno de impacto global muchas veces responde a campañas de manipulación creadas por profesionales, que están al servicio de quien les pueda contratar sus servicios. Lo inofensivo que parece ser este fenómeno creado a partir de las redes sociales, le convierte en altamente peligroso.
Es importante destacar que la complejidad de este fenómeno reside en una premisa fundamental: pretender controlar los contenidos de las redes sociales para evitar los excesos que se dan al amparo del anonimato y así frenar las afectaciones al buen nombre y reputación de personas e instituciones, puede llevarnos a actos equiparables a censura y a limitar la libertad de expresión y el derecho a la información, que son dos valores fundamentales de la democracia. Por tanto, el único camino viable es crear una cultura de respeto al buen nombre y la reputación, pues de ello depende la credibilidad y la confianza que la sociedad deposita en personas e instituciones.
En este contexto de desconfianza y pérdida de credibilidad, la reputación de personas e instituciones, se convierte en un capital de alto valor, que conservarlo y mantenerlo puede llevar toda una vida, pero para perderlo, basta un error o una campaña de desprestigio estructurada con alto impacto emocional. Basta analizar las campañas electorales de hoy, que ya no se ganan con base en propuestas serias para convencer al electorado, sino a partir de estrategias de desgaste para restarle credibilidad al competidor o adversario, lo cual puede terminar enlodando a todos los participantes. Esto es lo que ha generado el descrédito de la política. No gana el mejor de los candidatos, sino quien terminó menos desacreditado.
Se requiere un trabajo arduo para cambiar este contexto, pero es necesario intentarlo con estrategias de sensibilización pública para generar una tendencia de respeto al derecho de preservar la honorabilidad de un nombre. Sólo así podremos revertir la desconfianza y la incredulidad, que se están convirtiendo en una actitud cotidiana.
Mayor información de este tema en:
www.fororeputaciónyderechoshumanos.com
¿Usted cómo lo ve?
Twitter: @homsricardo