IMPULSO/ Argentina Casanova
La intención feminicida (II)
Con los beneficios que esta clasificación de delito conlleva, es decir, con una mirada de que lo que aseguran son lesiones y en algunos casos –como los intentos de ahorcamiento-, los peritajes sin perspectiva de género ni sentido común básico lo clasifican como heridas que tardan menos de 15 días en sanar, dejando un delito grave sin perseguir.
Así abundan por todo el país, hay información de mujeres que sufrieron desmayos por el ahorcamiento a manos de sus parejas, hasta que alguien los interrumpió o les impidió que alcanzaran su objetivo. Esto basta para que la autoridad ministerial, en una falta completa de la gravedad que tiene la violencia feminicida, lo clasifique como lesiones y los agresores no pasen ni meses en la prisión, representando nuevos riesgos para las víctimas.
En el mejor de los casos, que el responsable de la agresión sea imputado, porque caben aquellos casos en los que al ser clasificado el acto como “lesiones” y no como feminicidio en grado de tentativa, se les abre el camino –desde la lógica institucional- para la mediación y la conciliación. Incluso para que las víctimas les otorguen el “perdón del ofendido”, porque para beneficiar a los agresores siempre hay recursos.
Para eso existen las figuras de “estado de emoción violenta”, y tantos otros recursos de los que disponen los feminicidas para salir librados, porque al final de cuentas matar o intentar asesinar a una mujer no tiene mayor gravedad si puede zafarse de la responsabilidad argumentando que ella lo provocó con su infidelidad, con su mala conducta, porque era una mala mujer o mala madre.
Ahí es donde empieza a fundarse la exculpa del responsable, desde el constructo social que puede y justifica cualquier violencia que se ejerce contra las mujeres que “provocan” las agresiones por su forma de vestir, su conducta o por andar en lugares donde no debían, por ser promiscuas o por ser infieles, y los diarios lo justificarán muy bien con sus titulares encabezados por adjetivos calificativos sobre la conducta sexual o la baja condición “moral” de las víctimas.
Así se alienta el contexto de que esa vida no valía, y que no alcanza el valor suficiente para privar de la libertad a un hombre, sujeto que además ha sido víctima de la presión social y el dolor de no ser correspondido, que al cabo las mujeres para eso están disponibles en el imaginario social, haciendo permisiva la violencia contra las mujeres.
Por supuesto esto alcanza a las instituciones que aún están lejanas de investigar y juzgar con perspectiva de género, si no clasifican como tentativas de feminicidio las agresiones que han puesto en riesgo la vida de las mujeres y seguirán acumulándose carpetas fallidas de investigación por lesiones con víctimas sobrevivientes, que viven con miedo a que sus agresores regresen para acabar lo que intentaron: matarlas.