IMPULSO/ Gabriel Guerra Castellanos
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¿Ya sabe usted qué hacer en estos días, querido lector? Porque independientemente de a dónde vaya a viajar o en dónde vaya usted a permanecer, son muy altas las probabilidades de que tenga usted tiempo disponible. Mucho. Y más le vale aprovecharlo bien.
El ocio, dicen los clásicos, es la madre de todos los vicios. O la ociosidad, mejor dicho, no sólo porque el ocio es masculino y por lo tanto se le dificultaría ser madre, sino también porque ocio implica tiempo libre, mientras que un ocioso es un inútil, un deshonesto incluso. ¿No está de acuerdo con esa definición? Discútalo con la Real Academia. Al hacerlo evitará la ociosidad.
Más de uno pensará, al leer el primer párrafo, que no hay manera de que tenga tiempo libre. Va a estar nadando, o esquiando, o tomando el sol, o tomando muchas bebidas de esas que tienen sombrillas y frutas incorporadas como parte de sus escasas gracias. Y va a estar con su familia. Pero créame, nada de eso importa, porque va a tener usted carencia de llamadas telefónicas, correos y mensajitos, y eso le va a provocar ansiedad. Mucha. Prepárese.
Por si los síntomas provocados por esas ausencias fueran poca cosa, tendrá usted que hacer cosas verdaderamente inusitadas como platicar con sus familiares cercanos y, ¡oh sorpresa!, con su pareja, su cónyuge. Y ni se meta a explorar la conexión etimológica entre cónyuge y yugo, no le conviene. Ni siquiera para evitar el ocio. Aléjese de cualquier discusión que pueda remotamente provocar fricciones o momentos tensos. Si más gente siguiera ese consejo, habría menos accidentes de esquí y menos ahogados en la playa.
Tampoco le recomiendo explorar en voz alta las contradicciones que implica irse de viaje y gastar en diez días lo que normalmente gastaría en tres meses o de dejar que el hedonismo se adueñe de sus vacaciones en plena Semana Santa. Si es usted de los que se fueron hará sentir incómodos a sus acompañantes. Si es de los que se quedaron en casa, todos pensarán que la envidia lo corroe o, peor aún, que es un moralista predicador o un predicador moralista, que definitivamente no son lo mismo.
¿Cree que es un buen momento para hablar de política y de las inminentes campañas e inevitables elecciones con personas a las que tiene que seguir tratando el resto de su vida? Lo único más arriesgado es hacerlo con perfectos desconocidos, que en una de esas son asesinos seriales o amigos del “Pozolero”.
Le queda entonces como alternativa leer, de preferencia libros o publicaciones serias, textos divertidos o profundos, analíticos o triviales. Tal vez no sea el momento para adentrarse en los clásicos rusos, pues no faltará quien crea que forma usted parte del complot, y qué flojera convencerlo de lo contrario. Y leer a Tolstoi en la playa es un poco, digamos, incongruente. Pero da igual. Lea usted, distráigase y diviértase o edúquese e ilústrese. Busque a esos autores que normalmente no recurriría, salga de su zona de confort, contraste, contradígase, dese permiso de escandalizarse. Explore autores de países desconocidos, de culturas diferentes, con puntos de vista chocantes, porque esos son de los que va a aprender cosas nuevas.
No le voy a dar una lista ni mucho menos, porque de lo que se trata es de romper el molde, de meterse a fondo, de perderse en el texto, en la historia, en la narrativa, de sumergirse en el océano infinito de las palabras.
Saldrá usted de esa expedición habiendo derrotado al ocio, olvidado la ansiedad y encontrado temas nuevos, perspectivas nuevas, para compartir con sus más queridos. Se lo agradecerán. Y si no, écheme a mí la culpa.