Octubre 5, 2024
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Praxis Política


IMPULSO/ Francisco Javier Estrada

Torre de Babel

He leído con el mayor interés el artículo de Leonardo Páez en el periódico La Jornada, titulado “¿La fiesta en Paz? / Hablar por hablar / La barbarie sensibiliza / Sustentos pobres y sustentos ricos”. Tenemos gran necesidad de pensadores que profundicen sobre lo que sucede con México y con la humanidad, pues sólo así hemos de dar con las verdades que nos permitan recuperar el sentido del renacentista, que en otros siglos pudo fundar culturas que son la parte más bella del hombre y la mujer en la Tierra.

 

Es una lástima que, por más esfuerzos que se hacen en el campo de la educación, no se recupere el estudio de las ciencias sociales, que ponen al civismo y a las ciencias humanistas por encima de procesos, que lo han definido bien aquellos que sí piensan, al decir que lo que parecía buscar el panismo en sus 12 años de Gobierno federal, era hacer de los mexicano sólo unos maquiladores ante el mundo. 

No pensar, no reaccionar a la injusticia, sí ser tuerca o tornillo de la industria, enajenada, que sólo buscara al becerro de oro en nuestra patria. No lo lograron, pero ahora es necesario insistir en que hace falta en las aulas de educación del país el consolidar la presencia de la enseñanza, que hace reflexionar al niño, memorizar, sí, pero también hacerlo que piense y reflexione sobre todo lo que aprende, ya dentro del aula, en la vida diaria, o en el uso de las nuevas tecnologías.

Leo en el artículo de Leonardo Páez lo siguiente: “Uno de los rasgos que caracterizan a esta época, tan crédula como todas pero consumista como ninguna, es que cualquiera que tenga boca puede hablar de cualquier tema, incluso si lo desconoce o decide utilizarlo para reforzar su postura, antojadiza o sustentada”. Estas palabras me hacen pensar en los ideólogos, esos que hablan de todo, en particular dentro del mundo de la política.

Que no cuenta con ese espíritu recto, serio, que se niega a ser banal, al hablar de todo, aunque se desconozca de lo que se habla. El científico es ejemplo que debiéramos de seguir todos los días: sólo hablar de lo que se sabe, jamás hablar de lo que no se sabe. Pero vivimos tiempos donde cualquiera puede hablar de todo y de todos. Aún de la vida privada de sus vecinos si es necesario, para demostrar que sí, está enterado de todo y de todos.

Consumistas y hablantines, eso es lo que somos en estos tiempos, en particular cuando pensamos en el internet, que nos da esa falsa idea de que podemos hablar de todo y de todos, pues con ese instrumento tenemos el conocimiento en nuestro bolsillo, en ese aparatito llamado Blackberry, IPhone, y demás. Dice Leonardo: “Es uno de los daños colaterales de la sobreinformación, que los manipuladores partidarios de la homogeneización cultural pretenden confundir con el conocimiento”.

Vivimos una cultura extensiva, masiva, sin discurso crítico, vivimos la cultura “light”, que no cuenta con el fondo que da el estudio serio de todo lo que queremos abarcar. Diría mejor, de aquello, aunque sea poco, pero bien estudiado.

El Internet nos da la impresión que podemos saber todo de todo y de todos, y ya vemos los resultados: la banalidad en dos pies.

Ahora se vive la experiencia diaria en la oficina de aquellos que sólo se pasan revisando los correos, el Facebook, el Watsup, y tantas otras formas que los genios de Estados Unidos, Alemania, Japón o Corea del Sur nos endilgan día con día.

Y se vive a diario, en la oficina tanto tiempo perdido por saber lo que acaba de suceder en tiempo real, como si el vivir fuera estar atento a lo que sucede instante a instante, dejando a la vida pasar. Es una enajenación que tiene proporciones masivas nunca vistas en la humanidad.

En los tiempos de Alvin Tofler, el de la primera, segunda o tercer ola, se decía que los conocimientos iban tan rápidos que cada 10 años o cinco se debía de renovar.

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