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IMPULSO/ Alejandro Hope

Michoacán y la violencia sin fin

En la última semana, Michoacán ha estado literalmente en llamas. Bandas de matones, supuestamente vinculados a una banda criminal local conocida como Los Viagras, han bloqueado carreteras con vehículos incendiados en diversos municipios del Estado (Parácuaro, Múgica, Uruapan). No menos de 22 camiones fueron destruidos en los bloqueos, así como tres agencias automotrices y una tienda de autoservicio. Según las autoridades estatales, el ataque de Los Viagras fue una reacción a la detención de Jordy Villa, sobrino de Nemesio Oseguera, líder del Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG).

El procurador general del Estado, José Martín Godoy Castro, armó que las quemas y bloqueos eran “reacciones de este grupo para tratar de distraer la atención y obstaculizar el avance de las fuerzas estatales y federales”. El gobernador Silvano Aureoles se pronunció en el mismo sentido: “Desde que iniciamos esta administración determinamos que habría cero tolerancia con todas aquellas personas que laceran el bienestar y el desarrollo de la entidad. No vamos a bajar la guardia, al contrario, vamos a reforzar nuestro actuar”. Pues, tal vez, la tolerancia sea cero, pero los bandidos no parecen darse por enterados.

Dos años después de que Aureoles proclamó el fin de las autodefensas, el estado sigue desfigurado por grupos criminales. Además de Los Viagras, opera una banda conocida como Los H3 (o Tercera Hermandad) y vinculada a uno de los principales líderes de las autodefensas, Luis Antonio Torres, alias Simón, el Americano. En la región de Lázaro Cárdenas, funciona un grupo que se hace denominar La Nueva Familia Michoacana, formado por ex integrantes de Los Caballeros Templarios. El resultado ha sido una violencia sin freno.

En 2017, según cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, fueron asesinadas 1492 personas en Michoacán. Ese número de víctimas es 50% mayor al registrado en el estado durante 2014, en pleno conflicto entre los Templarios y las autodefensas. La situación actual es la herencia envenenada de la intervención federal de 2014. Los Viagras fueron un aliado clave de las fuerzas federales en la campaña para derrotar a Los Caballeros Templarios. Recibieron armas y equipo de las autoridades. Se incorporaron a la llamada Fuerza Rural, creada a partir del movimiento de autodefensas. Las fuerzas armadas y la Policía Federal compartieron inteligencia con ellos. Se sentaron y llegaron a acuerdos con Alfredo Castillo, el comisionado federal en Michoacán durante la intervención.

Todo eso, vale la pena recordar, sucedió con el pleno conocimiento de que Los Viagras eran delincuentes, que habían trabajado para los Templarios durante varios años. Y esto lo reconoce el propio gobernador Aureoles. En una reunión reciente con diplomáticos acreditados en México, armó lo siguiente: “También pasaron cosas como empoderar a delincuentes, se usó a delincuentes para combatir a los otros, creo que fue exitosa la medida porque se pudo desarticular, pero los otros se quedaron empoderados y ahora son un dolor de cabeza, por lo menos un grupo de éstos, los autodenominados Viagras”. Menudo éxito y menudo dolor de cabeza. La pacificación de Michoacán está todavía muy lejos. Los Templarios ya no gobiernan el Estado, pero las autoridades tampoco. Los grupos armados irregulares ya no se llaman a sí mismos autodefensas, pero siguen ahí, desafiando abiertamente al Gobierno en cualquier oportunidad disponible. Y la violencia envuelve al Estado, como hace una década, como hace un lustro. Éste es el cuento de nunca acabar.

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