Octavio Rodríguez Araujo
A veces, el pasado explica muchas cosas del presente, en el 2000, la mayoría de los votantes quería sacar al PRI de Los Pinos y así ocurrió. En 2006, el PRD contaba con un fuerte músculo en López Obrador como candidato, razón por la que los panistas, en complicidad con el PRI y con las huestes del magisterio, hicieron trampa. En el primero de los dos sexenios panistas, el PRI se mantuvo más o menos aletargado (gobierno de Fox), pero despertó en el gobierno de Calderón, aprovechando la impopularidad de éste, lo que no hizo o no supo hacer el PRD, conviene subrayarlo.
En consecuencia, el Tricolor ganó en 2012, el PAN entró en una crisis relativa y el PRD cayó en desgracia por dos razones principales: por la escisión de López Obrador y la formación de Morena y por la lucha interna provocada por las facciones (“tribus”) más oportunistas del sol azteca: los chuchos y sus incondicionales. El PRI, por su parte, se subordinó a Peña Nieto y con éste se tiró en el tobogán para casi alcanzar el suelo.
PRI y PAN, en principio, quedaron muy maltrechos en este proceso de tres lustros. Tan mal estaban que el primero optó por un no militante para hacerlo candidato presidencial y el segundo, después de ampliar grietas que ya se veían desde el calderonato, terminó por dividirse bajo la batuta de su dirigente que, a como diera lugar, quiere ocupar la silla presidencial.
El PRI, como también se observaba desde hace unos años, sobre todo en la elección de gobernador del Estado de México (2017), buscó con ahínco formar coalición con otros partidos, concretamente con los que le dieron el triunfo a Del Mazo: el Verde, el Panal y el PES (ahora aliado de Morena para la presidencial). Para competir por la Presidencia, la coalición encabezada por el PRI se denominó originalmente “Meade, Ciudadano por México”, para luego verse obligado por el INE a cambiarla por “Todos por México”. El ex partido casi único en el pasado se debilitó tanto que en solitario no hubiera ganado la gubernatura mexiquense ni podría ganar, si acaso existieran los milagros, la presidencial. Para colmo, su candidato dizque ciudadano no despierta suficientes simpatías electorales como para colocarse en un lugar competitivo.
El caso del PAN es menos dramático, aunque tampoco puede ocultar su deterioro. Anaya hizo bien en deslindarse de Calderón y diría que también actuó con inteligencia obligando a Margarita Zavala a dejar su partido, pero, en sus deslindes, tuvo que maniobrar con cierta rudeza para quedar como candidato, provocando a su paso más escisiones en el blanquiazul. Sin embargo, supo aprovechar la desesperación de los perredistas por no hundirse del todo y les ofreció una tablita de salvación a cambio de muy poco. Con el PMC de Dante Delgado fue menos caritativo, entre otras cosas porque sabe que este último tiene fama de mañoso y de no ser muy leal con sus aliados. Para los ciudadanos comunes, especialmente para los conservadores y liberales (no hago distinciones), Ricardo Anaya puede ser un buen candidato y tal vez muchos lo vean como muy “entrón”, audaz y hábil en su discurso y consignas. Lamentablemente para él, no pocos de sus aliados lo mejor que saben hacer es montar espectáculos bochornosos y dar una baja calidad a sus planteamientos.
PRI y PAN, en resumen, son dos partidos que han venido perdiendo hasta la sombra de su pasado y que individualmente no podrían ganar la presidencial.
Morena es caso aparte, entre otras cosas porque su pasado es muy difuso y no lineal. Se trata de un partido nuevo que descansa en el liderazgo de su candidato presidencial y dirigente casi único (por no decir único). Empero, y a pesar de su muy joven presencia, tampoco se sintió con suficiente fuerza como para ir solo a la elección presidencial. Surgió, como todo mundo sabe, de grandes desprendimientos del PRD y en las citadas elecciones mexiquenses no le bastó su extemporánea alianza con el PT para ganar la gubernatura, fue insuficiente en tiempo y forma. Al parecer asimiló esta experiencia estatal y, desde luego, la presidencial de 2006 en la que, si hubiera contado con los votos de unos cientos de miles de un partido pequeño, al gobierno de Fox y sus aliados les hubiera costado más trabajo arrebatarle la silla presidencial. Esta y no otra sería para mí la explicación de la coalición que hiciera Morena con el reaccionario Partido Encuentro Social y con movimientos de derecha en algunos estados, Morelos destacadamente.
El panorama, pues, es poco optimista por cuanto a los partidos políticos mexicanos. Los que no están en crisis tampoco están suficientemente consolidados ni ideológicamente ni electoralmente. Después de las elecciones del próximo julio quizá los principales dirigentes políticos del país descubran que sus partidos deberán rehacerse y afianzarse en una lógica de renovación auténtica sin las ambigüedades y el pragmatismo que les conocemos en este momento.
¿Los partidos están en crisis? Ya veremos después de las elecciones. Tal vez algunos se salven y se recuperen a sí mismos.