IMPULSO/Sara Lovera
¿Quién podría dar alguna respuesta, algún aliento?
La sociedad mexicana está al punto del agotamiento patológico, anormal y desproporcionado que se presenta sin trabajar de forma excesiva, conocido con el nombre de fatiga crónica.
El bombardeo en todos los medios de comunicación, en las redes sociales, que no hacen otra cosa que nombrar y describir hechos de violencia, sin dar algún aliento, alguna respuesta.
Las y los asesinados, el desplazamiento forzado, la escasez de respuestas a la problemática, el bombardeo informativo de la pelea, de la diatriba, nos conducen a la desazón.
Además, la incertidumbre y la dificultad para interpretar hechos y palabras, una pesadumbre sistemática frente al crimen.
Quién, de todas nuestras alternativas de probables nuevos gobernantes, ha tomado en serio lo que sucede. La clase política no halla cómo abordar una situación que ha rebasado al Estado Mexicano. Nadie encarna el dolor colectivo. Lo cierto es que un día se desencadenó una guerra, una insultante e inexplicable.
Recuerdo los días de 2007, cuando todos los caminos y los pueblos se empezaron a llenar de uniformados: policías, soldados y marinos. Nos habíamos olvidado de los tanques que hace casi 50 años ocuparon el zócalo de la ciudad capital y poco después los miramos en Tlatelolco y se nos quedó sellado el recuerdo de un reguero de zapatos en la Plaza de las 3 Culturas.
Luego volvimos a ver los zapatos, en escena teatral, en una pirámide en la plaza de Santo Domingo para señalar que 18 mujeres se morían todos los días a causa de su maternidad; pero los soldados reales aparecieron en Chiapas en 1994. Miles de mexicanas y mexicanos tomamos la avenida de la Reforma para decir no a la violencia que operó, y apenas unas semanas después vivimos el magnicidio de Luis Donaldo Colosio. Tremendo.
¿No fue entonces? En 1994, cuando se entronizó en las conciencias la aceptación de los uniformados, que ocuparon grandes espacios en Altamirano, Ococingo, San Cristóbal de las Casas, Chiapas y, como remedio se instaló el Diálogo con el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, cuyo ocaso apenas contribuyó para mirar a los pueblos originarios y su pobreza, tristeza y marginación. Con algunos muy elementales cambios.
Y no habíamos terminado de horrorizarnos cuando se corrió la cortina que nos hizo ver el feminicidio en Ciudad Juárez, con los asesinatos de mujeres que quisimos creer era solamente ahí. Era también 1994. Pronto, para el dos mil nos empezamos a enterar que el feminicidio conspiraba contra la libertad de las mujeres, en todo México.
Luego la guerra declarada en 2007, el mismo año que logramos las leyes para enfrentar esos asesinatos de mujeres. Y entronizamos en nuestro lenguaje, hoy simplemente normalizado, la convicción de que sí, eran las asesinadas sin justicia. Y eso fue también la guerra.
Desde el conflicto en los Balcanes las guerras dejaron de ser consideradas los clásicos enfrentamientos entre dos contendientes. Muchas de éstas se convirtieron en confrontaciones entre múltiples actores que luchan confusos por fanatismos nacionalistas o religiosos, o que se disputan recursos involucrando a bandidos, combatientes y fuerzas del Estado.
La historia define. Existen conflictos provocados por diamantes, esmeraldas, plantaciones de coca, recursos minerales, cultivos de amapola o el cobro de rentas a empresas o emprendimientos de todo tipo. En México, pronto nos dimos cuenta de la ruta criminal y también feminicida. Esa para introducir drogas a Estados Unidos. Esa plagada de miles de millones de dólares que la droga produce. Y que hoy nos tiene en situación de angustia, agotamiento, desamparo.
Es verdad que México tiene problemas de impunidad, corrupción y debilidad institucional, pero todo ello no tenía por qué derivar en una guerra.
Ahí está. Mil veces estudiada, con acciones estratégicas que no han remediado nada. La gente lo sabe. Ayer al visitar una exposición, llamada Museo de Política de Drogas me contaron que hay 300 mil personas desplazadas a consecuencia de las desapariciones. Que no están desplazadas por presión política o persecución. Sino porque ha salido a buscar a sus hijos e hijas, a sus parientes, a sus querencias, porque no saben cómo y cuándo y por qué los “levantaron”, de los llevaron.
Es tremendo. Y me contaron que hay lugares donde es el crimen organizado el que le ha puesto límites a la actividad del Estado. Y que el problema de México no es atajar drogas, sino intentar una salida con el cese de la prohibición. Porque ahora resulta que grupos encabezados por mujeres que buscan a sus familiares, están en peligro, desarraigadas, caminando por los caminos del crimen, muchas apresadas, tal vez amenazadas con una violación o torturadas. Nada puede el día de hoy descartarse. Cualquier peligro se corre en Tamaulipas, o en Veracruz, donde trabajan los colectivos de madres, hermanas y esposas.
¿Nadie tiene una propuesta? Para restañar el dolor. Ninguna candidatura habla. ¿Tienen miedo? Más de 40 personas que hacen política, sólo este año, fueron asesinadas. Y otras piden espacios públicos para informar de amenazas. ¿Esto es posible? Mientras hay esa otra guerra en las redes sociales, donde la palabra, amparada en el anonimato o ignoto, se tiñen de insultos y descalificaciones. Más la otra, entre cúpulas, amenazas veladas, de un lado y otro. Hablan de pueblo y hablan de inversiones que pueden dañarse. Y en medio, ahí cómo en un páramo las dolientes.
Es como regresar al pasado. Los años 70, los de la guerra sucia. Los tiempos de esas otras madres que se organizaron en torno de doña Rosario Ibarra de Piedra, las madres de los desaparecidos, el grupo Eureka. Pero entonces, como se estudia el tema de las violadas que no saben de pronto porqué se las somete, decía, entonces esas madres presumían de conocer las razones. Era la represión contra los muchachos y muchachas que buscaban la democracia o se habían ido a la guerrilla y el gobierno cobraba con sus vidas.
Hoy las buscadoras no tienen una explicación clara y válida. Al contrario la incertidumbre las agobia, las lastima, no tienen claras las razones de la desaparición, de la ausencia de sus seres queridos. En Saltillo, sabemos cómo se evaporaron agentes de ventas, agentes de comercio, estudiantes que migran. No lo tienen claro porque no hay investigación. No tienen idea de que pasó y cuál es la causa del rapto de sus hijas. Y eso crea un estado de absoluto agotamiento. Ninguna de las buscadoras cree en alguna autoridad, ni en la policía, ni en el o la presidenta municipal.
Sobre esa realidad se teje hoy, en estos días. Las propuestas no tienen asidero con la realidad. Miles de millones se han invertido para ”combatir a los malosos”. El otro día escuché más o menos la cantidad de policías, soldados y marinos en acción. Dijeron, como 250 mil. Y me acordé lo que la abogada feminista Martha Figueroa descubrió en los espacios militarizados de Chiapas 1994, donde las jóvenes indígenas y no indígenas sufrían o se mimetizaban con ellos. Dijo que en esos lugares sucedían escenas como las que el nobel de literatura, Mario Vargas Llosa relató en su novela Las Visitadoras.
Hoy no lo sabemos de cierto. Digo para las diversas ausencias. Sabemos que como parte del menú criminal está la trata de personas, comercio de personas o tráfico de personas para el comercio ilegal de seres humanos con propósitos de esclavitud laboral, mental, reproductiva, explotación sexual, trabajos forzados, extracción de órganos, o cualquier forma moderna de esclavitud. Pero no tenemos investigación confiable. Y ese temor se amontona en el corazón de las y los familiares.
Y nadie atina a comprometerse en ello. ¿Cómo? Por lo que sabemos, es falta de investigación, es impunidad, miles de expedientes en los ministerios públicos, en los juzgados, en los archivos secretos de las procuradurías de justicia sólo se amontonan. Eso aumenta y cercena la vida de, me dijeron, de 30 a 50 personas por cada desaparición. Y ellas, además de su búsqueda, cuidan a quienes se afectan.
Y mientras transcurre el teatro de las declaraciones, la danza millonaria de los presupuestos, algunos claramente desviados. Y ahí están los sistemas de prevención y atención a la violencia contra las mujeres, sin que nadie les tome cuentas. Sin reclamo organizado, porque cada grupo, cada círculo de buscadoras, mujeres que trabajan, como se dice, el “tema de la violencia”, expertas y expertos que hacen cifras y proyecciones con las noticias, cada institución pública o privada, trabaja aisladamente, en miles de pequeños focos de acción o reflexión. Pronto sabremos de maestrías y doctorados en desaparición.
El conflicto en México entonces es mucho más grande que cualquier deseo de cada aspirante a ocupar los gobiernos que se definirán el primero de julio. Lamentablemente el ruido excesivo de la información desarticulada y nebulosa, también contribuye, esa que no nos está diciendo realmente qué pasa y cuál es el antídoto.
Mientras, como dijo ayer una de las buscadoras, lo único real, preciso, seguro, es encomendarse a las fuerzas divinas. Y la esperanza de lo divino, está fuera de la realidad. Veremos.