IMPULSO/ Sara Lovera
La rijosidad daña al país, los epítetos sin base, más, ¿y las mujeres qué?
De acuerdo a las escuelas más confiables de periodismo, una entrevista no es una charla entre amigos, ni tampoco un tercer grado. En lo que te dice el entrevistado puede estar lo más valioso, tienes que oírlo para ponerlo de manifiesto. Tienes que dejarte sorprender sin perder el mando. El oyente no puede sentirse incómodo con tu agresividad. Si a quien se entrevista se va por las ramas, debes atraerlo con agresividad profesional.
Un buen o buena entrevistadora debe volver sobre sus preguntas “cuantas veces sea posible”, pero en algún momento hay que tirar la toalla porque, si no, se igualan los planos. Y quien es periodista no está en el mismo nivel que su interlocutor. Puedes insistir dos o tres veces, pero hay un momento determinado en que ya insistir es incómodo también para quien te escucha.
La entrevista es la más pública de las conversaciones privadas, funciona con las reglas del diálogo privado, pero para el ámbito público: proximidad, intercambio, exposición discursiva con interrupciones, un tono marcado por la espontaneidad, presencia de lo personal y atmósfera de intimidad. No es un diálogo libre entre dos sujetos, es una conversación centrada en una parte de quienes dialogan.
La relación entre periodista y entrevistado no es entre pares, ni mucho menos entre conocidos de toda la vida. Quien actúa de periodista debe mantenerse al margen, pero no por eso ser un fantasma, debe marcar su presencia cada vez que observe la existencia de contradicciones y otras mañas del entrevistado. Las ideas periodísticas deben servir como herramientas para poner a prueba el discurso de a quien se entrevista. Decir a los entrevistados que deben estar en disposición para dejarse guiar, se puede interrumpir y criticar.
Nos enseñan en periodismo que tenemos la libertad para penetrar en la vida del interlocutor, tenemos autorización para cuestionar públicamente a la persona entrevistada, máxime cuando está en la política, y a poner en duda sus declaraciones. La persona entrevistada tiene derecho a callar o contestar lo que le venga en gana. Nunca está en un tribunal, pero tiene que escuchar las indagaciones que hace el periodista, escuchar sus dudas y hasta sus comentarios, nadie debería sorprenderse por eso.
Ése es el trabajo periodístico para dar al público un claro perfil de quien responde. Y hay más, el periodista debe tratar de convertirse en una persona confiable y a su vez debe estar atento a las manipulaciones de la persona a la que entrevista para cuestionar lo que dice desde posibles certezas a terribles incoherencias. Escucha al declarante o entrevistada, no trabaja para esa persona, sino que los hace para la opinión pública.
De esa entrevista, la de Marín al presidente Peña Nieto, hay una nota interesante, fechada el 9 de septiembre de 2016: “Andrés Manuel López Obrador abrió fuego, sin nombrarlo, contra el periodista Carlos Marín. Le pegó con todo por la viralizada y muy comentada entrevista que le hizo el director de Milenio Diario al Presidente de la República. Hay quien interpretó que AMLO defendió a Peña Nieto. O sea, si sabía a dónde y con quién iba.
Finalmente, una de tantas definiciones de un oficio, con frecuencia ingrato: “El periodismo promueve el debate democrático y el pensamiento crítico. El periodismo adquiere un compromiso de servicio público con la sociedad en general y con las minorías, las mayorías, las y los necesitados y perjudicados, en general. El periodismo debe servir a las personas para decidir su presente y su futuro. Y entre sus cualidades deben estar presentes la observación, el análisis, la capacidad crítica, el inconformismo y la transgresión. Veremos. [email protected]