Andrew Selee
Esta semana, el senado de Estados Unidos debatió el futuro de los “dreamers” (soñadores) —jóvenes que habían llegado de forma indocumentada al vecino país del norte como menores— y falló.
No pudieron o no quisieron llegar a un acuerdo y ninguna de las propuestas hechas por los legisladores estadounidenses logró suficiente apoyo para aprobarse. Se endurecieron posiciones y se alejó la posibilidad de legalizar el estatus de estos jóvenes.
Un grupo de senadores moderados de ambos partidos lograron un acuerdo que legalizaría el estatus de los soñadores a cambio de recortes en el sistema legal y fondos para el muro fronterizo, acercándose a posiciones que había articulado el presidente Donald Trump, pero lo criticó el Presidente y no se llegó a la mayoría de 60 votos de los 100 que se requieren.
El voto final fue de 54 a 46, pero hay indicios de que podría haber logrado 57 votos (pero tres senadores demócratas votaron en contra cuando ya era evidente que fallaría).
Sigue habiendo una posibilidad de que se negocie otro acuerdo, pero también hay indicios de que las posturas de La Casa Blanca, por un lado, y de los demócratas y algunos republicanos pro-inmigrantes, por el otro, se están endureciendo y polarizando.
Esto abre la posibilidad de que se logre un acuerdo que pueda ganar los 60 votos y una mayoría en la Cámara de Representantes después, mucho más distante.
Sólo unas semanas atrás, Trump prometió firmar cualquier propuesta que el Congreso aprobara y le enviara, pero ahora está demandando recortes en visas legales, 25 mil millones de dólares para el muro fronterizo y otras medidas de seguridad. Su inicial pragmatismo ha sido reemplazado por dogmatismo y dureza.
En cambio, los demócratas desconfían cada vez más de Trump en este tema, que en algún momento pensaban podía arreglarse, y descalifican cualquier sugerencia que venga de La Casa Blanca. Se vuelve difícil ver cómo se pueda llegar a una solución.
Sin embargo, nadie debe querer que la protección de los Soñadores desaparezca, ni por razones morales ni por razones políticas. Y puesto que Trump se ha vuelto ahora el centro del debate, insistiendo en que su propia propuesta sea aprobada tal cual, no hay duda de que si fallan los intentos de proteger y legalizar a los soñadores, este fracaso se le achacará a él en la opinión pública estadounidense.
Aquí hay una incógnita: ¿cuál es la fecha límite para resolver el tema? El Procurador General había anunciado que DACA, la protección administrativa de los soñadores que había puesto en marcha el ex presidente Barack Obama, terminaba el cinco de marzo, pero, ahora, dos tribunales han resuelto que Trump se equivocó en la forma en que derogó el programa.
Es muy probable que la Suprema Corte, en algún momento, revise estas decisiones y probablemente falle a favor de la Casa Blanca, dando por terminada la protección que ahora tienen los soñadores, pero no tenemos idea de cuándo podría pasar esto.
El Congreso de Estados Unidos está trabajando contra reloj, pero no sabemos cuándo se acaba el tiempo que tienen. Quizás cuando la presión aumente y haya una fecha final, reflexionan y se den cuenta, tanto los senadores como la Casa Blanca, que fallar en este tema sería no sólo una derrota moral, sino un suicidio político.
DATO:
En cambio, los demócratas desconfían cada vez más de Trump en este tema, que en algún momento pensaban podía arreglarse, y descalifican cualquier sugerencia que venga de La Casa Blanca. Se vuelve difícil ver cómo se pueda llegar a una solución.