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Opinión

IMPULSO/ Octavio Rodríguez Araujo
Institucionalizar Morena
Yeidckol Polevnsky, secretaria general en funciones de presidenta de Morena, ha declarado a Proceso de esta semana que la tarea de los morenistas es institucionalizar el partido. Más adelante, según la nota de Rodríguez García en el semanario, Polevnsky señaló que “la prioridad partidista […], es la profesionalización de su clase dirigente y de su base, así como dotar de una identidad homogénea al partido.” En pocas palabras, convertir un partido personalista y quizá caudillista en un verdadero partido institucionalizado.
¿Qué quiere decir institucionalizarlo? Que no dependa de una persona para existir, crecer y desarrollarse, sino de dirigentes profesionales como lo sugerían Max Weber y Robert Michels hace un poco más de un siglo al referirse a los partidos modernos de aquella época. Si es cierta esta intención expresada por Polevnsky, es bueno para el partido, ya que quien lo promovió será presidente constitucional de México y sus obligaciones son otras, diferentes a las que tuvo como presidente de Morena y como su candidato presidencial.
Los partidos personalistas, llamados caudillistas por Vicente Fuentes Díaz hace seis décadas, tenían como característica principal surgir y desaparecer en función de los apoyos que les brindara o les quitara un caudillo, es decir un líder destacado. Fuentes Díaz no previó que un tal caudillo o semejante llegara a ser presidente de la República, por lo que no conocemos qué hubiera pensado de lo que acaba de ocurrir en el México de ahora en la relación caudillo-partido-candidato-gobernante.
Fuentes Díaz conoció muy bien el PRI, donde militó por muchos años. Por lo mismo, supo que si bien el Revolucionario Institucional aceptaba que el Presidente del país en turno fuera su “jefe nato” y que éste fuera ungido casi un monarca por el partido, una vez terminado su sexenio subiría otro y así sucesivamente (la “monarquía sexenal” de que hablara Cosío Villegas). Esto es, el PRI, como tampoco su antecesor inmediato (el PRM), nunca fue un partido caudillista sino una organización en la que un grupo hegemónico (a veces incluido en éste el jefe del Ejecutivo federal) definía su orientación y ajustes incluso ideológicos (Salinas, por ejemplo, le cambió la ideología al PRI cuando el presidente de éste era Colosio, abandonándose el “nacionalismo revolucionario” para convertirlo en un partido del “liberalismo social”; pero una vez que Zedillo tuvo la Presidencia del país y Santiago Oñate la del PRI, se regresó por breve tiempo al “nacionalismo revolucionario” que después volvió a desaparecer, casi en sigilo, cuando Oñate fue designado embajador en Londres).
Una lección podría desprenderse de la historia del PRI: el hecho de que el Presidente de la República lo determinara, y no al revés, fue lo que lo llevó al fracaso en 2018. No es necesario buscar más explicaciones en la relación gobierno-partido. La cuestión es que esa lección tampoco fue entendida por el PAN, y todos sabemos que Felipe Calderón, con su desgobierno, llevó a su partido a la derrota en 2012.
Esta lección, que tal vez valga la pena recordarla, podría ser válida para todos los partidos, incluido Morena en sus próximos años. Quizá por esta razón sus actuales dirigentes están pensando (supongo que seriamente) en institucionalizar el partido.
Morena cumplió con creces su cometido de ganar las elecciones este año. De hecho, ganó más de lo que esperaban sus dirigentes. Mas ese fue un momento que ya quedó registrado en la historia de los partidos y las elecciones en México, pero lo que sigue para Morena es también muy importante. Como dijera el clásico, una cosa es llegar al poder y otra mantenerse en él. Este es el punto. Si se quieren continuar democráticamente las reformas y modalidades que les quiere dar López Obrador a su gobierno y al régimen político, deberá adecuarse el partido al papel que tiene enfrente: un partido electoral sólido, creciente en número de militantes, e ideológicamente mejor definido de lo que está ahora (“identidad homogénea”, Polevnsky dixit). Es decir un partido no acaudillado sino institucionalizado, con vida propia pero complemento del gobierno sin ser apéndice de éste.
Si AMLO logra modificar el régimen político quizá le sea útil recordar, para no repetirlo, lo que dijo en 1930 Lázaro Cárdenas cuando era presidente del Partido Nacional Revolucionario: “El partido es […] el organismo dinámico del régimen: y al margen de las funciones del gobierno —aunque obrando siempre y en todo momento en perfecta armonía con cabal disciplina hacia éste— organiza a la colectividad, la encauza dentro de los principios del régimen, le crea órganos de gestión que asesoren a las masas trabajadoras, y consuma, en síntesis, todo aquello que no le era posible al gobierno realizar, pero que complementaba la obra”. El riesgo, sin embargo, es que se establezca una nueva simbiosis gobierno-partido y bien sabemos que esto no sería democrático.

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