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Opinión

IMPULSO/ Emilio Lezama
¿Cómo luchar contra el terrorismo?

Es normal que, tras los trágicos acontecimientos de Barcelona, el pesimismo acabe por nublarnos. No es para menos, Europa vuelve a sufrir ataques terroristas al mismo tiempo que en Estados Unidos se revive el racismo y las tensiones se agudizan entre Corea del Norte y Occidente. Son tiempos agitados, más no necesariamente peores o más peligrosos que los anteriores. De hecho, datos muestran que vivimos en una de las épocas más pacíficas de la historia de la humanidad. A pesar de ello solemos sentir que vivimos en el peor de los mundos; idealizamos el pasado y magnificamos lo inmediato. Esto no quita lo atroz de los sucesos que nos han conmovido, ni el hecho de que tenemos mucho camino por recorrer, pero da perspectiva de lo que realmente está sucediendo y por qué lo sentimos de una cierta forma.
El mundo contemporáneo se vive en dos frentes, el de la realidad con sus datos y el de la percepción con sus símbolos; pero en un mundo dominado por la industria del entretenimiento y el frenesí del happening, el terreno de la percepción suele imponerse al de la realidad. Desafortunadamente esta lógica es muy bien entendida por los grupos criminales y terroristas y de esa forma buscan capitalizarla. Su objetivo no es lograr un estado de terror absoluto; eso sólo podría ocurrir en el plano de la realidad tangible y les es muy costoso. El objetivo verdadero de los grupos terroristas es sembrar la percepción del terror en la psique colectiva que vaya poco a poco radicalizando al mundo.
Es evidente que el terrorismo altera el estado tangible de la realidad, las bombas, los atropellamientos, etcétera, ocurren en el plano de lo físico, de la misma manera en que las muertes de seres humanos son un hecho palpable, condenable y trágico. Pero en la escala de las cosas, un ataque terrorista no pone al mundo ni a la humanidad en peligro, sino a la idea del mundo y de la humanidad. Su ataque será físico, pero las repercusiones ocurren en el mundo de los símbolos y los conceptos. Después de un ataque como el de Barcelona nos acabamos preguntando ¿qué está pasando con la humanidad? Como bien dijo Martín del Palacio en Twitter después del atentado en Barcelona; “muchísima gente me dice que ‘vivimos en un mundo horrible’. No es así. Es lo que nos quieren hacer pensar los terroristas”.
La lucha por la acaparación de símbolos define nuestra época. La gran influencia del entretenimiento sobre nuestra cultura nos vuelve vulnerables. Al convertir la noticia y el análisis en entretenimiento, el mundo occidental ha abierto un flanco de ataque. Los noticieros 24 horas andan cazando eventos que les den rating. Los terroristas lo entienden y proporcionan el servicio y, a cambio, la industria reproduce y engrandece su mensaje. Esto no quiere decir que los medios tengan la culpa; en el fondo, el inconsciente colectivo de nuestra sociedad espera con ansias el siguiente “evento”; aunque —como diría Baudrillard— este hecho “le sea inaceptable a la conciencia moral occidental”. De tal forma que, cuando el evento llega, los perpetuadores saben que contarán con una involuntaria complicidad social que lo magnificará hasta lograr su objetivo: construir la noción de que todos estamos en peligro.
El terrorismo no representa una lucha entre dos poderes opuestos; en el campo de lo tangible no existe un verdadero enemigo. Se trata de una construcción interna a nuestra propia consolidación social. Al acabar con las fronteras, la globalización ha construido un mundo donde no hay un afuera y por lo tanto los enemigos tienen que estar adentro. Los terroristas y los criminales viven y crecen en las estructuras sociales del mundo; usan carros y aviones, van a las escuelas y tienen computadoras. Es fácil sentirte seguro cuando sabes que el enemigo está del otro lado de la colina y viste de amarillo, pero ¿qué pasa cuando el enemigo puede ser tu vecino?
No hay duda que el mundo de hoy es complejo, que es desalentador ver a un racista gobernando Estados Unidos, un incompetente destruyendo Venezuela y encima de eso percibir la violencia atroz que puede ejercerse de manera caprichosa contra cualquiera de nosotros cuando menos lo esperamos. Pero aún así, el mundo no es ese horror de lugar que los actos terroristas nos hacen creer que es.

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