IMPULSO/ Alberto Aziz Nassif
Ganar a la antigüita
El Estado de México resulta emblemático por diferentes razones: tiene el mayor padrón electoral del país, es el territorio de un poderoso grupo político del PRI, los de Atlacomulco, fue el laboratorio de donde vino Peña Nieto y, hoy, es una amalgama de intereses que pueden ser un predictor de la sucesión presidencial.
En suma, el Estado de México fue pieza clave para el regreso del PRI a Los Pinos y puede ser ahora una razón para que ese partido no permanezca en la Presidencia.
Por cuestiones de calendario, estos comicios anteceden a la sucesión presidencial y expresan algunas de las tendencias que se manifiestan en el escenario nacional. Sin embargo, hay que tener cautela para no empalmar 2017 con el 2018 porque no serán elecciones espejo.
A pesar de todos los cambios que ya existen en materia electoral, esta elección parece recrear viejas inercias entre partido y gobierno, Peña se juega su resto en esta elección.
Antes del modelo Peña Nieto, el Estado de México se había convertido en un territorio plural de tres grandes fuerzas, donde cada uno de los partidos más grandes tenía sus bastiones.
Hoy, antes del inicio de la campaña electoral, parce que hay un triple empate. El PRI tiene 29%, Morena el 28% y el PAN un 25%, con un nivel de confianza del 95%. Además, un 79% opina que debe cambiar el partido en el gobierno (el PRI), y hay una desaprobación presidencial de 80% (Reforma, 16/III/2017).
Hay varios indicadores importantes en este proceso: el PRI que tiene muchas dificultades para seguir gobernando, a pesar de que la evaluación del Gobierno estatal no es muy negativa, pero el contagio de la mala imagen presidencial es un peso muerto para ese partido.
El modelo Peña Nieto está agotado (promoción televisiva y firmas ante notario), pero a ese partido le queda la maquinaria, un poderoso aparato electoral que se alimenta con recursos públicos cada vez más cuantiosos. Si es cierto que esta elección no necesariamente será un predictor del 2018, el PRI y el gobierno de Peña Nieto no están dispuestos a correr ningún riesgo que les pueda llevar a una derrota.
El apoyo para Alfredo del Mazo es como en los viejos tiempos. Por eso, el reparto de los recursos ya empezó y las visitas de los secretarios de Estado se han multiplicado. La alianza priísta con los chiquitos ya forma una coalición frente de sus dos competidores que van solos, Morena y el PAN. Otra novedad es el desplome del PRD; fue el último en definir candidato y no pudo hacer la alianza con los panistas, como lo hizo en 2016 en varios estados. Su lugar ha sido ocupado por Morena.
El panismo calculó que Vázquez Mota sería la puntera a vencer, pero la sorpresa se llama Delfina Gómez Álvarez, una maestra que fue alcaldesa de Texcoco y diputada federal, y que ha empezado a crecer hasta representar un desafío importante al PRI y al PAN. Es una candidata que se comunica bien y conecta con el electorado. A pesar de haber tenido el empuje de López Obrador en su inicio, también ha tenido un crecimiento propio. Un escenario probable en las próximas semanas puede ser la polarización entre dos candidatos y el rezago del tercero.
De las inercias del viejo régimen queda el uso del aparato y de los recursos públicos, así como la fuerte cercanía entre partido y gobierno (estatal y federal). De los vicios que han permanecido está la enorme cantidad de dinero para las campañas, con lo que se hace un doble gasto, el que circula como una parte del dinero oficial y otro por debajo de la mesa, que es difícil de cuantificar, de fiscalizar y, en su caso de penalizar. En un reportaje reciente se indica que: hay “el financiamiento normal que dan las prerrogativas y que es el más alto en la historia estatal. A eso le tenemos que sumar el financiamiento privado. A eso, la ayuda en donaciones en especie de los privados, como los transportistas.
@AzizNassif