Diciembre 24, 2024
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Ni sectarismo ni incomprensión

IMPULSO/Octavio Rodríguez Araujo

Opinión

El EZLN, una vez más, ha perdido no sólo originalidad, sino capacidad para decir algo que valga la pena leer. Lo que han escrito los subcomandantes Galeano y Moisés en un reciente texto fue más o menos lo que decía Lenin hace más de cien años: las elecciones sirven para cambiar de amos cada seis años, nada original.

Tampoco hay inteligencia en su escrito, más alambicado que otros anteriores. Una amiga escribió hace unos días que no había mucha diferencia entre Cantinflas y los subcomandantes mencionados: el primero hablaba mucho para no decir nada y los segundos escriben mucho para tampoco decir nada. Yo digo que sí hay diferencia: Mario Moreno era chistoso y los zapatistas carecen del sentido del humor que caracterizaba a Marcos cuando estuvo en sus buenos momentos, es decir, antes de que se le ocurriera, ¿por pura envidia?, que López Obrador era casi fascista y que “en su Gobierno del DF anidaba el huevo de la serpiente”. Al margen de que todavía hay seis respetables intelectuales que lo apoyan, el EZLN, en mi opinión, ya perdió la brújula en asuntos externos a las comunidades, donde supuestamente “manda obedeciendo”. Si los mismos indígenas no fueron capaces, a pesar de ser millones, de firmar en apoyo a Marichuy para que apareciera en las boletas electorales, ¿por qué pensar que la influencia del EZLN es siquiera semejante a la que tuvo hace 20 años?

En contraste con sus posiciones autodefinidas como anticapitalistas (las del EZLN), he leído las posiciones de otros grupos, cercanos o pertenecientes al trotskismo, que bien han señalado que conformarán una corriente de izquierda radical y que aprovecharán, en la medida de sus posibilidades, la ola democratizadora que ofrece López Obrador para crecer e influir en sus áreas de inserción. Estos grupos, algunos autodenominados partidos, saben, como muchos que analizamos la política en México y en otros países, que las intenciones de los gobernantes, por buenas que sean, con frecuencia se topan con la oposición de muy poderosos intereses que dificultan la implantación de políticas tendentes al igualitarismo y a la justicia social. En Europa y en América Latina, encontramos suficientes ejemplos, pasados y presentes, de que no bastan las buenas intenciones de un gobernante para consolidar proyectos progresistas a favor de las mayorías, aunque sea de por sí un buen principio y siempre mejor que un Gobierno de corte neoliberal y tecnocrático.

Muchas cosas cambiarán (espero) con el nuevo Gobierno encabezado por López Obrador. Tiene un capital político envidiable, tan grande que casi todos, aunque sea por oportunismo, han aceptado su triunfo y han buscado puntos de coincidencia y entendimiento. Estos acercamientos, entre fuerzas que hace unas semanas estaban enfrentadas, han establecido en los hechos, hasta donde se sabe, relaciones de intercambios de favores en una lógica que en latín se llama quid pro quo o quizá do ut des (mi conocimiento del latín es pobre). Pero no nos alarmemos, así es la política y no es lo mismo estar en campaña electoral que prepararse para gobernar un país tan complejo y diverso como el nuestro, donde los grandes capitales, nacionales y extranjeros, son muy poderosos. Alguna vez, lo recuerdo todavía, la viuda de François Mitterrand me comentó que su marido había querido hacer muchos cambios, pero que el sistema no se lo permitió, y fue presidente de Francia 14 años, de 1981 a 1995 (porque allá sí hay reelección).

De lo anterior propongo, en primer lugar, que no caigamos en sectarismos inútiles y reprobemos antes de tiempo las posibilidades del nuevo Gobierno por venir. Estemos atentos y no abandonemos la crítica. En segundo término, tampoco caigamos en hipocresías como la de aquellos que dieron su total apoyo a la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas y ahora se lo regatean a AMLO. En tercer lugar, tomemos en cuenta que, para triunfar, López Obrador tenía que echar mano de todos los recursos que requería (incluso humanos), especialmente porque ya existía el antecedente de que, con márgenes pequeños, las posibilidades de un fraude en su contra serían mayúsculas. Necesitaba lo que finalmente logró, una distancia aplastante e indiscutible sobre los otros candidatos. Finalmente, un poco de comprensión no le hace daño a nadie: la tarea que tiene Andrés Manuel al frente no es cosa fácil y requiere de muchas y muy hábiles negociaciones sin perder la esencia de su movimiento.

Los cambios que se ha propuesto son, en muchos aspectos, enormemente difíciles y no dependen sólo de él, sino del apoyo que le demos los que incluso querríamos más de lo posible. Si para ganar la elección requirió de 30 millones de votos, para gobernar, de acuerdo a lo ofrecido en su campaña, necesitará de más apoyos, lo que no quiere decir que le estemos dando un cheque en blanco. Roma, para usar un lugar común, no se hizo en un día.