IMPULSO/ Octavio Rodríguez Araujo
¿Cómo explicar que el otrora partido hegemónico y casi único tuviera que recurrir a un precandidato/candidato no militante en sus filas para competir por la Presidencia de la República? ¿No existía uno entre sus cuadros después de ochenta y ocho años de vida política?
Claro que sí y el secretario de Gobernación en la presidencia de Peña Nieto, Miguel Ángel Osorio Chong, era el preferido en las encuestas levantadas en 2017. ¿Por qué tanto el presidente saliente como su grupo más cercano no escogieron a Osorio, viejo militante del PRI y ex gobernador de Hidalgo?
Algunos analistas interpretaron dicha selección precisamente por el hecho de que un viejo priista no representaría los intereses tejidos por los nuevos tecnócratas con algunos de los poderes fácticos más importantes del país y con el gobierno de Washington, cuyo titular era muy cercano al brazo derecho de Peña, Luis Videgaray Caso. No olvidemos que éste, siendo Donald Trump candidato del Partido Republicano, fue invitado, para sorpresa de todos, a reunirse con el presidente mexicano el 31 de agosto de 2016 a pesar de que el estadunidense se había expresado muy mal del pueblo mexicano.
El escándalo de esa visita relámpago no pudo ocultarse y lo más que hizo Peña fue quitar a Videgaray de la titularidad de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público y ponerlo, en una suerte de enroque, en la de Relaciones Exteriores, donde había estado al frente José Antonio Meade antes de ser secretario de Desarrollo Social (del 28 de agosto de 2015 al 6 de septiembre de 2016).
Éste fue colocado en el puesto ocupado antes por Videgaray y de ahí a la precandidatura “ciudadana”. Cambio de sillas, no más.
Cuando triunfó Trump en Estados Unidos muy probablemente Videgaray fue felicitado entre sus amigos por su visión “futurista” al haber invitado a quien sería el nuevo presidente de la potencia del norte, sobre todo porque la favorita en esos momentos era Hillary Clinton, del Partido Demócrata de esa nación.
La suerte estaba echada, y subrayaría la palabra suerte pues mucha gente en el mundo apostaba a que Trump perdería. Sin embargo, el triunfo del republicano xenófobo no fortaleció, como quizá se esperaba en Los Pinos, al presidente mexicano.
Su popularidad siguió en picada y según las encuestas conocidas ha sido el presidente con mayor desaprobación en la historia de México, más todavía que Calderón —que ya es mucho decir.
En este punto sugeriría algunas hipótesis: el único de los secretarios del gobierno de Peña que no había militado en partido alguno era Meade, pues Videgaray sí ha estado en el PRI y había sido diputado de representación proporcional por este partido de 2009 a 2011.
Meade, en cambio, había sido colaborador de Calderón y de Peña al margen de cualquier filiación partidaria. “Un independiente”, llegó a decirse. ¿Y por qué habría de ser importante “un independiente” como candidato del PRI? ¿Para sumar los votos de los panistas que no estaban con su dirigente Ricardo Anaya, promotor junto con el PRD y Movimiento Ciudadano (MC) de la coalición en la que aspiraba a ser su candidato a la Presidencia?
Puede ser ésta una de las razones de por qué Meade fue seleccionado, además de ser parte del grupo encabezado por Videgaray y, por lo mismo, presumiblemente bien visto por Trump. No soslayo que los partidos y los políticos se han desprestigiado en los últimos años y que mucha gente cree, equivocadamente, que los candidatos supuestamente independientes son mejores y más honestos que los militantes de los partidos.
Pero quizá en los cálculos del grupo Peña-Videgaray un candidato presentado como independiente tendría más simpatías que otro con antecedentes militantes y más todavía si era identificado con el PAN y el PRI al mismo tiempo.
No es casual que el nombre de su coalición con el PVEM y el Panal se denominara “Meade ciudadano por México”, es decir presentarlo como ciudadano y no como priista, como si ser militante de una partido le quitara el carácter de ciudadano a una persona.
El 5 de enero de 2018 el Instituto Nacional Electoral (INE) ordenó a esta coalición que cambiara de nombre y dio un plazo de diez días para hacerlo. El 15 de enero la Comisión Política Permanente del PRI aprobó el nuevo nombre de la coalición: Todos por México.
Por otro lado, debemos recordar que Anaya, siendo presidente del PAN, forzó las cosas para encabezar la alianza con el PRD y el MC, enfrentando con su posición a Margarita Zavala (esposa de Calderón) quien también aspiraba a ser candidata por su partido pero sin estar de acuerdo con la alianza que sí quería su dirigente.
Ese jaloneo llevó a Zavala a renunciar a su partido y lanzarse como candidata independiente, no para ganar (pues es suficientemente obvio que no lo logrará), sino para negociar con los peñistas alguna posición en el tablero decisorio si Meade llegara a triunfar.
Si Calderón apoyó a Peña como candidato del PRI en 2012, probablemente en pago porque este partido apoyó al primero para la Presidencia en 2006, algo pudo haberse acordado entre ambos políticos para que Zavala participara con la evidente intención de dividir el voto que, supuestamente, favorecería a un PRI muy deteriorado, entre otras razones por el desprestigio del gobierno de Peña.
Si Calderón se quedó en el PAN, a diferencia de su esposa, ¿por qué no pensar que lo hizo para tratar de influir en el voto de sus compañeros de partido a favor de Zavala o de Meade según la correlación de fuerzas y las circunstancias?
La salida de Javier Lozano del PAN, para incorporarse al grupo de apoyo del precandidato priista, nos permite suponer que la estrategia de Calderón no le está dando los resultados previstos. No le atinan a nada. ¿Lo celebramos o habrá que esperar?