Por: Ernesto Alarcón
El legado de Joaquín Salvador Lavado, mejor conocido mundialmente como “Quino”, abarca más de veinte libros y cientos de publicaciones , sin embargo, la obra con la que ha trascendido cualquier tipo de frontera, ha sido con el personaje y el mundo de Mafalda. Esta tira cómica del caricaturista nacido en 1932, en la provincia de Mendoza, Argentina, vió la luz a mediados de la convulsa década de los sesenta, terminando su recorrido hasta 1973, y sin duda, ha adquirido con el tiempo un significado universal y atemporal de (in) justicia social.
El propósito de Mafalda no es simplemente un humor llano, sino más bien, uno mordaz con dosis de aguda crítica social y política que continúa vigente en esta primera parte del siglo veintiuno. Es básicamente una filosofía y análisis de la vida misma visto a través de la óptica de la inocencia de la infancia.
En el pequeño gran universo de esa niña de aproximadamente seis años, perteneciente a una familia capitalina de clase media, existen otros personajes que representan corrientes o sectores que definen una sociedad. Mafalda ama su patria, su familia, los Beatles, pero odia la sopa y la falta de justicia y ética. Es curiosa, reflexiva y contestataria. Cuando en su departamento su mamá Raquel le pregunta un rutinario -¿qué hacés?- (nótese el acento argentino), ella responde: -viendo a la humanidad- al mismo tiempo que observa a una mosca que se estrella en forma continua con una ventana, intentando salir, sin éxito. Esa humanidad y su razón de ser, es lo que ella representa.
Pero también está Felipe, distraído, flojo, soñador, tímido, noble e idealista. El es aquel sector de personas que buscan un cambio constante, aquellos que necesitan forjar sus propias reglas con la imaginación como su arma más poderosa. Manolito, el comerciante, tiene muy claro su objetivo primario: trabajar duro en el almacén de su papá para ser millonario. Y es evidente que su personaje apunta al capitalismo, a la burguesía, la clase dominante y al individualismo exacerbado. Susanita, la mejor amiga de Mafalda, es también su antítesis. Persigue pertenecer a la aristocracia, tener hijos y casarse con alguien “bien”; es egoísta y le interesa lo superfluo. Ella representa a esa sociedad repleta de prejuicios, de hipocresía y de apariencias. La doble moral en su estado más puro. Miguelito es ególatra, soberbio y existencialista. Me gusta pensar que Quino buscó ilustrar con su figura la idiosincrasia propia del argentino. Finalmente, Libertad, chiquita y de carácter irritable. Es una Mafalda radical. Ella es la lucha social, la izquierda ideológica, la guerra de guerrillas, la revolución.
Quino dejó este “plano terrenal” el pasado 30 de Septiembre. Su obra será inmortal, como cada ocurrencia y pensamiento de Mafalda, esa niña adorable e inquieta que todos deberíamos cargar en nuestra mente y en nuestro corazón. Sus frases forman parte del colectivo internacional, y siempre deberían ser usadas para recordarnos que, como individuos pertenecientes a una cada vez más compleja humanidad, podemos construir día a día un mundo mejor, un mundo feliz. Sus palabras: “¿Qué importan los años? Lo que realmente importa es comprobar que a fin de cuentas, la mejor edad de la vida es estar vivo”.