IMPULSO/ Alejandra Buggs Lomelí*
Legitimando nuestro enojo
Hablar de la salud mental de las mujeres desde un constante esfuerzo por visibilizarla, implica revisar temas vitales y especiales, por lo que en esta ocasión el tema a compartir es el enojo en las mujeres.
Al ser una psicoterapeuta que en mi trabajo incluyo una visión de género, me parece que este tema debe examinarse desde un contexto de las relaciones desiguales de poder existentes entre mujeres y hombres.
Sabemos que una conclusión básica a la que han llegado las teorías feministas es que lo personal es político, y esto en el campo de la salud mental no puede ser más cierto, ya que el “yo” y sus conflictos tienen que mirarse y comprenderse desde su contexto sociocultural.
Desde que el tiempo es tiempo, es más aceptable que los hombres expresen su enojo a que se acepte la misma expresión en las mujeres, como resultado de la forma en que los roles tradicionales han sido asignados a los géneros.
Sin embargo, tanto el hombre como la mujer tienen dificultades al momento de darle voz a su enojo, aunque de manera diferente. Por ejemplo, en el caso de las mujeres se tiende a decir que nos sentimos heridas o tristes, cuando en realidad estamos enojadas, y de los hombres se suele decir que están furiosos cuando en realidad se sienten dolidos o temerosos.
No es que las mujeres nos enojemos menos que los hombres, simplemente nuestra expresión emocional es diferente al estar marcada por los mensajes sociales, por lo que los hombres reaccionan con mayor agresividad porque lo tienen permitido.
Mientras que la mayoría de las mujeres tendemos más a reacciones interiorizadas como llanto, tristeza y/o represión del enojo.
La problemática que enfrentamos las mujeres en relación a la expresión de nuestro enojo, tiene que ver con el hecho de que no está admitido socialmente; manifestar nuestra ira y expresarla con sinceridad y libertad puede provocar reacciones negativas, como por ejemplo que nos digan que “odiamos a los hombres” o que “somos mujeres locas, agresivas e histéricas”.
La tendencia socialmente esperada de nosotras es a mantener las relaciones armoniosas en el grupo o los grupos a los que pertenecemos, lo que desafortunadamente contribuye a que inhibamos la expresión de nuestro enojo.
Sin embargo, esta incapacidad de expresión puede resultar sumamente nociva para nuestra salud emocional, sobre todo si la ira reprimida se transforma en ansiedad, angustia, síntomas psicosomáticos y/o depresión, resultado de la forma en la que las mujeres “hipotecamos” nuestro bienestar emocional.
Esta dificultad responde a que seguimos un código cultural impuesto por una sociedad patriarcal y que todas y todos hemos hecho nuestro sin darnos cuenta.
*Directora del Centro de Salud Mental y Género, psicóloga clínica, psicoterapeuta humanista existencial y especialista en Estudios de Género.