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Mucho más que una discípula de Goya

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España

Vivir con Goya marca. Si a eso se le suma ser hija de padres separados en la primera mitad del siglo XIX, la diferencia con el resto es, incluso, más notable.

Esa era la normalidad para Rosario Weiss (Madrid, 1814-1843), artista a quien la Biblioteca Nacional de España reivindica con una exposición en la que destaca su prodigioso dominio del dibujo en una época nada propicia para que las mujeres prosperasen en el mundo del arte.

Los dibujos de una pequeña Rosario y un ya anciano Francisco de Goya (1746-1828), hechos a cuatro manos, reciben al visitante de la muestra..

Es el álbum Goya-Weiss, que contiene los juegos de lápiz y papel con el que el maestro enseñaba a una niña de menos de 10 años.

En uno de ellos se aprecia el trazo fino con el que el aragonés esbozó una cabeza sonriente de hombre repasado por una línea más gruesa hecha por Weiss.

Otros son dibujos que el artista hacía para que ella los copiara o sobre los que escribía algunas letras.

“Conociendo aquel genial pintor el talento y las bellas disposiciones que mostraba ya desde niña, empezó a enseñarla el dibujo a los siete años al mismo tiempo que aprendía a escribir”.

Estas líneas de la necrológica de Weiss publicadas en la Gaceta de Madrid, explican que la relación no era solo de profesor y alumna. El trato era familiar.

Leocadia Zorrilla, la madre de Rosario, se instaló en la Quinta de Sordo, la casa de Goya a las afueras de Madrid. Era el ama de llaves del pintor y vivió allí con sus dos hijos menores entre 1820 y 1824. Hasta aquí lo probado.

La presunción de que la madre y el pintor fueran amantes es algo que se dice pero no hay documentos, explicó ayer el comisario de la muestra, Carlos Sánchez Díez. Y tampoco está demostrado que Weiss fuera hija del autor de las Pinturas negras.

Sánchez no da pábulo, y asegura que la quería como tal y se refería a ella como “mi Rosario”. En una carta a su amigo Ferrer, Goya escribe: “Quisiera que la tuviera como si fuera hija mía”.

Weiss se forja entre estas dos personalidades: su madre, una mujer que se buscaba la vida tras separarse de su marido, un joyero de origen alemán, y el artista.

Esta influencia, su talento natural y su educación francesa —vivió con Goya en Burdeos, donde recibió formación académica, entonces predominaba en Francia la manera de Ingres— hacen de Weiss una artista excepcional, la más importante en España de la primera mitad del XIX. Y le quedó mucho por hacer, porque murió con solo 28 años.

La exposición reúne hasta el 22 de abril 140 obras, entre dibujos, litografías, lienzos (apenas se conocen una decena de su autoría) y documentos, muchos de ellos nunca vistos. Y la acompaña el catálogo razonado, fundamental para el proyecto reivindicativo de la artista.

Un exhaustivo trabajo del comisario que amplia lo que se conocía de Weiss y el número de obras que se le atribuían. Ya que el pequeño formato de los dibujos facilita su dispersión en múltiples colecciones particulares.

No es baladí que se centrara en dibujos y litografías. Trabajó en un momento en el que muy pocas mujeres recibieron la consideración de artista y ella se definía como tal.

Quería vivir de sus dones profesionales, de su talento. Para dibujar la intendencia es mucho menor que para montar un taller de pintora y los tiempos en los que las mujeres logran tener una habitación propia todavía quedaban lejos.

No se ha encontrado ningún escrito que atestigüe su condición de precursora del feminismo. Basta su vida: toda una declaración de intenciones.

Cuando regresó a España, en 1833, comenzó a trabajar como copista en el Museo del Prado aceptando encargos —pinturas alimenticias—. La alta sociedad le pide retratos, el género por el que será más conocida.

Realiza figurines de moda en los años veinte y treinta del siglo XIX, un periodo de eclosión de las revistas de esta temática,

Los reconocimientos más importantes de su carrera los recibió en 1840, cuando ingresó en la Academia de San Fernando, y en 1842, al ser nombrada profesora de dibujo de las infantas Luisa Fernanda e Isabel (futura Isabel II); de ambas hay bocetos en la muestra. Para postularse a ese puesto arguye su formación y orgullo profesional.

Los adjetivos delicada, precisa y minuciosa que con frecuencia describen a las mujeres decimonónicas, en esta muestra solo caben para referirse a la obra de Weiss. Fuente: Ruth de las Heras Bretín/ El País