IMPULSO/Ana Francisca Vega
“¿Tú qué crees que le importe más a un joven homosexual de 17 años: tener trabajo y estudios o poderse casar?”, preguntaba un simpatizante de Morena en Twitter después de conocer sobre la alianza que decidió promover su líder Andrés Manuel López Obrador con el ultraconservador Partido Encuentro Social.
Como si en una democracia fuera completamente aceptable —e incluso esperable— que los miembros de cualquier minoría escogieran entre qué derecho gozar y a qué derecho renunciar. Martí Batres, incondicional de Andrés Manuel, decía también en Twitter: “La alianza con el PES es eso: una alianza”, es decir, una suma para impulsar puntos en común y en la que cada partido mantiene sus propios principios”, mientras que en medios de comunicación, la recién ungida presidenta nacional de Morena, Yeidckol Polevnsky, argumentaba que: “en Morena caben todos” y que la “agenda progresista” — particularmente el asunto del matrimonio entre personas del mismo sexo— es un tema “ya superado”.
Sólo un día después, el propio Andrés Manuel trató de apaciguar las críticas con un “no se preocupen, vamos a respetar la diversidad”. El episodio nos deja varias lecciones. La primera: muchos mexicanos —entre los cuales está nuestra clase política— siguen creyendo que hay ciudadanos de primera y de segunda, y que estos últimos deben conformarse con el goce de ciertos derechos y libertades, pero no de todos.
¿Estaríamos hablando de igual forma si se pusieran a debate los derechos de un joven heterosexual de 17 años en vez de los de un joven homosexual? ¿Lo pondríamos a elegir entre tener trabajo o derecho a casarse y a formar una familia? Extrapolando el argumento: ¿nos parecería aceptable que a un indígena se le diera a escoger entre el derecho a la salud y el derecho a la educación? Segunda lección: hay quienes siguen pensando que hay asuntos más importantes que atender en México que la agenda de los derechos y las libertades.
Más peligroso aún, que una vez que otros problemas se resuelvan —la falta de oportunidades, los inmensos rezagos educativos, el hambre, la pobreza—, llegarán como consecuencia obvia los derechos y libertades que decidimos, como nación, sacrificar inicialmente por un bien mayor. Nada más equivocado.
El propio Andrés Manuel lo ha insinuado varias veces defendiendo la consulta pública como instrumento para definir el goce de derechos que, bajo cualquier definición de democracia, jamás estarían sujetos a un ejercicio de esta naturaleza. Tercer aprendizaje: ya lo habían hecho PAN, PRD y PRI, ahora lo hizo Morena. Políticos de todos colores buscan activamente reducir la agenda de derechos al tema de matrimonio entre personas del mismo sexo y se escudan diciendo que es “cosa juzgada” con el único n de mantener el estatus quo.
En otras palabras, al argumentar —como lo hacen constantemente— que ya es “una realidad jurídica” dan por concluido el tema y evitan entrar terrenos que les puedan restar votos. Ni qué decir de asuntos como interrupción legal del embarazo y muerte digna. El panorama de los derechos y las libertades se estrecha desde cualquier opción política.
PASE USTED. Ejemplo de civilidad el que nos dieron los chilenos en sus elecciones presidenciales: a pesar del debate y evidente contraste entre las dos ofertas políticas, se reconoce el triunfo de la oposición en cuestión de horas, sin reclamos, sin ofensas, sin acusaciones infundadas. Educación, civilidad, respeto. Un poquito de eso para acá por favor.