IMPULSO/ José González Morfín
Cualquiera pensaría que un asunto tan complejo como la migración ilegal, que encierra en sí mismo un conflicto de fondo para varias naciones, debería de abordarse de forma multilateral, con visión estratégica, buscando soluciones de corto, mediano y largo plazo, y no como pretende resolverlo el presidente Donald Trump: utilizando su poder y su fuerza para imponer a los otros países sus propias definiciones sobre el problema. La política migratoria de Trump es una política de terror; basta ver lo que hace dentro de su territorio con los migrantes ilegales —por cierto, una gran mayoría de ellos, mexicanos—: acoso, redadas masivas, más y más deportaciones. Además, como todos sabemos, lo que en el fondo busca Trump es mantener contenta a su clientela electoral, ya que esto le permitiría asegurar su reelección el próximo año.
En ese contexto, hace 10 días, el presidente López Obrador, representado por su canciller Marcelo Ebrard, firmó un polémico acuerdo con el gobierno del presidente Trump, por el que nuestro país se compromete a frenar, desde la frontera sur, el flujo de migrantes centroamericanos que cruzan la frontera y transitan por nuestro país, tratando de llegar al vecino país del norte. Esto habrá de hacerlo una Guardia Nacional en formación que evidentemente no está preparada para eso. Además, México también se comprometió a mantener en nuestro territorio a un no determinado número de centroamericanos —hay quien habla hasta de 50 mil— que buscan obtener asilo en los Estados Unidos, en tanto se decide su situación jurídica (trámite que puede durar hasta dos años). Las críticas no se han hecho esperar. El plazo de 45 días que se impuso a nuestro país, ya está corriendo.
Más allá de si se puede o no cumplir con las metas y plazos establecidos, es verdaderamente lamentable el tratamiento que se le da al tema migratorio, mezclándolo con un asunto de tarifas y aranceles. Nos olvidamos que cuando hablamos de migración, nos estamos refiriendo a seres humanos que se han visto en la necesidad de buscar mejores condiciones de vida en lugares distintos a su país de origen. Seres humanos que dejan atrás a sus familias y pasan muchos trabajos en busca de un futuro por demás incierto, a los que estamos obligados a garantizar sus derechos humanos. Qué diferente sería si el tema migratorio se atendiera con una visión regional, en el que el impulso y mejora de las economías jugara un papel fundamental en la solución del problema. Pero eso no va a suceder nunca con el actual gobierno norteamericano.
Dentro de todo lo que pueda ser criticable del acuerdo, percibo que hay una cosa buena en el mismo: por primera vez, México pondrá el foco de atención en nuestra frontera sur. Difícilmente, en el mundo desarrollado, se podrá encontrar una frontera más vulnerable. Por ahí pasa de todo sin ningún problema. En lo que se refiere a personas, durante mucho tiempo fue utilizada sólo por habitantes de los países vecinos de Centroamérica. Hoy en día, está también siendo utilizada por migrantes provenientes de otras regiones del mundo que, enterados de la pobre vigilancia, llegan de países del Caribe, de África y de muchos otros lugares. Los traficantes de personas se han multiplicado en la región. Es por demás urgente mejorar la vigilancia en la frontera para contener el tráfico de personas. Qué pena que la presión para sellar nuestra frontera sur venga de otro país, pero qué bien que se haga algo al respecto y podamos tener una frontera segura.
Estoy convencido de que la política migratoria implementada por Donald Trump está destinada al fracaso. Pero también estoy convencido de que nada lo va a detener ni lo hará cambiar. Por lo menos, no antes de la elección del próximo año. El gobierno de México debe de estar consciente y preparado para ello.
Twitter: @jglezmorfin