Noviembre 23, 2024
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México y sus jóvenes

IMPULSO/Jaime Valls Esponda

Artículo

Hace casi un siglo, al transitar México hacia la pacificación de la Revolución, Ramón López Velarde decía que la felicidad de la patria radicaba en que fuera fiel a sí misma, a sus profundas identidades y valores. Muchos años han pasado, pero esa instintiva percepción sigue vigente: la clave del país radica en encontrar su verdadera novedad en la persistencia de lo que siempre ha sido: una nación capaz de renovarse continuamente mediante la actividad y el compromiso de sus jóvenes.

El renuevo generacional es la gran riqueza acumulada del país. Más aún si se da en condiciones de estabilidad social y continuo impulso productivo. Lo que algunos llaman el bono demográfico es, precisamente, la preponderancia de perfiles jóvenes en la pirámide social, con alto impacto en el ámbito laboral y sin presión por el retorno de recursos para los mayores de edad. México es una afortunada combinación de país antiguo con población joven que, sin embargo, en los últimos decenios ha venido envejeciendo no sólo por el efecto de medidas de bienestar, sino por la reducción del índice de natalidad derivado de la propia modernización de la sociedad. Por eso es tan importante contar con políticas públicas que promuevan al joven no como un problema, sino que se apoyen en él como solución.

Sorprende por ello que la referencia a los jóvenes sea todavía como minoría vulnerable, como grave dilema político y no como lo que sí son: verdaderos agentes activos de cambio y de gestión social. México, al igual que la mayoría de las economías emergentes, les ofrece pocas oportunidades de empleo en los sectores detonantes del desarrollo e incluso los confina al limbo del trabajo de baja calidad y de escasa importancia para mejorar el sistema productivo, la innovación y la competitividad del país: un doble desperdicio de lo mejor que tiene la nación, su capital humano. Urge por tanto una profunda revisión de los enfoques del Estado hacia los jóvenes, que surja de donde nacen, de manera natural, el pensamiento y las ideas que deben ser la esencia de las políticas públicas: las universidades y las instituciones de educación e investigación. En buena lógica, las entidades como las que se agrupan en la ANUIES son las que de modo permanente, y sin interés partidista, dedican los mejores recursos materiales, financieros y humanos a pensar el país, a proponer soluciones a los grandes problemas nacionales. El nuevo gobierno podría y tal vez debería arroparse en estas instituciones —las mejores de México— para configurar los proyectos y políticas públicas que hacen falta para incorporar a los jóvenes a la solución de los problemas. Esta es una oportunidad de extraordinaria importancia para que los diversos actores de la nación puedan acordar decisiones de gobierno basadas en estudios profesionales, en trabajo académico eficiente y confiable surgido en las instituciones de educación superior.

Un nuevo arreglo institucional podría ser la clave para iniciar una transformación de gran trasfondo hacia el desarrollo, basado en las reformas de segunda generación que requiere el país. Para ello, la legitimidad de la inclusión es esencial, tal como ocurrió en los diversos procesos de reconciliación en naciones divididas por el conflicto, la violencia y la desigualdad. México no está herido de manera irreversible pero hoy necesita una paz social productiva que todos, individuos e instituciones, debemos procurar y consolidar. La ANUIES está dispuesta a tomar su sitio en este momento determinante de la nación.