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México-EU: ¿de qué vamos a hablar?

IMPULSO/Andrew Selee

 Terminando 2017, dos de los elementos centrales de la relación entre México y Estados Unidos durante las últimas dos décadas parecen estar desvaneciéndose. Uno es migración, que había sido intenso entre los dos países, pero ahora está en niveles bajos no visto desde hace más de cuatro décadas, y el otro es el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), que está inmerso en una negociación difícil y puede o no sobrevivir en el año nuevo.

¿Qué pasaría en 2018 sin TLCAN y sin una migración activa entre los dos países? ¿Dejamos de importarnos el uno al otro? No creo, la migración viene bajando desde 2007, pero ha dejado una imprenta permanente en la cultura y sociedad de ambas naciones, desde costumbres y palabras hasta ideas nuevas. Más de una décima parte de la población de Estados Unidos es, hoy en día, de ascendencia mexicana, mientras una décima parte de los mexicanos viven en Estados Unidos —y hay un número creciente de estadounidenses viviendo en México. Estas influencias seguirán ahondándose en el tejido social de ambas naciones.

En cuanto al TLCAN, es sin duda una preocupación que puede acabarse, ya porque los negociadores no pueden llegar a una conclusión o, mucho más probable, que el presidente de Estados Unidos decide retirar a su país del acuerdo para complacer a su base política. Probablemente no pasará, pero sí es posible.
La cancelación del TLCAN, sin duda, sería un revés a la creciente integración entre los dos países, y golpearía de inmediato a ciertos sectores en ambos países, sobre todo en agricultura y ganadería, que perderían acceso al mercado del otro país. También golpearía las industrias integradas, como la automotriz y aeroespacial, que dependen de manufacturar productos en los dos países (y en Canadá) en procesos totalmente unificados.

Pero tampoco es seguro que las industrias que han invertido en procesos manufactureros binacionales y trinacionales necesariamente dejarían las inversiones que han hecho en construir productos entre los dos o tres países. Es muy probable que gran parte de esto seguiría con o sin un acuerdo que baja los costos de importación de productos. Asumirían estos nuevos costos como asumen ajustes en el tipo de cambio o alzas en materia prima.

Desde luego, no sabemos qué pasaría —y por supuesto los tres países de América del Norte estarían mucho más fuertes económicamente juntos que aparte, sobre todo en un mundo competitivo—, pero es posible que la integración económica construida con un acuerdo de libre comercio aún sobrevive su cancelación, simplemente porque tiene sentido con o sin los beneficios del TLCAN.

No quisiera predecir lo que viene en 2018, pero aún en un escenario en que los dos elementos más constantes de la relación entre México y Estados Unidos — migración y un acuerdo comercial — dejan de existir (y uno ya va desapareciendo), sospecho que nuestros dos países están suficientemente imbricados y entrelazados que los puntos principales de encuentro no desaparecerán. En eso la relación entre las dos sociedades y economías ya es más fuerte que el nexo político y las formalidades.

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