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Louisville despide a la leyenda del boxeo Ali

IMPULSO/ Edición Web

Louisville

Una multitud de mayoría negra da el adiós a la leyenda del boxeo en su ciudad natal

La vida de Glenn Montgomery guarda paralelismos con la de Muhammad Ali: son negros, se criaron en la misma calle de Louisville, practicaban deportes en el mismo colegio y la guerra de Vietnam condicionó su juventud.

El círculo se cerró este viernes. Desde el jardín de su casa, Montgomery despidió a Ali. “Es un día triste y un día bonito”, decía. Le acompañaron decenas de personas que se agolparon frente a la casa natal del boxeador estadounidense para ver pasar su féretro. Una caravana de vehículos recorrió las principales atracciones del universo Ali en esta ciudad de Kentucky. Tras la procesión, fue enterrada la leyenda, uno de los mayores deportistas de la historia, icono pacifista y de los derechos de los negros, persona irreverente, enérgica e imprevisible. Tras el sepelio, se celebró un multitudinario funeral en su honor.

El paso del ataúd de Ali fue breve, en un minuto ya había desfilado por delante de la casa rosada del 3302 de la avenida Grand donde Cassius Clay, como entonces se llamaba, vivió hasta su adolescencia junto a sus cuatro hermanos y su hermana. Su padre era un pintor de carteles y su madre cuidaba de la familia. “Ali, Ali, Ali”, gritaban al pasar el féretro las decenas de personas concentradas en las aceras y jardines de la calle de sencillas casas bajas. Algunas lanzaron flores al vehículo fúnebre. Muchos alzaban sus móviles. Parecían vivir una mezcla de asombro y éxtasis (sobre todo tras ver al actor Will Smith, que hizo de Ali en el cine, saludar desde un vehículo). La mayoría eran negros, que sigue siendo la raza predominante en este barrio humilde. Los había de todas las edades.

Montgomery tiene 67 años, siete menos que Ali, que falleció el pasado viernes. De niño, vivía en la misma acera que el boxeador, separados por dos casas. Este viernes mostraba orgulloso una vieja fotografía en la que, de joven, aparece detrás de Ali cuando empezaba a fraguar su fama en el ring. No eran amigos, pero se conocían. “Él era el jefe”, decía el vecino. Y, como tantos otros en Louisville, asegura haber sido influenciado por Ali: “Me inspiró a jugar al baloncesto en el colegio. Su convicción de que podría plantar cara al mundo, sin importarle lo que dijera la gente, de hacer lo que creía que tenía que hacer, me hizo creer más en mí mismo”.

La despedida era para la mayoría una muestra de agradecimiento a Ali que trascendía el boxeo: por ser el mejor embajador de Louisville, por exhibir las contradicciones de Estados Unidos en los años sesenta, cuando los negros no podían acudir a determinados restaurantes y el racismo se toleraba al mismo tiempo que se veneraban la proeza y ferocidad de un boxeador negro.

Ali no fue siempre en Louisville el héroe que es ahora. Tampoco entre la población afroamericana de su barrio. La reconciliación definitiva llegó este viernes. Montgomery recuerda el malestar que causó la decisión del boxeador en 1964, con 22 años, de convertirse al islam y cambiar su nombre de Cassius Clay a Muhammad Ali. Muchos de sus vecinos, dice, lo vieron como una traición y tardaron en perdonarle. Montgomery lo minimizó, asegura que lo entendió como un alegato de entendimiento, “de quererse el uno al otro, de que el amor no tiene raza, religión o política”.

La guerra de Vietnam. La polémica se multiplicaría a los pocos años cuando Ali se negó a participar en la guerra de Vietnam, lo que le despojó de sus victorias como el mejor boxeador del mundo, le llevó brevemente a la cárcel y le forzó a exiliarse. Montgomery lucía este viernes una camiseta con uno de los lemas de Ali contra la guerra: “No voy a ir a 10.000 millas a ayudar a asesinar y matar a otra gente pobre”. Él sí fue a Vietnam, en 1969 con 19 años. “No quería ir, pero era el Ejército o la cárcel”, dice. Ahora, se alegra de haber ido: “Aprendí sobre la guerra, vi un aprecio que nunca había visto, viajé por el mundo”. A los dos años, abandonó el Ejército y empezó a trabajar en la industria ferroviaria.

Tras pasar los vehículos fúnebres, la calma retornó paulatinamente a la avenida Grand. La gente empezó a marcharse, también los vendedores de merchandising y las decenas de periodistas. Una madre blanca le dijo a su hijo de pocos años: “Ha sido un gran honor haber formado parte de esto”. Un anciano negro que pasaba a su lado asintió con la cabeza.  El Paìs

 
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